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Niños esclavos del fútbol. Segunda parte

Actualizado 25-06-2008 11:13 CET

Retomo esta noticia, he leído mucho sobre el tema y preferí dividirlo en dos partes, con el porcentaje que se quedan los responsables de las escuelas ilegales de Ghana de los primeros contratos de estas pequeñas estrellas cuando llegan a Europa.

Escuela ilegales de las que se aprovechan los clubes europeos

Aloti puntualiza que el contrato es justo para todas las partes interesadas. "Si contratan a Daniel, yo espero una compensación por el tiempo que le he dedicado, por los conocimientos y la técnica que yo le he enseñado. Sus padres lo saben y no van a permitir que el chico se vaya sin darme mi parte". señaló el responsable de esta escuela ilegal. 

"Isaac me va a ayudar a cumplir mis sueños», añade Daniel, que ha dejado de asistir a la escuela y cuya familia se ha trasladado a Accra para inscribirle en la academia de fútbol. "Mi madre tiene la máxima confianza en él", explica, "y mi familia está ahorrando para pagar el viaje a Francia, donde voy a hacer unas pruebas. Nosotros le entregaremos el dinero a Isaac y yo lo voy a hacer por mi familia. Si paso las pruebas, me llevaré a mi madre a Francia conmigo y le compraré una casa en París».

Un futuro como «sin papeles». En el caso de Daniel. Es muy poco probable que pueda entrar legalmente en Europa y, dada la reputación de esta academia, va a ser prácticamente imposible gestionar que le hagan una prueba. Lo más probable es que su única alternativa sea la de viajar ilegalmente a Europa por una de las rutas marítimas, numerosas y muy peligrosas, que siguen los cayucos que, desde la costa occidental de África, llevan a las islas Canarias y, desde allí, a la España peninsular.

En mayo del año pasado, uno de estos botes, un pesquerito de arrastre que hacía agua, fue abandonado por el patrón y arrastrado a tierra, hasta la playa de La Tejita, en Tenerife, con 30 jóvenes africanos a bordo. Algunos presentaban hipotermia y todos sufrían una fuerte deshidratación. De ellos, 15 eran adolescentes que creían que iban de camino para jugar en el Olympique de Marsella o en el Real Madrid.

Retrato del éxito. En su casa de los suburbios, Tina y Vivian Appiah se mueven al ritmo de la música jamaicana más discotequera. Detrás de ellas hay un retrato descomunal de su hermano mayor, Stephen Appiah. Él es mediocampista del equipo turco del Fenerbahce y multimillonario. "Su éxito ha hecho que toda su familia pueda vivir bien y también ha puesto celosos a todos los que nos conocen, hasta extremos enfermizos. Podemos ir a comer a hoteles de cinco estrellas y viajar por Europa", dice riéndose Tina.

A pesar del dinero de su hermano, la enorme mansión en que viven se encuentra en un estado poco presentable, descuidado. "Todo el mundo quiere vivir como nosotras", afirma Vivian. "Las mujeres de por aquí querrían que sus hijos o sus hermanos también triunfaran para poder poseer lo que tenemos nosotras. ¿Si nos pusimos tristes cuando Stephen nos dejó para irse a Europa? ¿Tristes? Estábamos encantadas. Nuestra madre había rezado a Dios para que triunfara. Cuando Stephen era pequeño ya jugaba muy bien y todos queríamos ayudarle. Mi madre vendió el televisor para comprarle unas botas. Nosotros le ayudamos entonces y ahora él nos ayuda a nosotras".

Casos como el de Appiah son más que aislado. Culture Foot Solidaire es una organización benéfica creada para ayudar a jóvenes africanos que han sido abandonados después de viajar hasta Europa para realizar pruebas de fútbol. Jean-Claude Mbvoumin, presidente de esta organización, nos comenta. "Un importante equipo español cuenta con tres niños cameruneses como posibles fichajes", denuncia Mbvoumin. "Los chicos tienen 10, 11 y 12 años de edad. Vienen en gran número, más y más cada año, y cada vez son más jóvenes. Llegan miles de niños. Un número cada vez más importante viene en avión; no sólo viajan a través de los cayucos que llegan a las islas Canarias. Los visados para un mes son fáciles de conseguir en África mediante un soborno pero, cuando no se supera la prueba, los chicos se quedan aquí. No tienen nada que les empuje a regresar. Estos chicos no tienen más que 14 años y terminan en las calles".

La verdad de las mentiras. Con la colaboración que recibe del programa de trabajo social del ayuntamiento de París, a todas luces insuficiente para todos los frentes que tiene que atender, Mbvoumin, un ex jugador de fútbol procedente de Camerún, intenta localizar a los chicos que están en situación de mayor riesgo. "En estos momentos estamos realizando un seguimiento de 800 chicos de entre 10 y 18 años", explica. "En el verano la cosa no es tan dura, pueden dormir en las calles.

Pero en invierno los muchachos caen en la desesperación y se introducen en la delincuencia y en el consumo de drogas. Llegan aquí con las promesas de los intermediarios zumbándoles en los oídos y al final todo lo que les queda es el sonido de las sirenas de la policía y el hedor a desperdicios podridos en pisos abandonados».

En el difícil barrio de Saint-Denis, al norte de París, nos encontramos con Simon, un inmigrante camerunés ilegal. A pesar del frío, no viste más que un polo de color negro; no tiene abrigo. "Llegué aquí hace un par de años con un visado por 30 días con el sueño de jugar en el Paris Saint-Germain", relata Simon. "Yo ya jugaba al fútbol en Camerún. Mi familia tenía puestas en mí todas sus esperanzas. Cuando me vine, mi madre incluso arrendó un bar. Hicieron un cartel enorme que decía ‘¡Buena suerte! Estamos orgullosos de ti’. Cuando el club me respondió que no les interesaba, sentí tanta vergüenza de volver que me quedé aquí en plan ilegal".

A mi madre le digo que pronto le voy a enviar dinero para ayudarla y, también, para pagar al intermediario. Le digo que estoy jugando sin problemas. Me siento como un hombre condenado, como si mi vida no tuviera salida. Tengo 18 años y en mi pueblo, en Camerún, me consideran un ídolo".

Vivir así es inhumano, es propio de esclavos, de esclavos del fútbol que tanto nos apasiona en el primer mundo.

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