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NO VUELVO A IR A BENIDORM II

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turismo
Por naca
Actualizado 05-06-2008 00:57 CET

LAS FAMILIAS QUE NO RECUERDAN SU PROPIA HISTORIA ESTAN CONDENADAS  A REPETIRLA.

Pues nada, que tiran mas dos tetas...

Anda que no. Aquel cinematográfico juramento, con Dios por testigo y todo, que años antes escupimos al cielo con el puño lleno de arena cual Scarlata O´Hara de serie b, hoy nos lo tenemos que tragar con potatoes. Más que nada porque de nuevo estamos rumbo a Benidorm, por mucho que el renault doce torne ahora en todoterreno de última generación, las cintas de Juan Pardo sean sustituidas por los cedés de grupejos españoles que cantan en inglés, o los familiares los hayamos cambiado por la inestimable compañía del Míguel, Joserra o el Cubatas.

 Y si antes tan sólo nos interesaban que llegasen las vacaciones para ver a los primos, jugar en la playa o hartarnos de helados, ahora nuestros pensamientos tan solo van encaminados a alpistarnos todos los días hasta los ojos, ponernos morenitos, y ante todo y sobre todo enganchar a alguna jaca guarrona -las guiris también valen, solo que son más difíciles, por el idioma más que nada- y meterle una tarascada que le deje temblando las piernas un par de días por lo menos, si bien es cierto que a la hora de la verdad son ellas las que nos suelen dejar temblando a nosotros.

 Y así, como el que no quiere la cosa, llegamos otra vez a Benidorm. Descargamos del todoterreno nuestras maletas, el aparato de música más grande que se encuentre en el mercado, las cajas con el whisky, y por qué no, parte de nuestra calentura, pues nada más poner el pie sobre esta legendaria ciudad del despiporre le soltamos cuatro burradas a dos alemanas que pasan a nuestro lado que sin embargo no parecen hacer mucha gracia a los dos bigardos rubiales que inesperadamente aparecen tras ellas y que, todo hay que decirlo, consiguen que se nos pongan de corbata.

 Una vez que soltamos lastre en el minúsculo y asqueroso apartamento que el Cubatas se encargó de alquilar-¡He conseguido uno baratísimo!, ¡Soy un monstruo!-, bajamos a la playa e intentamos encontrar un mísero hueco entre las ochocientas cincuenta mil sombrillas que pueblan la misma. Y con tanta mala suerte que acabamos entre una de esas familias que prácticamente toman la playa-sin reconocer por supuesto en ningún momento que nosotros una vez formamos parte de esa tribu y a la que seguramente dentro de unos cuantos años volveremos- y una macropanda de la tercera edad cuyo sonoro y constante crujido de huesos a veces incluso consigue ahogar el no menos odioso sonido de la música del chiringuito.

De chavalitas de esas estupendas como las que salen en la tele ni rastro. Lo más parecido que divisamos es una rubia de bote con tatuaje en el hombro, a modo de matrícula, que pone Leganés, y a la que podemos ver las tetillas de refilón entre el pequeño hueco que dejan las tres sombrillas que hay delante, una gigantesca pelota de nivea y los encallecidos pies que una holandesa cincuentona tiene alzados sobre una sillita.

 Sobre las tres regresamos al apartamento y allí damos buena cuenta del suculento manjar que será la base de nuestra dieta veraniega durante los próximos seis días. Nos referimos por supuesto a los sempiternos macarrones y a las insípidas aunque siempre indispensable salchichas. Y tira millas.

 Ya por la noche, nos ponemos guapos y nos apretamos una botellita de DYC-nunca Johnny Walker- por cada tres, y salimos medio mamados a la calle, dispuestos a comernos el mundo, y siempre con la inocente esperanza de que esa noche logremos encontrar compañera de lecho que sustituya por una vez la compañía del Cubatas, que vaya viaje que nos está dando. Y como eso no suele ocurrir, pues volvemos al apartamento totalmente cocidos y acordándonos de la familia de alguien. Y por supuesto pensando que el año que viene no se nos escapa ninguna chati. Y ¡Otra vez a Benidorm!

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