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La habitación del señor Ledger. Un suceso ficcionado

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cine, sucesos
Actualizado 11-09-2008 13:00 CET

Al parecer, el actor estaba muy ocupado preparando un personaje para su última película, -una producción americana basada en un héroe del cómic con muchos efectos especiales- y se había recluído voluntariamente en aquel sitio a fin de encontrarse con su personaje.

-¿ Las reglas del juego?. ¡ Perfecto, Señor Ledger !. Me encantan los juegos...¡ Ha, ha, ha, ha, ha !

Hacía tan sólo doce días que Christian trabajaba en ese hotel de la costa azul. Había cogido aquel trabajo por dos motivos; para empezar necesitaba el dinero, pero la razón más importante era la oportunidad que aquel hotel le brindaba de conocer en persona a sus ídolos del cine, puesto que era el sitio predilecto de las grandes estrellas para pasar sus estancias en plena época de festivales del séptimo arte. Para un estudiante de interpretación como él aquello era lo más parecido a un sueño. Sin embargo, cuando el director le encomendó la tarea de subir la cena a la habitación del señor Ledger, un calambre repentino le subió por la espalda y las manos se le quedaron heladas al momento. “ La habitación del señor Ledger”, se dijo para sí mismo Christian. Hacía dos días que el director había despedido a un botones por negarse a subir la cena a la habitación del señor Ledger, y no sin motivo. Desde que éste se instalara a principios de mes en el hotel, jamás había salido de su habitación. Era un hecho probado que el actor había dado órdenes en recepción de anular todas las llamadas telefónicas que a su habitación pudiesen llegar y además había advertido al director de que no se le molestase bajo ningún concepto. Por lo visto, el tal Ledger había contratado además de su habitación - la última del ala oeste-, todas las habitaciones de ese mismo pasillo. Y desde el miércoles pasado, cuando una repentina tormenta de verano había dado al traste con las instalciones eléctricas, la única fase del hotel en la que no se había restablecido la luz era precisamente el ala donde éste se hospedaba. Ningún recepcionista ni botones parecía conforme ante la idea de tener que hacer una visita a esa parte del edificio, y menos aún, de noche.

“La habitación del señor Ledger, la número 306, la última del pasillo”, se repetía Christian mientras subía la bandeja con la cena. El ascensor no funcionaba, así que Christian tuvo que subir los tres pisos por la escalera de caracol revestida en mármol que quedaba al otro lado de los comedores del servicio. “No te preocupes por la luz”, le había dicho el señor Foster, el director del centro, “El pasillo debe de estar iluminado cada cinco metros por las luces de emergencia, así pues, sólo tienes que seguirlas hasta el final y encontrarás la habitación”. Al parecer, el actor estaba muy ocupado preparando un personaje para su última película, -una producción americana basada en un héroe del cómic con muchos efectos especiales- y se había recluído voluntariamente en aquel sitio a fin de encontrarse con su personaje. Christian no sentía la más mínima curiosidad por ese tipo de cine, pero sí era cierto que el actor despertaba su interés por la versatilidad de sus interpretaciones y lo variopinto de sus trabajos. Así pues, con su cuadernillo para recibir autógrafos en una mano y la bandeja con la cena en la otra, Christian, -que ya había terminado de subir las escaleras- se adentraba en el pasillo que conducía a la habitación.

“Las luces de emergencia no funcionan” pensó Christian para sí. “Debo comunicárselo al señor Foster cuando baje”. Al avanzar un poco más en el interior del pasillo, Christian notó de nuevo un escalofrío en la parte posterior del cuello, y una sensación de miedo le invadió intensamente. “Vamos, Christian, no vas a tener miedo por una tontería así”. El pasillo presentaba ya de entrada un aspecto grotesco. Se mostraba incomprensiblemente inhóspito. Las ventanas que daban a la calle estaban abiertas y las cortinas ondeaban sin ningún impedimento. La temperatura era más baja de lo normal para aquella época del año y el frío se le metía a Christian por todos los flecos de la chaqueta. El pasillo no era muy largo, pero la disposición de este ala del edificio era curvada, en forma de C, de forma que no se ve veía la habitación siguiente hasta que no estabas encima de ella.

Venciendo todos sus miedos, Christian se llevó hasta el final del pasillo, y cuando estuvo frente a la puerta de la habitación golpeó dos veces con su nudillo, carraspeó, y anunció su visita. “ Se...Señor Ledger. Su... su cena está aquí, señ...”. La puerta estaba entreabierta y cedió al llamar. Una tenue luz azul asomó por la rendija que dejaba el marco. “Quizás el señor Ledger haya salido”, pensó Christian. Ya estaba dando media vuelta cuando un rumor callado de conversación le llegó desde el interior de la estancia. Abandonó la bandeja con la cena en la moqueta, se acercó a la rendija azul que iluminaba el quicio de la puerta y pudo escuchar vagamente una conversación entre dos personas. “ ¡Entre dos personas!. Quizás el señor Ledger tenga una visita”. La conversación se hizo más clara a cada instante.

-¡Ha, ha, ha, ha!- se reía una de las voces con un tono estremecedor.- Querido amigo- y la voz se hacía más siniestra a cada palabra. – ¡Creo que está usted perdiendo su sentido del humor!
Desde luego esa voz no era la del actor. En realidad no parecía la voz de ningún hombre o mujer, por la cadencia con la que pronunciaba las palabras y el tono tan extraordinariamente irreal. Christian permaneció a la escucha.

- Te he dicho que no quiero que vuelvas por aquí – Ésta voz, en cambio, si parecía ser la del huésped solitario, pero, por contraste se mostraba temerosa y algo confusa- Tú no eres más que un producto de mi imaginación y mi trabajo. ¡ Cuando yo te reclame, tu vendrás. Éstas son las reglas del juego! – Ahora la voz se mostraba irritada y violenta.

-¿ Las reglas del juego?. ¡ Perfecto, Señor Ledger !. Me encantan los juegos...¡ Ha, ha, ha, ha, ha !

Justo en ese momento una corriente de aire helado entró desde la puerta donde estaba Christian, cerrando de golpe todas las ventanas de la habitación y rompiendo los cristales con un ruido ensordecedor. Christian, presa del pánico y sintiéndose descubierto, huyó por el pasillo en forma de C como un gato perseguido por una manguera a presión, sin dejar de escuchar a sus espaldas aquellas terribles carcajadas: ¡ Ha, ha, ha, ha, ha !

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