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Pero la realidad llamó a mi puerta

Por sara
Actualizado 27-05-2008 23:50 CET

Desde la imaginación hacia la acción social, cómo podemos mejorar las cosas al ser conscientes y conocedores de ellas.

En mi mundo ideal, en mi imaginada utopía, las cárceles serían paredes vacías al asalto de telarañas y ratones confundidos. Las personas –todas las personas- se dedicarían a aquello que les llenase y todos tendríamos tiempo para nosotros mismos y para todos los demás. En este mundo, la democracia entendida como un voto único cada “x” años sería un pasado, o un chiste, y la gente aprendería la ciudadanía mediante la experiencia de la participación, con la pertenencia activa a un colectivo. Los adultos no serían déspotas de los niños, ni los hombres de las mujeres, ni las mujeres occidentales de las demás, ni tú de mi, ni nadie de nadie. No viviríamos bajo el peso (in)visible de la carestía, ni de la necesidad de altas sumas de algo llamado dinero para sobrevivir, no compraríamos el tiempo ni el esfuerzo de la gente, no pagaríamos por el cuidado y cariño a nuestros hijos, ni por satisfacer nuestros deseos sexuales. Aprenderíamos el respeto, olvidaríamos el dinero y nos consideraríamos por lo que somos y no por lo que damos y tenemos.

Soñar de vez en cuando está bien, es necesario, pero a veces hay que poner un poco los pies en la tierra. Actuar sobre la realidad para cambiarla (a mejor, claro) supone en ocasiones tener que reconocer el mundo en que vivimos. Si no hiciese esto, si no fuese realista, igual pedía hoy mismo que se prohibiese esa costumbre tan habitual de pagar a terceras personas para que cuiden de nuestros hijos, para que les den cariño, la comida, que les ayuden con los deberes y les hagan sentir acompañados. Podría, por ejemplo, poner el grito en el cielo, reflexionando sobre cómo se sentirán esos niños al saber que su cariño tiene precio, o lo humillante que puede ser para quien cuida cifrar en un número de euros el suyo propio. Pero resulta que vivimos hoy y ahora y en estos parámetros espacio-temporales existe algo que se denomina “trabajo” que al 90% de la gente no le gusta del todo, pero que es básicamente una obligación que tenemos los que queremos ganar las alubias del plato. Todos trabajamos (excepto algún privilegiado) y esto está legalmente reconocido: tenemos derechos y deberes, pagamos impuestos, tenemos derecho al paro, a vacaciones, a bajas por enfermedad, a una jubilación más o menos decente… Esto es así porque dentro del mundo que nos ha tocado vivir hemos sabido manejarnos un poco y otorgarnos ciertos “privilegios”. Muchos años de lucha sindical y el avance de la democracia tal y como hoy la conocemos nos han dejado en esta posición que, pese a no corresponderse con el mundo soñado, nos concede un margen para la libertad y la felicidad nada desdeñable.

Dentro de este margen seguimos avanzando (o lo intentamos) hacia una sociedad más justa e igualitaria, pero igual que nos adaptamos en nuestras dinámicas vitales al mundo en que vivimos, algunas de nuestras luchas también han de adaptarse a él, ¿qué en mi mundo soñado el cariño no se compra y me he pasado tres años cuidando niños (de otros, se entiende)? Pues mi lucha concreta será porque la situación de este sector mejore: más contratos, mejores condiciones, estabilidad, etc. ¿Que hay un alto número de mujeres que venden servicios sexuales? ¿Que estas trabajadoras no tienen reconocidos sus derechos? Que se reconozcan, es un trabajo que existe dentro de la actual libertad, que se legalice y que sus profesionales tengan los mismos derechos y obligaciones que el resto. ¿Qué la clandestinidad y el “mercado negro” alientan a las mafias y hacen difícil distinguir entre prostitución y esclavitud sexual? Que se legalice lo legalizable –la libre decisión de la persona a trabajar en la prostitución de entre las opciones de que dispone- y se persiga con mucha más fuerza y contundencia lo que, sin lugar a dudas, es un delito para el que no tengo suficientes palabras. Que se persigan y controlen las mafias, que se encarcele a los esclavistas, que se cierren los burdeles que hayan permitido estos crímenes en los que se vulnera y aniquila la libertad de las personas. Pero, por favor, que no se confunda una cosa con la otra. Hace poco se descubrió cómo un matrimonio en EEUU esclavizó a dos mujeres en su casa, ¿Alguien ha pedido que como respuesta se prohíba el servicio doméstico? No, la moralina sólo salta cuando la palabra sexo está por medio. La prostitución sigue siendo un tabú en nuestros días, esto la conduce a una invisibilidad que la hace más y más vulnerable, siendo las prostitutas las principales perjudicadas. Basta de miramientos y miedos a determinados grupos de presión, las trabajadoras del sexo también tienen derechos y estos han de ser reconocidos por ley de una vez por todas.

Estamos hablando de personas de carne y hueso, discriminadas en nuestra sociedad a nivel social, legal y económico. Soñemos en las nubes, actuemos y reivindiquemos con los pies en la tierra.

Sara Lafuente Funes

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