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La muerte de José Tomás

Archivado en:
sociedad, cultura
Por txema
Actualizado 16-06-2008 12:36 CET

La muerte por la muerte. José Tomás ha cambiado la máxima clásica del arte y nos saluda porque va a morir ante nuestros ojos. Nos guste o no. Es un empeño que viene de lejos, un suicidio ritual sin japoneses en el tendido. La obra de un genio o de un loco, o de los dos. De alguien que cree que hay que perderlo todo para ganarlo.

José Tomás, cubierto de sangre propia y ajena. EFE

Morir en el momento exacto, con el significado correcto. Morir con sentido como el guerrero que llega a la vida por medio de la muerte. José Tomás está llenando estos días de sangre las portadas y los informativos, convertido en un kamikaze taurino. O en un loco iluminado. O en un estúpido suicida. Cuando un torero se levanta del suelo tras ser corneado y sigue como si nada con lo suyo parece cargado de razones. El líquido rojo fluyendo a través de los agujeros del cuerpo acojona a cualquier detractor que, de pronto, se halla ante alguien que desafía a la muerte.

Pero esto no va de toros, ni tan siquiera de si las corridas son o no un arte (creo que si aunque otros con más méritos defiendan lo contrario). Se trata de ver al héroe muerto en el clímax, de contemplar cómo se va su vida en mitad del orgasmo, de observar un hito, algo histórico, único, el instante en el que alguien está dispuesto a morir y lo intenta con todas sus fuerzas. También resulta cruel este espectáculo de canto al suicidio. Tiene su lado poético, qué duda cabe, pero no somos japoneses ni José Tomás se está jugando el honor en cada pase (aunque él lo crea). No es heróico morir por testarudo, ni de valientes dejarse la piel contra un enemigo invencible.

La contemplación de cuerpos ensangrentados es un espectáculo de larga tradición. Morían los gladiadores con sus miembros amputados, los disidentes en jaulas de hierro, los delincuentes apedreados, los santos torturados, las brujas pasadas por mil cuchillos, los enemigos atravesados por estacas. Más o menos, con matices e innovaciones tecnológicas, todo sigue igual. Con la excepción de quienes, como José Tomás, están dispuestos a dejarse la vida por un ideal. En su caso sólo la suya está en juego, porque su muerte sólo persigue la belleza. Por eso conmueve. Porque es inútil, estúpida, innecesaria (como todas).

Y hermosa (como pocas).

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