A problemas globales, histerias locales

La verdad sobre la crisis financiera no está en los diarios económicos, ni en las tertulias radiofónicas, ni tampoco en los parqués ni en los despachos acristalados. La verdad acerca de la crisis, como todas las verdades dignas de ese nombre, está en las conversaciones de bar.

Banksy

-Escúchame lo que te digo, Manolo, si el sistema no estuviese en manos de un montón de hijos de puta, esto no pasaría.

Esta frase, escuchada esta mañana en un bar de Madrid, sintetiza formidablemente todo el cuerpo teórico del pensamiento de Noam Chomsky en sólo 23 palabras.

Si somos estrictos en el uso del lenguaje, el hecho de que exista una economía real implica la existencia de una irreal. El problema de todo esto es que la economía irreal está manejada por hombres reales con jets reales que se acuestan con prostitutas reales en sus reales piscinas privadas.

Que la economía irreal contagie a la real es un concepto tan teórico, tan abstracto e inalcanzable para la gente del común que lo aceptamos como algo inevitable, igual que aceptamos la muerte, sin comprenderlo y sin armas con las que defendernos.

Hasta la eclosión de esta crisis, el mundo real era impermeable al Reino de Fantasía, había una línea invisible entre lo real y lo irreal. Ahora el posmodernismo ha llegado a la economía y asumimos como algo normal que el sistema económico mundial se base en operaciones realizadas con dinero que no existe. Como el Monopoly, pero con chinos cosiendo.

Los número imaginarios, hasta hoy patrimonio exclusivo de los matemáticos, pagan ahora nuestras nóminas. El efecto mariposa ha llegado al barrio y, si un hijo de puta bate un fajo de billetes en Wall Street, tu vecino se queda en la calle.

Relájate y disfruta, esto es la globalización. No todo iban a ser subidas de sueldo y niños negros muriéndose de hambre en la cara oculta del planeta, ¿verdad? Para que alguien se haga infinitamente rico, muchos deben hacerse infinitamente pobres, es una regla de tres, hasta tu madre la entiende.

La barrera entre realidad y fantasía se ha roto, y las carrozas con forma de calabaza se han echado a la autopista. El corralito ya no es patrimonio exclusivo de los argentinos, ahora es un miedo inmediato, el coco materializado, el hombre del saco acechante en la esquina.

La crisis pasará, por supuesto, pero ya nada volverá a ser lo mismo. Porque ahora sabemos que, en alguna parte de Wall Street hay un enorme boquete por el que la irrealidad se cuela en nuestra dimensión. Un boquete excavado en mitad de una pared de oro por el que habitualmente cruzan hadas dicharacheras pero que a veces, muy de vez en cuando, es atravesado por una enorme horda de trols.

¿Pero cómo se mata a un ser irreal? ¿Qué podemos hacer los simples mortales contra un concepto abstracto? La verdad, ya lo he dicho, está en los bares.

-¿Sabes qué, Manolo? Tenemos lo que nos merecemos. Ponme otra caña, anda.