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Una de bandoleros

Archivado en:
sociedad
Por naca
Actualizado 07-06-2008 20:12 CET

SURCARON LAS SIERRAS EN EL PASADO, DEJANDO PARA LA HISTORIA SU PECULIAR ESTAMPA Y DESGRACIADEMENTE A SUS VÍCTIMAS SIN EL MALDITO PARNÉ. PERO CON LOS AÑOS, ESE TOQUE ROMÁNTICO DEL DELINCUENTE EVOLUCIONÓ HASTA OTRO MUCHO MÁS VIOLENTO Y SIN ARTE, QUE ES EL QUE DESGRACIADEMANTE SUFRIMOS EN NUESTROS DÍAS.

Ahí está el tío ILUSTRACION: Santiago Cano


Dicen los nostálgicos que cualquier tiempo pasado fue mejor. Algo discutible, supongo, aunque en el caso concreto al que me voy a referir, sin duda me sumo a tal categórica afirmación.

Me refiero al mundo de los atracos. Si, ya sé, poco atractivo hablar de él, pero que está ahí, por mucho que nos pese. Solo que sin ese toque romántico que le daban los bandoleros de antaño, apareciendo de improviso cuando la peña cruzaba en diligencia por Sierra Morena camino, por ejemplo, del casorio del primo Lorenzo, afincado en Barbate.

Paraban entonces el carromato de turno, dando el alto al cochero, a quien se le ponían de corbata, y acto seguido obligaban a los pasajeros a poner pie en tierra. Cuando éstos salían, con el comprensible acojone reflejado en el rostro, una cuadrilla de peculiares personajes le estaba esperando a portagayola.

Tipos duros, con patillaca de hacha, nariz tomatera, la camisa medio abierta, dejando al aire un fornido pecho con más pelo que la oreja de un burro, pistola y faca asomando por la faja y un peligroso trabuco en las manos con ganas de escupir su letal gargajo al primer gilipollas que se pusiese gallito. Encima respondían a nombres tan molones como Diego Corrientes, José María el Tempranillo, Tragabuches, Pasos Largos...

Y cada uno tenía su propio estilo, su marca de fábrica. No era lo mismo decir Alarga la bolsa, hioputa, o te masco la nuez, que podía soltar el simpático Caparrota, que la elegancia y exquisitez de Juan Caballero, el Lero, cuando aflojaba la mosca a sus clientes con un Disculpe bella dama, le importaría entregarme, si no es molestia, ese par de zarcillos que se ha escondido bajo el refajo, y que todo hay que decirlo, a las mujeres les encantaba, aunque el cabronazo les estuviese levantando parte de la herencia de su bisabuela Gertrudis.

Y para colmo, unos cuantos crearon una especie de franquicia propia, que respondía al nombre de Los Siete Niños de Écija, recibiendo diariamente cientos de currículums, que desgraciadamente los de recursos humanos amontonaban en el archivador de su guarida, ya que, como siempre pasa, cuando la cascaba uno de los niños (con el estirón más que pegado ya, por cierto) su puesto era ocupado por el enchufado de turno, o sea, el típico cuñao, primo o amiguete del Tempranillo de la ofi.

Y sin duda, el mejor bandolero de la historia de la televisión ha sido don Curro Jiménez, basado en Francisco López Jiménez, el barquero de Cantillana. Una serie de culto en la que la estética e identificación del público con los personajes fue absoluta durante los años que duró, pues no fueron pocas las temporadas de emisión.

En fin, todo esto viene para explicar que ese tipo de delincuente romántico, pasó a la historia. Desgraciadamente, hoy en día no hay más que poner los telediarios y toparnos con la realidad imperante.

Esa realidad en la que una familia -mujer e hijos- se encuentra tranquilamente durmiendo en su chalé, mientras el padre, que le dijo a su esposa que iba a terminar unos asuntos de trabajo en el salón, se afila el lápiz ante una peli guarrilla de esas que ponen en la televisiones locales. Y de pronto, con el goterón de sudor resbalándole aún por el rostro, aparecen de la nada cuatro tíos rubios, con acento del este, que lo inflan a hostias mientras le gritan en un pobre castellano que donde están las llaves, matarile rile rile, matarile rile ron.

De buenos modales y eso, ni rastro. El hombre, que todavía no ha tenido tiempo de reaccionar, ni siquiera de enfundar su arma, bufa y rebufa en esperanto, intentando descubrir qué está ocurriendo en su propia casa. Cuando al rato se despierta, con el rostro ensangrentado y la cabeza dándole vueltas, descubre que los cacos, o Atila, han pasado por su house y la han limpiado mejor que Mr. Propper, perdón, Don Limpio, no caigamos de nuevo en la nostalgia. Luego, en el telediario del día siguiente, comentan la jugada y dicen que no hay que alarmarse, que el gobierno lo está investigando y el peso de la ley caerá sobre los culpables… Apañados vamos, Mcfly.

Así que, lo dicho, me quedo con los bandoleros de antaño. Aunque ahora que lo pienso, seguro que si volviera en una máquina del tiempo hacia esa época, me atracarían cuando estuviese galopando y cortando el viento con mi jaca, caminito de Jerez. Igual entonces no me parecerían tan salaos.

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