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La confianza como arma

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deportes
Actualizado 14-06-2008 17:05 CET

¿Puede un puro estado de ánimo imponerse en un partido de fútbol por encima de las cualidades individuales de los jugadores? Sin lugar a dudas sí, y en pocos deportes ocurre de una manera tan frecuente. Los estados de ánimo, la confianza en el campo, se mide por una infinidad de detalles, algunos evidentes y reconocibles, otros minúsculos y muy sutiles. Durante el encuentro entre Holanda y Francia traté de buscar en los rostros de sus protagonistas las razones últimas para que dos equipos aparentemente parejos terminaran el partido con uno pasando como una apisonadora por encima del otro.

Domenech se hizo pequeño ante Holanda (Reuters)

En uno de los libros de la saga del Mundodisco, de Terry Pratchett, se explicaba la regla de que si consigues que haya sólo una posibilidad entre un millón de lograr un objetivo (desactivar la bomba, acertar a la manzana disparando con tu arco, sobrevivir a una caida en un acantilado) es casi seguro que lo conseguirás. Algunas veces creo que lo más fascinante del fútbol está en la frecuencia con la que se cumple esa "norma": el Manchester United consiguió en el minuto 93 una Champions que perdía en el 91; el Liverpool ganó otra que perdía tres a cero en el descanso de la final contra el Milan; el propio Milan dejó escapar unos cuartos de final después de haber ganado 4-1 en el partido de ida contra el Deportivo de la Coruña. Hay decenas de ejemplos más pero todos con un denominador común: los ganadores rebosaban confianza.

Sin confianza plena no se podría explicar que ganando uno a cero en el descanso ante una de las pocas selecciones que da miedo con solo nombrarla, Francia, Van Basten decida introducir a un jugador de vocación tan claramente ofensiva como Robben. El mensaje a su homónimo galo es claro: "pienso meteros otro". ¿Qué se puede pasar por la cabeza de Domenech en ese momento? Cuarenta y cinco minutos por delante, tenemos que volcarnos al ataque o ponemos un pie fuera del europeo y, con la cabeza en el monumento al contragolpe que fabricaron los naranjas contra Italia, el mefistofélico entrenador rival sonríe y dice: "más te vale marcar porque si hay una contra...". ¿Cómo ir a por la victoria sin sentir la sombra del contragolpe soplando fría en la nuca?

Los franceses se desesperan, los holandeses se saben de memoria. Henry agacha la cabeza al acercarse al área, Robben la levanta; Diarra resbala antes de tirar, Van Nistelrooy imanta sus botas y retiene el balón el tiempo que él considera necesario; el asedio azul es atropellado y alocado, buscando arrollar a base de empuje, la respuesta naranja es rápida, incisiva, elegante, eléctrica, sin sudor innecesario; cuando más atacan los azules Van Basten da el segundo golpe de efecto: dentro Van Persie; Domenech mira a su zaga inquieto, el cuerpo le pide defender pero el resultado le exige atacar; el técnico neerlandés cruza los brazos y mira como un águila el desarrollo del juego, el francés tiene la boca seca y los ojos huidizos, adelante, donde atacan los suyos, detrás, donde esperan los verdugos holandeses para rematar.

La imagen definitiva la dan los porteros: Van der Sar abre los brazos y las piernas estirándolos más allá de lo verosímil, salta hacia adelante con sus casi dos metros de cuerpo rocoso, abre la boca en un grito aterrador que encoge la pierna del delantero francés, hace saber que por ahí no se puede pasar. A cien metros de alli, Coupet encoge su metro ochenta al ver la cabalgada en hordas naranjas que encara su portería sin que los tres defensas azules puedan hacer nada por evitarlo. Cuando Van Persie engancha el centro de Robben el portero galo ya ha perdido la batalla y se limita a dejarse fusilar. La mirada del guardameta contemplando derrotado el balón traspasando la línea de gol es la mirada de una selección que se rinde ante otra que, sobre todo, rezuma confianza.

Alberto Haj-Saleh (editor de Libro de Notas)

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