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Clisés de la generación Erasmus

Actualizado 12-07-2008 12:41 CET

El cineasta Cédric Klapisch ya afirmó que el tópico siempre contiene una pequeña parte de verdad. Junto a otros como John Carney, Jean-Pierre Jeunet o Anno Saul, se ha convertido en uno de los más brillantes autores a la hora de diseccionar el inconsciente de la generación Erasmus. Lo cierto es que, nos guste o no, el clisé existe. Y funciona.

Hace unos meses se estrenó en Francia la nueva cinta de Cédric Klapisch. Tiene el sucinto nombre de París, y como imaginan, está hecha para arrastrar a las butacas al mismo público que con anterioridad flipase en Amélie o París Je t’aime. Público que en modo alguno es desdeñable por sus dimensiones. Da que pensar, el hecho de que los creativos se empeñen en reformular reiteradamente la esencia de la ciudad de los perfumes y los cruasanes, así como otras tantas imágenes estrechamente vinculadas al europeísmo y el carácter cosmopolita. Las más de las veces, repetir la fórmula funciona; como los primeros veinticinco minutos de Hostel, de Eli Roth: Un documento que todo historiador que se precie debiera visionar de aquí a un tiempo, a fin de recapitular los estímulos vitales de esa generación Erasmus llevados a un planteamiento casi hiperbólico, aquello de lo que el precoz crítico cultural Pablo Muñoz hablaba como la Poética del fotolog adolescente.

Sea como fuere, lo cierto es que los clisés existen. Son la clave del retrato generacional, como si alguien se hubiese molestado en diseminar expectativas a nivel interno entre los miembros de un mismo grupo de edad. El propio Klapisch lo expresaba con contundencia en una entrevista: «Lo complicado en el tópico es que siempre contiene una pequeña parte de verdad.» Tópicos de esa generación de la que yo mismo formo parte es el Dublín al que asistimos en el musical Once, de John Carney; el viaje que los dos protagonistas de Aaltra (dirigida por Benoît Deléphine y Gustave Kervern) llevan a cabo en silla de ruedas desde la Francia profunda hasta Finlandia; las ciudades de Ámsterdam y Estocolmo tal como Irvine Welsh las retrata («No eres más que Euroescoria, Euan. Todos lo somos. Aquí es donde el mar arroja toda la escoria. El puerto de Ámsterdam.», dice un personaje en Acid House); o el Hamburgo de tablas de skate, graffiti e inmigración turca en Kebab Connection, de Anno Saul; por no hablar del ya citado Cédric en Las muñecas rusas y El albergue español, cuyo argumento precisamente gira en torno a un grupo de estudiantes Erasmus que coinciden en un piso de Barcelona, a lo cual habría que añadir otras tantas vetas generacionales —la esquizofrenia de las relaciones personales o el conflicto generado en el tránsito de la vida estudiantil a la laboral— y los distintos detalles más o menos sutiles; por ejemplo, la pesadilla de encontrar habitación en una gran ciudad.

Huelga decir que los documentos referidos podrían pasar como enormes anuncios o guías turísticas de las ciudades que representan, acaso porque en cuanto a clisés se refiere, el contexto físico es ineludible. De lo que no cabe duda es de la genialidad que desprenden todos estos autores a la hora de pergeñar sus proyectos, pues a riesgo de caer en lo perecedero (es lógico que así sea: si lo que vas a abordar es una sociedad en constante devenir, lo más probable es que tu testimonio rápidamente se diluya en el olvido), optan por proyectar sus aptitudes hacia la cirugía psicosociológica. Olisquean con éxito las necesidades de un público inteligente (para el caso, el clisé no es sinónimo ni de unidimensionalidad ni de estulticia: hablamos de espectadores con una formación cultural sensata), sin por ello renunciar a un acabado de órdago.

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