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Jaque al portero

Archivado en:
deportes
Actualizado 13-06-2008 12:43 CET

Es ingrato el destino de la mayor parte de los porteros de fútbol, condenados a retirarse casi siempre por aclamación y griterío popular. El portero no puede terminar su carrera jugando algunos minutos al final de los partidos, o viviendo en la placidez del líbero, como Matthäus o Fernando Hierro; no, el portero generalmente sale del equipo porque ha provocado varios desastres consecutivos que han acabado con la derrota del equipo y con una defensa callada por respeto al viejo león, pero de rostro visiblemente desesperado. Y el portero, que no es tonto, lo sabe.

Él no quería (EFE)

Lehmann lo sabe. Sabe que la prensa de toda Europa le señala como acabado, como indigno de ocupar la puerta de toda una selección alemana. Sabe que cuando se cuelga un balón en el área hay un runrún en el estadio, público de circo romano esperando ver hincar la rodilla al gladiador más viejo. Lehmann sabe que es posible que siga bajo palos con el 1 a la espalda por carácter y por dar un golpe de autoridad con su entrenador, no por los reflejos de gato que le hicieron ser una seguro de vida en el Ársenal. Lo ha visto más veces, pero le aqueja el mal de muchos guardametas: han sido tantas veces salvadores y héroes que se resisten a admitir que tienen miedo de que el balón se escape de las manos de nuevo y de medir mal la salida del córner.

Lo hemos visto más veces: Chilavert se negó a dejar el cargo de general al mando, como le pasa a tantos dictadores, y el tiempo le recordó que aquello había terminado en mitad de un partido de su selección, hincando literalmente la rodilla por no poder llegar a un balón sencillo que entraba por su lado derecho. Algunos, como Zubizarreta o Buyo, se permitieron el lujo de terminar sus carreras mucho más lejos de los focos y con una cierta tranquilidad. Kahn, Barthez, Schmeichel, Higuita, todos ellos incapaces de asumir, de aceptar, que ya no infunden miedo por el mero hecho de estar debajo de la portería mirando con fiereza al delantero que se atreve siquiera a intentar tirar a puerta.

Apenas unas horas antes del Alemania-Croacia, un portero de nombre terrible, Volkan, y mirada enloquecida, como la de todos los guardametas, expulsa a Suiza de su torneo y pone la primera piedra de lo que podría ser un portero de leyenda; apenas unas horas después, un polaco llamado Boruc se convertía en un titán de doce brazos para sacar balones inverosímiles que habían sido cantados como gol; la mirada de Boruc, el gesto desafiante al agarrar el balón, es la mirada inequívoca del portero que sabe que está viviendo su momento heróico. Sólo el tiempo dirá si algún día el mero hecho de mencionar al turco o al polaco provocará temor en los delanteros rivales.

Con millones de personas deseando decir "¡lo sabía!", ayer la fatalidad se cebó con Lehmann para terminar de apuntalar la condena a muerte futbolística que la prensa europea y los aficionados alemanes habían sentenciado mucho tiempo antes. Un tiro envenenado de Croacia, un desvío inoportuno de un defensa, el balón rebota en el palo creando una sensación de desconcierto cómico y lastimero al mismo tiempo en el portero y finalmente un ratón del área que empuja el balón dentro de las mallas. En el bar donde veo el partido una decena de aficionados germanos sacuden la cabeza con gesto resignado: tenía que pasar. Los croatas se envalentonan, tiran desde cualquier distancia, parece que pensaran "a este se la podemos colar desde donde sea"; Lehmann aguanta el trance con la dignidad que puede; sabe que sólo una actuación memorable en lo que queda de campeonato puede cambiar que se convierta en un canto de cisne amargo y ronco.

Alberto Haj-Saleh (editor de Libro de Notas)

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