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LA SOLEDAD DEL COMERCIAL

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trabajo
Por naca
Actualizado 05-06-2008 00:23 CET

TODOS CONOCEMOS A ALGUNO. LOS HEMOS VISTO MIL VECES EN ACCION, INCLUSO SUFRIDO SUS ATAQUES, PERO SEGURAMENTE LA MAYORÍA DESCONOCE LO QUE SE CUECE EN LA TRASTIENDA DE SU ALMA.

A tirar millas, monstruo

Están en todos sitios. En el supermercado, en la farmacia de la esquina, en el bar de Paco, llamando a nuestra puerta... Aunque no lo crean, son legión, y no se detienen ante nada y ante nadie. Entran en los locales a maletín calado, armados solamente con la fuerza de su palabra y el punzante descabello de la experiencia, y cumplen hasta el final con su principal máxima: No dejar pensar a sus víctimas. La venta es su droga, su dependencia, el fin de su existencia. Su éxtasis, venderle una enciclopedia de caza mayor a un ecologista de Greenpeace que al principio casi les cierra la puerta pillándoles los dedos.

Yo mismo he comprobado con mis propios ojos, mientras me tomaba una caña en un bar, cómo uno de ellos, que no conseguía colocarle al dueño cuatro cajas de cervezas de importación, terminó vendiéndole al encargado el peluco de oro de su pedida por cuarenta mil pesetillas de nada. Una vez que el inocente comprador se marchó al almacén, seguramente para deleitarse a solas con su magnífica adquisición, aquel veterano del Tercio de la Puerta Fría me miró con una sonrisa de oreja a oreja y ,guiñándome un ojo, dijo apuntando a su muñeca: “Dos mil pelas en los moros”.


Quizá pueda parecer que su trabajo es fácil, sin emociones, incluso rutinario. Pero nada más lejos. La vida del comercial es dura, hecha para hombres constantes y mentalmente estables. Hombres que se vienen arriba aun cuando han entrado en veinte sitios ese día y les han dicho nastic del plastic en todos. Hombres que aguantan estoicamente el primer palo del "no" rotundo, consiguen suavizarlo con un "es que no me interesa mucho", siguen hasta arrancar un "pues no sé qué hacer", y al final saben llegar al "bueno venga, lo compro", con cierta elegancia y singular mano izquierda.


Pero nadie se acuerda de los miles de kilómetros recorridos en busca de clientes. De la veintena de pares de zapatos cuyas suelas han sido gastadas por el continuo roce con las aceras, avenidas interminables, empedrados caminos sin asfaltar, y hasta me atrevería a decir que con el roce de sus esperazas de futuras ventas.


Tampoco se acuerda nadie de la soledad del comercial. De las múltiples horas con la única compañía de sí mismo y de sus pensamientos. Pensamientos que si no se saben encauzar debidamente pueden llegar a la autodestrucción personal. Un largo viaje por autovía, con la única presencia a los lados de campos de cultivo y puticlubs de carretera se convierte en el momento propicio para replantearse su precaria vida laboral; la mierda de sueldo fijo que recibe, las jugosas comisiones inalcanzables con que le tientan, el indispensable odio visceral que le produce su jefe de equipo... Pero saben contar hasta tres, respirar hondo, y olvidar rápidamente estos oscuros pensamientos y seguir para adelante, como hacen los grandes hombres. Y por este motivo son dignos de mi admiración personal. Vender o Seguir es la divisa de este aguerrido cuerpo de legionarios de la carretera.


Y como valientes que son, seguirán entrando en los bares, restaurantes, supermercados, casas particulares y demás, a puerta fría y pecho descubierto, con la carretera como patria y la esperanza como Dios.

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