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Tengo que ir a Japon. Haruki Murakami lo dice.

Por purnas
Actualizado 15-05-2008 21:14 CET

Alentado por el desconcierto fumo y bebo un vaso de leche con cola cao. Hacía días que no sentía mi alma perturbada. O que no sentía la perturbación de mi alma, mejor. Como todo lo que fluye y refluye mi alma perturba y reperturba. No hay duda.

De repente me he visto descubierto. Me he visto retratado. Me he visto mirado por los ojos de otro. No es nuevo. No es preocupante. No es grave. Perturba a mi alma perturbada de colacao y chocolate que quien me haya visto no me conozca. Perturba a mi alma perturbada que quien me haya visto viva a miles de kilómetros de distancia. Perturba a mi alma perturbada que si el otro día me detuve de leer un libro, que al fin acabé no sin problemas, hoy me he vuelto a detener por distintos motivos. Me detuvo una frase odiosa de un libro tópico. Me detienen 17 páginas de un retrato que ni yo mismo podría haber pintado mejor.

Me detengo en el libro porque no quiero estropear la magia. Sé más o menos lo que viene después. La magia seguirá un tiempo, creo, pero la sacudida voltaica de estas páginas, breves páginas, me ha acelerado el alma perturbada, el corazón perturbado, la mente perturbada. Casi tanto como descubrir que el único reloj que salía en Lost in translation, ejemplificando el insomnio de Bill Murray, se paraba como por arte de magia en las 4 y 20 de la madrugada. Hace tiempo que no me despierto a esa hora, pero aquellos días de zozobra tuvieron el reflejo en una película reflejada.

"Nací el 4 de enero de 1951". Esa es la primera frase de "Al sur de la frontera, al oeste del Sol"  del japonés Haruki Murakami. Yo nací el 4 de enero de 1975. Esta es la primera frase de mi autobiografía. Tiene su gracia...si no fuera porque todo empieza a confluir después. Hajime, el protagonista, cuyo nombre quiere decir principio, no como el mío, es hijo único, como yo. Hajime, el protagonista, estudia lo que le gusta y lo que no, no. Cosa común. Hajime, el protagonista, dice en la página 17 que "cuando escuchaba concentrado y con los ojos cerrados, podía ver como del eco de esa música, nacían diversas espirales. Surgía una espiral y, de esa espiral, surgía otra distinta. Y la segunda espiral se entrelazaba con una tercera. Y esas espirales, vistas con los ojos del presente, poseían una cualidad conceptual y abstracta". Ahí es nada. Cumpleaños, hijos únicos, espirales.

Aquí ya tuve que respirar. Despacio. Dos veces. Ha hecho el cansancio el resto, y he dormido. Ahora he vuelto a retomar el libro, repuesto del susto de ver mi voz surgir de la voz de un protagonista que nació el mismo día que yo. Retomado y dejado. Tan dejado que sigo sin saber si quiero leer más. Si quiero sumergirme en un alter ego de espirales, música y viento. Si quiero sumergirme en la frase que me ha obligado a volver a dejar de leer. "Aún hoy recuerdo el tacto de su mano aquel día. Es un tacto diferente a todo lo que he experimentado después. En aquellos cinco dedos y aquella palma se concentraban, como en un catálogo, todas las cosas que yo quería saber, todas las cosas que tenía que saber. Y ella, al tomarme de la mano, me las enseñó".

Demasiado. Manos, espirales, viento, cumpleaños. Yo no tengo los ojos rasgados. Y no me llamo Hajime. Y seguro que después de esta página se acaba la magia, o no. Me he visto en letras. Me ha vuelto la perturbación del perturbado. He visto a un fantasma mirándome a los ojos. Un fantasma que es el yo que se me aparece en sueños, en esos sueños de imposibles que de tan dulces deseas soñar y soñar. El fantasma que escribió esto entre espirales y viento:

Así que aquí sigo. Volviendo a volver. Vuelvo a volver. Volvería a volver. Ahora aquí sigue habiendo desierto en los ojos. Ahora aquí sigue habiendo mar y montaña. Ahora sigo durmiendo la siesta girando sin parar. Mientras mi cabeza vuela mi cuerpo aterriza. Cuando mi cabeza aterriza es mi cuerpo el que vuela. Y todo tiene sentido sin tenerlo. Porque soy espiral. Porque soy círculo. Porque quiero otros círculos. Porque en el fondo, lo que quiero, es lo que siempre quise. Desde pequeño. Y que tuve durante un tiempo, cuatro años, concretamente. Las raíces todavía me lo impiden.  Pero mis raíces están creciendo con fuerza. Se van sin querer hacia el este. O no. Quiero ser tan espiral que pueda tener raíces en todos los sitios en los que, alguna vez, fui feliz.

Y además, igual tengo que ir a Japón.

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