María

^{"No comparto tus ideas, pero lucharé hasta la muerte para que tu puedas expresarlas”. Voltaire}

María San Gil, el adiós de una luchadora

María San Gil es un ejemplo. Sí, es un ejemplo de superación, de lucha contra la adversidad, de valentía. Quizás sus ideas no las comparta una mayoría de españoles, ni si quiera de vascos. Pero María, la María por antonomasia de este país, es un ejemplo para mucha gente que se dedica a la política.

Hace un año por estas fechas, María San Gil luchaba contra el cáncer. Se lo diagnosticaron en plena campaña electoral de los comicios municipales y autonómicos en los que venció el Partido Popular. María se trató, luchó, venció al tumor, y al poco tiempo volvió con las mismas fuerzas con las que había dicho que dejaba temporalmente la presidencia del Partido Popular vasco.

Un año después, dice adiós, pero aparentemente por más tiempo. María San Gil se ha enfrentado a la cúpula de su partido, una lucha de un David frente a un Goliat barbudo que ha dado con los huesos de la diputada vasca en el suelo. Ha lanzado un órdago y lo ha perdido. La historia de la desconfianza mutua ha sido el final de una trayectoria política marcada sin duda por la muerte de Gregorio Ordóñez.

María estaba con él cuando le mataron en 1995. Desde entonces, su lucha, como la de miles de vascos, ha sido derrotar a ETA. Nunca confió en el diálogo, y eso le pasa factura elección tras elección. Pero se mantiene en sus principios: en vencer a ETA y devolver la dignidad a las víctimas sin ceder un ápice en los principios.

Se podrá estar o no de acuerdo con María San Gil, pero nadie puede discutir su valor. Valor  para enfrentarse a ETA; valor para decir no a la negociación cuando su pueblo grita con todas sus fuerzas lo contrario; valor para defender sus principios en la famosa ponencia política; valor para plantarse y decir "hasta aquí hemos llegado"; valor para enfrentarse a la dirección de su partido y a muchos de sus compañeros vascos; y valor para decir adiós, cuando el respaldo que pensaba unánime le dejó tiritando en minoría.

Es muy poco habitual que un político de este país se vaya cuando tiene una derrota. María, la luchadora, la amiga de Rosa Díez, de Míkel Buesa, de Carlos Iturgáiz, la pupila de Mayor Oreja, coge su fusil y se va con su música y letra a otra parte. Deja la presidencia del PP vasco, se va por la puerta de atrás, y se niega a seguir en la dirección de una formación que ya no confía en ella. Podía haber dado el puñetazo en la mesa, o amenazar con irse a UPyD; podía ponerse a despotricar de todo lo que ve y ha visto. Pero María se irá a su casa, en silencio, triste, porque se siente traicionada, y siente traicionados los principios en los que cree. Igual que hace un año se retiró sin hacer ruido para vencer la enfermedad.

Decía Voltaire: "No comparto tus ideas, pero lucharé hasta la muerte para que tu puedas expresarlas". Mucha gente no comparte las ideas políticas de María, pero moriría por que ella pudiera defenderlas. Muchos podemos compartir o no sus planteamientos en política, pero lucharíamos hasta la muerte para que ella pudiera expresarlas. Porque su voz libre, libérrima, no puede dejar calladas a miles de voces que luchan, que gritan por la libertad en Euskadi. La libertad no entiende de pensamiento político, y María, la gran María, es la gran luchadora por la libertad de este país. No se merece este final político que le están dando. Una enfermedad mucho más grave que la que venció hace un año: la de la intolerancia y la ambición de su propio partido.