Una pequeña historia republicana

Los hombres de esta historia no yacen en fosas comunes, al menos no todos, pero sufrieron el rigor del fusilamiento por ser sindicalistas. Dejaron, durante su año de cárcel, su testimonio en forma de poesías y textos de variada tipología escritos en hojas de papel de fumar y guardados durante décadas por sus familiares.

"Don´t make promises". Txema Rodríguez 2006 © All rights reserved.

Hace unos años ayudé a dos profesoras y amigas valencianas en una investigación sobre presos republicanos que habían fallecido en la cárcel. No se trataba de un acto de venganza ni de incriminación hacia quienes les encarcelaron primero y mataron, o dejaron con irremediable secuelas, más tarde. El trabajo de estas mujeres, María José Martínez y Miren Josebe Sabater, consistía en recopilar los poemas, escritos, cartas y mensajes que los presos hacían llegar a sus familias (la mayoría en las localidades de Vila-real y Burriana) empleando papeles de fumar ocultos en el dobladillo de pantalones y camisas o en los pequeños huecos de mimbre de las cestas. Estaba permitido que esposas y familiares se acercaran a la prisión a recoger la ropa sucia y este rústico sistema permitió una comunicación precaria. Más tarde, al ser descubierto el truco, hubieron de memorizar las cartas, versos y escritos. Mi labor, mucho más modesta, fue dar publicidad a lo que habían hecho.

Fue estremecedor conocer de cerca aquellas historias y manejar aquellas dinimutas hojas de papel que habían sido guardadas en cajas durante cincuenta o sesenta años. Ver que esas palabras era el único recuerdo de gentes como Antonio Baldayo, Pascual Cabrera, Vicente Moliner, Bautista Fortea, Francisco Mezquita o Álvarez Cienfuegos que mataron el miedo con versos mientras esperaban (fueron encarcelados en el 39 y fusilados en el 40) que llegara su último día. No fueron grandes literatos ni lo pretendieron y su historia, como la de tantos otros, quedó enterrada para siempre bajo una visión única, la del bando ganador, que no contaba con las penas de los derrotados y que permitió que sus familias vivieran durante décadas señaladas por el dedo acusador, teniendo que deshacerse de sus vidas y posesiones para dejar que el tiempo pusiera a todos los muertos en el mismo bando.

Me he acordado de estas gentes viendo lo que ocurre ahora (tan tarde) con miles de crímenes que quedaron impunes, con miles de víctimas a las que se despreció como a perros. Y en especial pienso en Pascual Cabrera, que fue el primer alcalde socialista de Vila-real y fundador de la UGT, que llenó su casa de monjas y curas a los que salvó el pellejo cada vez que una columna de anarquistas asomaba por el pueblo y que se recorría todas las casas de sus vecinos recogiendo víveres para los paisanos que estaban en el frente de Teruel. A él le importaba un carajo que fueran rojos o azules mientras fueran de Vila-real, de modo que cargaba el coche y se iba a repartir alimentos y ropa, cruzando de un lado a otro las líneas de fuego. Fue fusilado, como sus compañeros, por su afiliación sindical. Otros lo fueron por sus ideas religiosas, por ser ricos, pobres o por venganzas familiares. Miseria e injusticia hubo en todos los pueblos.

Sus familias, como los que ahora buscan en las fosas comunes cerrar la puerta más dolorosa de sus vidas, vieron como los asesinos quedaban impunes, recibían prebendas, honores, nombres de calles y reconocimiento social. A ellos, a los de esta historia que les cuento, les quedaron unos papeles escritos a lápiz. Fortea, en un acto de amor que impresiona, escribió para su hija un libro de texto de 60 páginas pensando que le prohibirían asistir al colegio por tener un padre republicano: estaba compuesto por las asignaturas de Geometría, Aritmética, Geografía, Gramática, Higiene, Moral y Economía.

Un resumen del libro Palabras en la antesala de la muerte se puede consultar en la publicación Tonos, una revista de estudios filológicos.