Papá, mamá: quiero ser tertuliano

Lo confieso: me encantaría ser tertuliano. Levantarme cada mañana, echar un vistazo rápido a los periódicos del día y coger el taxi directo a la emisora de turno. Escuchar las noticias de boca de un radiopredicador y a continuación lanzarme al micrófono para opinar sobre los datos del paro, los resultados deportivos del fin de semana, la última víctima de la violencia machista, la crisis del PP o las decisiones de la subcomisión del aborto en el Congreso. Temas todos ellos en los que me considero -faltaría más- un experto de primer nivel, pues lo importante es parecer seguro de lo que se dice.

De izquierda a derecha, Enric Sopena, Isabel San Sebastián, Miguel Ángel Rodríguez y María Antonia Iglesias

Si en algún asunto me siento especialmente perdido, comienzo mi intervención advirtiendo de que se trata de una cuestión extremadamente compleja y delicada, para a continuación divagar todo lo que mi verborrea me permita. Ahora bien, no doy datos ni hago afirmaciones tajantes para no meter la pata y evitar el ridículo.

Acabada la tertulia, otra vez al taxi, un par de llamadas a algún contacto para que me cuente algún chismorreo interesante, y rumbo a la tele. Media hora de maquillaje mientras bromeo con mis compañeros de profesión y preparamos nuestra puesta en escena. Un cafecito rápido y al plató. Repito los mismos argumentos que en la radio, pero más acalorado, acompañando cada aseveración del gesto correspondiente: indignación para las críticas y cara de satisfacción cuando creo haber metido un gol a quienes se sientan en el otro extremo de la mesa. Les intento provocar y entro al trapo cuando son ellos quienes lo hacen. Pongo cara de enfadado cuando toca y busco los aplausos del público. Me guardo los chismorreos que me han contado para cuando el ritmo del debate esté decayendo. Hay que parecer informado y dar espectáculo.

Se apagan las cámaras y mientras me quitan el pote hago un par de llamadas: qué tal he estado, ¿poco agresivo? Igual tenía que haberme cabreado más, en fin, tendré que ensayar esta noche delante del espejo. De nuevo en el taxi, por fin rumbo a casa. Estoy harto de tanta información, no enciendo la radio ni consulto la prensa en internet. Por hoy he tenido suficiente y hay que descansar después de haberme embolsado más de mil euros en una mañana.

Todo esto lo cuento con el único propósito de demostrar que yo podría ser un magnífico tertuliano. Otra cosa no, pero labia y verborrea tengo de sobra. Y creo que lo de gesticular también se me daría bien. Así que ya saben, señores directivos de radio y televisión: hagan el favor de hacerme un hueco en sus tertulias y tendrán polémica asegurada.