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El lío de la Davis

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deportes
Por liddell
Actualizado 20-05-2008 16:28 CET

Ya era hora que Lissavetzky mediara en el conflicto entre el equipo español de Copa Davis y el presidente de la Federación. No conocía a Pedro Muñoz hasta que saltó el escándalo. Pero algo sí conozco del funcionamiento de los torneos y del entorno de los tenistas.

Pedro Muñoz

Los jugadores, especialmente los que ocupan los primeros puestos del ranking, son especialmente cuidadosos con su imagen y, por supuesto, con sus declaraciones. Son “cools”, es decir, aburridos, predecibles. Tanto, que cuando surge alguien que no se ajusta al guión suele acaparar todas las miradas.

Sus declaraciones están reglamentadas. Rueda de prensa tras el partido y en algunos casos, según compromisos televisivos, a pie de pista. Se sabe de antemano la pregunta y la respuesta. Si ganan, el rival ha sido bueno, pero ellos se han encontrado bien en la pista y los golpes les han funcionado. Si pierden, no se han encontrado bien en la pista, los golpes no han funcionado y el rival ha sido mejor.

Detrás de ellos hay patrocinadores poderosos que buscan una imagen que no genere controversias y que despierte admiración, afinidad, cariño ...

Por ello fue sorprendente el primer comunicado que lanzó el equipo durante el torneo de Roma. Nunca se habían oído palabras tan fuertes contra el presidente de una federación por parte de los deportistas y, sobre todo, por el reconocimiento de que gozan dichos tenistas.

A las pocas horas, a pesar de que Pedro Muñoz había anunciado que no iba a hacer declaraciones, le oí en una entrevista en un programa deportivo de Radio Nacional. Me sorprendió que la defensa que hizo de sí mismo se redujera a repetir que tenía 13 ó 14 –no recuerdo con exactitud- condecoraciones y que había sido elegido democráticamente.

Argumentos francamente pobres. He intervenido un par de veces en el proceso de concesión de medallas al mérito y sé como funciona. Y lo de la elección democrática no presupone la bondad de la gestión.

El resto fue decir que había depositado documentos ante notario y que los jugadores estaban manipulados.

Todo esto, sin hacerse todavía público qué candidatura era la elegida para sede de las semifinales, aunque parecía que la decisión era vox populi.

Cuando oficialmente se anunció lo que todo el mundo sabía, Madrid, se produjo el segundo comunicado, más duro todavía, acompañado de los textos de los mensajes que Pedro Muñoz había remitido a jugadores y su entorno y las réplicas.

Cualquier esperaría del presidente de la federación de uno de los deportes que más éxitos y prestigio reporta a España que supiera manejarse con más elegancia en estas lides. El tono desenfadado y hasta chulesco puede ser comprensible en un adolescente, pero no en un señor con responsabilidades representativas.

Los jugadores están encantados de jugar la Davis, aunque estén machacados por el calendario. No les resulta rentable, pero lo hacen por prestigio y porque siempre es una gozada ganar una ensaladera para tu país. Por ello, porque es un sacrificio participar, quieren que sea en las mejores condiciones posibles.

Y ya que podemos elegir sede y superficie, que sea al menos a favor del equipo. Es decir, a nivel del mar y en superficie lenta. Desde luego es inimaginable que Australia, en la misma tesitura, decidiera jugar en arcilla en lugar de hierba y si lo hiciera, sin duda, los jugadores –que son los que tienen que ganar los partidos- se soliviantarían.

Por mucho que se empeñe Muñoz, no se trata de Madrid sí, Madrid no. Se trata de que para un torneo de estas características hay sedes más adecuadas que la capital.

Toca sosegar el ambiente. El mal está hecho y los jugadores, me temo, desconfiarán de Muñoz. Éste. por su parte, no reconocerá que la decisión tomada no responde a criterios técnicos, sino de otra índole, desde políticos a económicos.

Lo cierto es que se ha llegado a una situación de difícil retorno y por mucho que Muñoz enarbole el apoyo de la Federación, quien trae éxitos al deporte español no es él, son los jugadores.

Lissavetzky tiene una papeleta difícil, porque son las federaciones las que designan a los deportistas olímpicos y, visto el cariz que han tomado las cosas, una vendetta no es una opción a descartar. Y Lissavetzky, obviamente, quiere asegurar medallas.

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