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Malos tiempos para la privacidad

Actualizado 22-05-2008 13:24 CET

En general, el ciudadano de a pie es poco consciente de cuántas veces al día sus datos personales, sus acciones, su ubicación, sus gustos, son registrados en una base de datos. En muchos casos, tenemos la posibilidad de darnos cuenta, de intuir, que eso va a ocurrir, como cuando pagamos con una tarjeta de crédito, pero son muchas otras las ocasiones en las que nuestra privacidad queda almacenada en algún sitio sin que se nos informe de ello, como al pasar bajo una cámara de vigilancia con reconocimiento automático de matrículas o cuando se usa la señal de nuestro teléfono móvil para ubicarnos.

Publicidad de la TV License británica, con poco respeto por la privacidad (por codepo8, en Flickr)

Los políticos y burócratas no son propensos a impedir o limitar esta recolección constante de datos. Antes bien, no dudan en ampliar y justificar cualquier ataque a nuestra privacidad si intuyen que con él podrán controlarnos mejor.

Tomemos como ejemplo esta noticia de ITN (también en El Mundo - gracias, Carlos): en el Reino Unido, los burócratas planean profundizar aún más en las prácticas de retención de datos reguladas por la Directiva Europea 2006/24. Ya estaba en marcha la retención de los historiales de llamadas telefónicas por parte de los operadores de telecomunicaciones, que debían ponerlos a disposición de la administración si se les requería judicialmente. Ahora, en lugar de ser los operadores los responsables de guardar los datos (cosa bastante natural porque, al fin y al cabo, esos datos se originan en sus sistemas), será el propio gobierno quien los recopile y almacene de forma centralizada, para usarlos posteriormente con una orden judicial. Además, no sólo se guardarán los datos de las llamadas (incluido el lugar desde el que se hicieron) sino también los referentes a las conexiones a Internet y, atención, los correos electrónicos. No pensemos que el Reino Unido es el peor caso de abuso de privacidad de Europa: contra él compite duramente Alemania, donde incluso se prevé que la autorización judicial no sea necesaria en algunas circunstancias. España, obviamente, tampoco se libra de todo esto.

¿Dónde radica la verdadera amenaza?

El problema está en que cada vez que cedemos una parcela de nuestra privacidad, perdemos por completo el control sobre lo que pasará con ella en el futuro. Normalmente, las medidas contra la privacidad siempre se justifican con referencias a grandes fines comunes, como la lucha contra el terrorismo o contra la pornografía infantil. Estas excusas grandilocuentes se usan para evitar las críticas (¿quién va a oponerse a que se luche contra la pornografía infantil?) y conseguir así que se aprueben cosas que, de proponerse para otros fines menos audaces, nunca serían aceptadas por la opinión pública. Así es como leyes antiterroristas acaban usándose para espiar a familias comunes con el único objetivo de comprobar si están intentando conseguir plaza para sus hijos en un colegio que no les corresponde. También así se empieza por inspeccionar tu ordenador en los aeropuertos en busca de fotos de menores, pero quién sabe si en el futuro te podrán negar la entrada en algún país por guardar correos electrónicos críticos con su gobierno.

Además, toda medida que afecta a la privacidad de los ciudadanos, a la hora de anunciarse ante la opinión pública, se considera carente de fallos. Es decir, los políticos se preocupan mucho de recopilar nuestros datos, pero suelen pasar de puntillas sobre cómo impedir que esos datos se usen indebidamente y nunca hacen referencia a ello o, cuando lo hacen, dan por sentado que sus sistemas de seguridad funcionarán. Pero no siempre es así: bases de datos como la que se planea poner en marcha en el Reino Unido son una mina de oro para todo tipo de personajes malintencionados: desde hackers y crackers, hasta empleados que se saltan las normas para espiar a sus novias, pasando, desde luego, por todo aquél dispuesto a dejarse sobornar por alguien con suficiente dinero.

No permitamos, por tanto, que sigan robándonos nuestra privacidad. No confiemos en que a las medidas intrusivas se les dé el destino con el que nos as venden, ni nos escudemos en el “no tengo nada que ocultar”, porque una vez que tus datos, tus acciones, tus costumbres, quedan registrados, no hay vuelta atrás, y nunca sabes quién accederá a ellos pasado mañana, ni qué conclusiones sacará de ellos, ni qué repercusiones puede tener todo eso para ti. Con la privacidad, no se juega.

Publicado originalmente en http://manueldelgado.com

Foto: codepo8

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