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Consumid, malditos

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politica
Actualizado 15-07-2008 10:08 CET

Me permito llamar la atención del amable lector sobre un concepto básico de la física. Cuando yo era joven, se estudiaba en esa asignatura durante los primeros años de las carreras técnicas. Es el móvil perpetuo de primera especie. El esquema muestra un carricoche dotado de una vela. El esfuerzo del pasajero, que produce la corriente de aire necesaria, hace que se desplace el aparato indefinidamente.

Móvil perpétuo de primera especie

Esto solamente es posible en la imaginación del físico, cuyo mundo perfecto no sufre las consecuencias de las pérdidas por rozamiento ni de las necesidades fisiológicas del piloto. También ha sido posible como espejismo en la España alicatada hasta el techo de los últimos años.

La construcción frenética de viviendas para la especulación y no para la habitación, junto al incremento brutal del precio del metro cuadrado se ponen en cabeza de la carrera de los despropósitos. Levante edificios, señor promotor, no importa que no haya forma de llevar agua corriente hasta ellos. No es relevante el hecho de que la carretera de acceso tenga los mismos carriles que antes. Total, estas casas no son para habitar, son para invertir.

La multiplicación del precio de los panes y los peces en el camino desde el campo hasta la ciudad ocupa un lugar igual de privilegiado en el ranking del sinsentido. Los grandes de la distribución de alimentos se forran con la connivencia de las administraciones públicas que, recién convertidas a la democracia y al libre mercado, no se atreven a establecer un control de precios que beneficie al ciudadano.

Mientras tanto, la moderación salarial corre paralela al enorme beneficio empresarial. Algunas empresas presumen de espectaculares cuentas de resultados a la vez que recortan las condiciones laborales de sus empleados. Rara es la nómina que se incrementa como el IPC. Raro es el mileurista que abandona tal condición. Raro es el seiscientos eurista que se incorpora al colectivo anterior.

El sector de la energía obtiene las subidas de tarifas que desea, sin que se haya castigado a los responsables del escándalo que supuso el colapso del suministro eléctrico en Barcelona durante el año pasado. Brutal beneficio sin inversión. Y dando gracias. Porque, a cambio, nuestros hábiles políticos nos salvan de la energía nuclear. Lo que no dicen es que compran a Francia la electricidad que no podemos generar. Que nadie se entere. Los franceses la producen en sus... centrales nucleares. Si alguna se accidenta -Dios no lo quiera- sufriremos las consecuencias de igual modo que si ocurriera aquí el desconsuelo.

En el mundo del automóvil viene a ocurrir otro tanto. Otros que no invierten ni un ochavo en investigación ni en racionalización porque lo que importa es vender coches. Si son asesinos o contaminantes, da igual. Nadie se ocupa de que se adapten al espacio disponible -sobre todo en las ciudades- o de que dejen de pudrir el medio ambiente.

Pero no pasa nada. Se crea el espejismo de que podemos seguir alimentando la economía con viviendas que nadie habitará, vehículos que no caben en las ciudades, tubos de escape que producen porquería que no respiraremos y alimentos que no compraremos porque valen seis veces más cuando llegan a su destino.

Incluso algún político en el ejercicio del poder incita al consumo, explicando que es la solución a la crisis. No ha caído en la cuenta de que el acto consumista precisa de ingresos, y que éstos tienen que crecer al mismo ritmo que los precios.

El motor que hace avanzar a una sociedad como la nuestra es la investigación. Pero esta actividad es de largo plazo, incompatible con el oportunismo y el deseo de hacer caja rápidamente que anida en las voluntades de nuestros empresarios. Pero de ésto no tienen culpa ellos solos. En el ambiente de picaresca e inseguridad jurídica que propician nuestros políticos, cualquiera deja un euro a la vista. Llega la SGAE, dice que es suyo y se lo echa al bolsillo.

A nuestro móvil perpetuo de primera especie se le acaba el fuelle. El viajero ya no puede soplar más porque tiene hambre, sueño y ganas de ir al aseo. Va a tener que bajarse. A ver ahora qué hacemos, de peatones y sin costumbre de andar.

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