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Leonard Cohen, nuestro hombre

Actualizado 23-07-2008 11:11 CET

A sus 73 años, el cantante y poeta canadiense sigue en forma

Leonard Cohen ha dejado el tabaco, las mujeres y la droga. Es vegetariano y desde su estancia en un monasterio zen en los años 90 vive en armonía consigo mismo. El canadiense imaginaba una vejez tranquila, lejos de las discográficas, de las giras, de la prensa, del público. Pero el destino es traicionero y un día Cohen descubrió que su ex manager le había robado 5 millones de dólares. Así que ya no era un venerable poeta, sino un viejo cantante arruinado y olvidado del sexo.

Para ganar dinero hay que trabajar. Eso está claro. Leonard sacó un par de discos (uno, Ten new songs, bastante flojo; otro, Dear Heather, muy decente), pero no dieron los resultados económicos esperados; la crisis discográfica afecta a todos, ahora los artistas ganan dinero con los conciertos. Fue entonces cuando su página web anunció una gira mundial.

Varios meses, dudas, cancelaciones y recuperaciones después, Cohen llega a Benicasssim. Dos horas antes del concierto no hay nadie en la explanada del escenario verde. Una hora antes aparece algún periodista y unos pocos vips; en el escenario, los pipas preparan los instrumentos. Cuarenta minutos antes, sale Leonard Cohen y su banda. Ningún aplauso los recibe, no van a actuar, sino a la prueba de sonido. Durante un rato, una treintena de personas tenemos el lujo de disfrutar de un "concierto privado". Vemos al verdadero Cohen. Está tranquilo, habla con su gente, da instrucciones y bromea con el guitarrista. Tocan 4 canciones, casi la mitad de las que tocará en el concierto propiamente dicho. Después de cada una de ellas, sonríe y saluda a los asistentes. Viste de negro y lleva sombrero. El sol le cae en la cara; maldice el tiempo de España y se coloca unas gafas de sol de los años 80, acaso las mismas que llevaba en I'm your man. Corta una canción poco antes de acabar y se despide con un Hasta luego.

Entonces abren las vallas del festival y cientos de personas corren para colocarse en primera fila. Luego irán llegando más. Al inicio del concierto, ya son varios miles. Fuera del recinto, la gente se instala en una colina cercana para ver al maestro.

Es una ocasión única. Todos lo sabemos. Leonard Cohen lleva sin tocar 15 años y ésta es su única parada en España. El sitio no es el más apropiado, y el show será más corto de lo que acostumbra -3 horas- pero no importa: hay que verlo.

No defraudó. Leonard Cohen salió puntual al escenario y fue recibido, esta vez sí, por una sonora ovación. Tocó diez temas, durante una hora exacta. Fue breve pero intenso. Las canciones, elegidas a conciencia. Suzanne, The Future, Bird on the wire... y para terminar, So long, Marianne. El momento mágico de la noche coincidió con Hallelujah. Gracias quizá a las múltiples versiones de este tema -desde John Cale a Rufus Winwright-, todos los asistentes corearon el estribillo.

Una grata sorpresa fue el buen estado de Leonard Cohen. Algunos pensábamos que el cantante se mantendría hierático detrás del micrófono, y que su ronca voz se escudaría en los coros que le acompañaban. Para nada. Su voz suena mas potente que en sus discos y que en la última gira. Cantar para él no es un mero trámite. Cohen se arrodilla, se levanta, agarra el micrófono con fuerza y mira al cielo para gritar su oración.

Ahora sólo queda esperar que vuelva a España en su gira de otoño. Mientras, podemos dar gracias a su manager.

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