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Antología del golpe de efecto

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deportes
Actualizado 16-06-2008 15:36 CET

Turquía sólo sabe ganar gritando al cielo después de más de noventa minutos bajo la lluvia y arrodillada con los puños en alto sobre un campo de fútbol embarrado. En esta espléndida, emocionante e inolvidable fase de grupos, el equipo otomano ha presentado una candidatura firme como pocas a "selección épica" del torneo, a expensas de ver cómo se resuelve el resto de grupos (ay ese Francia-Italia que se cierne como momento cumbre de la competición). Durante sesenta minutos el encuentro entre turcos y checos presentó el contexto y describió atrezzo y atmósfera de lo que iba a ser la última media hora más dramática y llena de golpes de efecto de los últimos años.

Tuncay, de portero

Se abre el telón: República Checa y Turquía se juegan el pase a cuartos con dos trayectorias y estilos opuestos. Los turcos han sido caos y sangre, golpes de genio y pasión; los checos, frialdad y precisión, planes claros y estrategias de salón. Balón alto a Koller y primer gol. Y luego a esperar, a contener sin parpadear las andanadas turcas, con calidad suficiente para llegar a la línea de fondo y centrar pero con el héroe llamado a finalizar, Nihat, mirando el césped cabizbajo y dimitiendo de su papel relevante en el europeo. En el minuto 61 Plasil concluye una contra mortífera de los checos para poner el dos a cero. El público neutral, nosotros, asentimos tranquilos: se veía venir, fin de la obra, todo previsible.

Turquía dimite pero miramos conmovidos a un espigado centrocampista, Tuncay, que trata de acelerar a sus compañeros, corre, coloca el balón rival, incluso esprinta para darle un banderín nuevo al linier, que ha desmontado el que tenía. La República Checa contiene con desgana a los turcos y calcula mentalmente cuántas oportunidades tendrán ante los croatas en cuartos y si las semifinales serán contra Portugal. Ocurre el milagro: el primero de las docenas de centros turcos desde la línea de fondo cuyo rebote llega a los otomanos. Disparo, bote, desvío y gol. Quedan veintiséis minutos y los turcos aparecen agotados. Miradas a Nihat que esquiva a sus compañeros. El héroe camina sólo en el área.

Entonces... el golpe de efecto. Pase lateral blando e intrascendente de los turcos a falta de cuatro minutos para cerrar su finiquito en el europeo. De cien opciones posibles Cech, el coloso del casco negro, uno de los pocos porteros que aún atemorizan con sólo mirar, escoge la peor. La pelota se le escurre de entre los guantes y golpea casi sin querer a Nihat, que pasaba por allí. La pelota entra llorando y el entrenador turco mira al cielo lluvioso de Suiza sin poder creer que los dioses le den esta oportunidad. La cámara, sabedora del drama, se detiene en los ojos del gigante checo de aspecto aterrador. Reproduce a cámara lenta la mirada muerta, congelada, gris, el intento de ánimos de unos compañeros que en el fondo no pueden evitar mirarlo como culpable. El foco sobre el portero que sabe que sólo le queda una oportunidad de redención: los penaltis.

Entonces... el golpe de efecto. La selección checa y la turca firman las tablas de forma aparente pero entonces Nihat lo comprende. Comprende que es su momento, que es un "ahora o nunca", que veintiún jugadores han decidido pararse pero uno, él, aún no. Y corre, corre como el demonio para embocar al guardameta checo para colocar un disparo inapelable que coloca el tercero, un tiro que golpea en el larguero antes de entrar, ese golpe en la madera que psicológicamente transforma un gol en un espectáculo. Qué raza de delantero encuentra su hábitat en los momentos clave, que clase de destino cruel decide masacrar la carrera de un portero en el minuto noventa del tercer partido de una Eurocopa.

Y entonces... el golpe de efecto final. Como en una película de Shyamalan aguardaba la sorpresa definitiva, el turno de la villanía para el portero rival. Volkan, cuatro días después de ser un héroe, da un empujón estúpido que Koller convierte en agresión brutal. El árbitro sin dudarlo saca la roja, Volkan trata de protestar y la cámara recoge el alarido del juez, estremecedor, un "¡no!" inapelable. Por la cabeza de los turcos pasan miles de cosas: los penaltis, los dos últimos minutos agónicos, lo cerca que ha estado de ser pena máxima aparte de expulsión, menos mal que la pelota estaba parada... Qué Eurocopa esta donde los descuentos en los partidos revitalizan a los cadáveres futbolísticos. Durante 120 segundos la hinchada checa vuelve a creer. Y debajo de los palos el espigado Tuncay, valiente, bravo, intentando siempre inspirar seguridad a sus compañeros, se enfunda la camiseta enorme del portero y los guantes inmensos y los agita, podemos, por aquí no entrará. Apenas un minuto después el colegiado da tres pitidos largos. Turquía pasa de forma agónica. Los espectadores, tras un segundo de boca seca y estupor, nos ponemos en pie y ovacionamos. Qué espectáculo.

Alberto Haj-Saleh (editor de Libro de Notas)

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