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La educación patriótica: generadora de monstruos

Actualizado 17-09-2008 03:22 CET

Interesante artículo de opinión, a partir de una anécdota real, sobre el impacto de las políticas de educación nacionalista, en las que el uso abusivo de la lengua cooficial (euskera, vasco o gallego) cercena el aprendizaje de los jóvenes. El autor se refiere a este fenómeno como "una pobre y maltrecha travesura partidista permitida, sostenida, apoyada y respetada por nuestro sistema político-social".

A esto, la educación al servicio de la patria, del estado o de “un pueblo”, han recurrido y recurren aquellas élites de poder que, tratando de inocular a las masas sus idearios nacionalistas, hacen de la educación una torticera herramienta al servicio de intereses partidistas. Esto es, sin lugar a dudas, una de las mayores atrocidades a cometer por cualquiera de las tiranías que han existido o que están todavía por venir. Propia, claramente, de regímenes totalitarios.

Podrían traerse a colación un buen puñado de citas ilustrativas sobre ello. Sin embargo, ahorraré al lector el esfuerzo de su aprehensión, entre otras cosas porque a buen seguro quien haga seguimiento de estas líneas tendrá en su haber personal más de un discurso demostrativo de la cuestión. Es preferible en este caso, no obstante, acomodar a la presente disertación la anécdota, no sólo verosímil ni creíble, sino real, con la que no hace mucho una fuente me obsequió. El episodio se desarrolla en Madrid, durante el mes de Septiembre, pocas semanas antes de que el nuevo curso universitario eche a andar. En una Facultad de Ciencias de una Universidad (repárese en el significado de esta palabra, gracias) madrileña (obviaremos qué Facultad y qué Universidad para ahorrarle el escarnio público), tienen lugar unos cursos de iniciación para los alumnos recién aterrizados en el sistema universitario. Estos son los denominados “cursos cero”. Sirven para atemperar los nervios de los iniciados, poner al día sus conocimientos y allanarles el camino en su nueva experiencia.

En una de las aulas, los jóvenes estudiantes se afanan en resolver complejos problemas. Reciben, claro está, la ayuda, consejos y consabidas explicaciones de una profesora. Todo discurre con normalidad, como en cualquier otra aula de una Universidad española: todos, y a la vez ninguno, parecen entender lo que se les comunica. Lo que rompe el discurrir habitual de la clase es la intervención pública de una de las educandos. Aseguró, firmemente, que no entendía nada. Lo cual, para muchos podría ser todo un gesto de honestidad y humildad poco común en nuestros días. No todo el mundo está dispuesto a reconocer sus propias limitaciones, eso queda mal, es poco “cool”. Pero en realidad lo interesante del asunto descansa en saber, más que el qué, el porqué no entendía nada la joven aprendiz.

“Es que a mí siempre me han explicado eso en euskera, y entonces no entiendo esos términos. Hay tecnicismos que yo sólo he conocido en euskera”.

La estudiante que pronunció tal aseveración tiene 18 años recién cumplidos, vive en un país desarrollado y en pleno siglo XXI. Sin embargo, es el producto de una educación propiamente tribal que ha cercenado buena parte de su desarrollo mental y limitado su entendimiento con el más común de sus semejantes, por culpa de un modelo de enseñanza que tiene únicamente por objetivo ensalzar las peculiaridades de una lengua minoritaria y poco útil, que sirve además de punta de lanza de un movimiento político, muchas veces, de dudosa legitimidad: el nacionalismo vasco.

Susodicha criatura es un monstruo del sistema. Fuera de la Ikastola, donde probablemente acomodaron su educación al molde de los intereses del poder, fuera de su terruño, que algunos orgullosamente denominan Euskadi y al que demencialmente otorgan 7.000 años de antigüedad, esta joven chica no es ni será nada más que nada. O, como mucho, una clara ilustración de una aberración ideológico-política, incompresible a la vista de muchas mentes más allá de nuestras fronteras. Será, tristemente, el ejemplo de una decadencia, de un experimento atroz, de una pobre y maltrecha travesura partidista permitida, sostenida, apoyada y respetada por nuestro sistema político-social.

Es evidente que no es un ejemplo aislado. Es evidente que proliferarán exponencialmente durante los próximos años. Hace poco, el gobierno vasco volvía a preguntarse sobre la eliminación de las escuelas públicas del modelo educativo “A”, el que usa como lengua vehicular y curricular el español. Aseguran que “no funciona”. En Galicia, esta legislatura conjunta PSOE-BNG nos ha legado las Galescolas, una suerte de engendro indescriptible inspirado en las Ikastolas vascas. En Cataluña, a las autoridades educativas les preocupa más que los alumnos inmigrantes, venidos de fuera o nacidos en España, aprendan antes y con mayor solvencia la lengua “autóctona” que la común del estado.

Dentro de pocas generaciones, el panorama educativo, ya de por sí deficiente por otras cuestiones, promete ser mucho peor que deprimente y alarmante, que ya lo es. Y es una incógnita si algo de lo aquí dispuesto preocupa a los españoles. También lo es si algún político de buena fe optará por levantar la voz ante tal escándalo. Y asimismo, si el propio sistema educativo y sus integrantes (desde la escuela de primaria hasta la Universidad) se revuelven o no ante semejante dislate. Pero lo que sí tenemos es una certeza: no podemos seguir así. “Roma se quema”.

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