Nada cambiará el 15 de noviembre

El presidente virtualmente en funciones de EE UU, el usurpador George Bush, exige a los participantes en la cumbre que ha convocado en Washington el 15 de Noviembre para restablecer los mecanismos de intercambio desigual del sistema-mundo que cruje, compromiso y respeto a "los mercados libres, la libre empresa y el libre comercio".

En su informe anual número 78, el Banco de Pagos Internacionales afirma que el deseo de los bancos de reducir sus exigencias de capital mínimo, provocó el nacimiento de productos financieros con estructuras muy innovadoras. Gracias a su promoción por las agencias de calificación rating, estos productos financieros con rentabilidades muy elevadas, pero con riesgos también muy elevados, se expandieron por el resto del mundo bajo la tan deseada calificación A, AA, o AAA (es decir, emisor de máxima solvencia, y producto de mínimo riesgo). Esta circunstancia hacía a este tipo de productos muy atractivos por parte de los inversores, que hicieron caso omiso al riesgo para centrarse únicamente en obtener grandes plusvalías. Bajo este hecho, podemos decir sin escrúpulos ni pelos en la lengua, que el mercado libre y totalmente desregulado (el capitalismo salvaje), que fomenta la avaricia, la codicia y el egoísmo, es la primera y única consecuencia de la actual crisis financiera.

En suma, los hechos acaecidos en el último año invitan a pensar que las dificultades en el mercado subprime fueron el detonante, y no tanto la causa, de todas las alteraciones que siguieron. Todas las crisis precedentes tuvieron en común la innovación financiera: nuevos productos, muy atractivos y con elevadas rentabilidades. Prácticamente en todos estos casos hubo algún tipo de novedad económica o financiera que, considerándose precursora de una «nueva era», justificó esa rápida expansión del crédito y a la que se culpó después, como era de esperar, de la desaceleración sobrevenida. Podemos encontrar referente inluso en fechas tan alejadas como en 1873.

Pero sin duda, podemos llegar a la vaga conclusión de que es el propio sistema el causante de esta y otras muchas crisis precedentes. Además, el acelerado ritmo y la creciente intensidad de las crisis económicas, especialmente en ésta última, nos hace pensar que, efectivamente, el colapso del propio sistema está a punto de llegar. No soy ningún apocalíptico cuando digo esto, sencillamente me remito a los hechos y a la misma realidad. No hace falta ser un gran experto para darse cuenta de que el sistema actual no funciona, y eso es lo que hace a la cumbre de Washington tan vulnerable al fracaso.

El que crea que el presidente Obama va a cambiar el mundo, y el rumbo de los acontecimientos no tiene todavía los ojos abiertos. El futuro presidente Barack Obama, a parte de ser negro, es sobre todo estadounidense. Un estadounidense que corre el riesgo de centrarse única y exclusivamente en su país. Sus esfuerzos se verán volcados en volver a unir a un país cuya opinión fue dividida tras los fatídicos atentados del 11 de septiembre, y la posterior guerra de Iraq, y cuya esperanza de progreso y bienestar se esfumó cuando George W. Bush tomó el timón de la Nación. Los votanteshan elegido a Obama con la esperanza de que reorganice al país, lo reconduzca por la vía del sentido común y la razón, devuleva la paz a unos ciudadanos norteamericanos divididos, y retorne a los tiempos en el que el Estado era un supervisor, regulador, y garante del sistema, y no meramente una figura que permita el enriquecimiento desmesurado de unos pocos desaprensivos que se aprovecharon de los vacíos legales del sistema jurídico estadounidense.

Mucho me temo, por tanto, que las políticas proteccionistas volverán a ser las protagonistas con Obama en el nuevo orden económico mundial. La política internacional caerá en un segundo plano, y los Estados deberán salvarse ellos mismo de forma individual en un mundo en el que todos creíamos, y de hecho asegurábamos, como el más globalizado de la historia. Cuando los mercados financieros campan a sus anchas por el resto del mundo, cuando los países tercermundistas no pueden exportar sus productos primarios a los países más adelantados, cuando el nuevo orden mundial es ideado por una veintena de países, y cuando el hambre y la pobreza siguen existiendo hoy en día, no podemos hablar de un mundo globalizado.

Lo que hoy en día existe es (1) una desregularización absoluta y descontrolada de todos los mercados, sin precedentes en toda la história de la humanidad; (2)  un pasotismo también sin precedentes de los principales Estados y gobiernos del mundo, pasotismo visible en el escaso esfuerzo supervisor y regulador del mismo Estado; y (3) una capacidad de decisión y de poder político y económico sin igual de las grandes corporaciones multinaciones, cuya única misión es el enriquecimiento propio a costa de la explotación humana, la destrucción del medioambiente, el fomento del consumo descontrolado basado en el endeudamiento, la publicidad excesiva, y la amenaza y coacción desde estas grandes multinacionales a los gobiernos de países pobres con grandes cantidades de recursos muy rendibles y de fácil extracción. La única forma de cambiar el mundo, es cambiando los pilares del sistema con la intervención de todos participantes de este proyecto mundial, y no en una cumbre financiera cuya finalidad es hacernos creer que el Estado sigue existiendo, y que en realidad no es así. Invito a la reflexión.