Un espejo para el Real Madrid

El éxito del Barcelona (como antes de la selección nacional en el europeo de Austria y Suiza) es, ante todo, el triunfo del buen gusto por el futbol y el silencio de todos aquellos mezquinos que quieren convertir el balompié en un juego de especulación y estrategia carente de la verdadera razón de ser de este deporte: el balón.

¿Y el año que viene, qué? ¿el Madrid otra vez campeón de Europa?

Por eso los madridistas que amamos el fútbol sin fanatismos radicales y por encima de los colores de nuestro equipo, miramos con mucha envidia el logro histórico del rival por antonomasia; pero no por ello dejamos de alegrarnos de su triunfo, porque su éxito es un espejo en el que todos los equipos deben empezar a mirarse. Si las Copas de Europa conseguidas por el Milan de Sacchi y Capello impulsaron una corriente pragmática que anteponía el resultado a cualquier otra consideración, el éxito de los equipos de Guardiola y Aragonés (¿o deberíamos decir de Xavi e Iniesta?) dejan claro que la corriente que ahora se impone es la de dar un trato exquisito al cuero como única vía hacia el triunfo.

Esperemos que los nuevos gestores del club de Chamartín hayan tomado nota de los éxitos de los de Guardiola y sepan armar un equipo tan elegante como el azulgrana. Aquí van algunas pinceladas que los blancos pueden empezar a copiar desde hoy.

Un escudo como seña. En el equipo titular que anoche disputó la final de la Copa de Europa había siete jugadores criados en la Masía (incluyendo a Messi). Jugadores como Piqué, que en su gol al Real Madrid en el Bernabeú se llevó la mano instintivamente al pecho sabedor del daño que infringía a su eterno rival. Jugadores que sienten los colores desde pequeñitos y que se identifican con el club. ¿Qué hace Negredo en el Almería? ¿Y Mata defendiendo la camiseta del Valencia? (¿qué decimos de aquel chaval de 15 años que llegó a la Ciudad Deportiva desde su Camerún natal y cuyos derechos (mal)vendió el Madrid al Barça?). Los jugadores de la cantera tardan en asentarse y el deber de la nueva junta debería ser lanzar un mensaje claro a la grada de Concha Espina: Los Pavones están para quedarse y el aficionado debe otorgarles su confianza para que puedan demostrar su valía. No más Drenthes, Fauverts, Van der Vaarts o Huntelaars, jugadores que en su mayoría aportan muy poco (o nada) más que cualquier chaval de la cantera que ha mamado la importancia de jugar con la camiseta del mejor equipo del siglo XX.

Un equipo como idea fundamental. Guardiola ganó su primera batalla antes de tomar posesión como entrenador. Cuestionado por la dirección deportiva acerca de qué hacer con Ronaldinho dio luz verde a su traspaso al Milán. Corría el riesgo de que el brasileño volviese por sus fueros y que la grada le echase en cara haber prescindido de uno de los jugadores más determinantes en la última década pero sabía que los equipos deben estar por encima de sus figuras. El Gaucho generaba recelos entre sus compañeros (exteriorizados por el desencanto de Eto’o, un sentimiento compartido por más jugadores en el vestuario) y además había perdido el hambre, al menos en su versión deportiva (parece que definitivamente). La pregunta es ¿necesita el Madrid un jugador como Cristiano Ronaldo, qué se para en mitad del partido para ver la repetición de sus jugadas en las pantallas gigantes del estadio? Lo necesita si el entrenador que venga es capaz de reconvertirlo como jugador de equipo; si no, que se quede en Manchester (señor Pérez, acuérdese de como se desintegró la primera galaxia, sumida en un agujero negro de recelos en el que el equipo se retrataba en un belén atestado de figuras inmóviles).

Un técnico con las ideas claras y coherente con la historia del club. La apuesta de Joan Laporta por Guardiola (un técnico que hace un año se batía el cobre en la 2ªB) es el éxito de una apuesta por una determinada forma de entender el fútbol. Guardiola sabe quién es Johan Cruyff y qué fue aquello del Dream Team (un equipo sobredimensionado por la magia de excelentes partidos y la rotundidad de sus números pero que fue incapaz de mantener el listón tan alto como la actual generación de barcelonistas y que ganó tres de sus cuatro títulos de Liga en la última jornada más por demérito de sus rivales que por su propio talento). Guardiola se ha limitado a dos cosas: convencer a sus jugadores de que son capaces de ganar todo (y de hacerlo jugando bien), y a aplicar el sentido común. ¿Necesita el Madrid a un Mourinho? Después de Schuster y Capello (por no hablar de Luxemburgo o Queiroz), el Madrid necesita (y sus aficionados nos merecemos) un entrenador como Del Bosque (o Guardiola). Un entrenador que sea cómplice de los futbolistas pero que sepa mantener la distancia y capitalizar el liderazgo (y de dar un paso a un lado cuando llegan los triunfos dejando que el futbolista se sienta protagonista), un entrenador que ame el fútbol y que sepa asumir riesgos aún cuando eso pueda suponer una derrota. Pellegrini es probablemente (de los candidatos que suenan) el que mejor se ajusta a ese perfil.

Paciencia. Hace doce meses el Barça estaba sumido en una profunda crisis de identidad. La Liga se había vuelto a escapar por su propia inoperancia y el éxito pertenecía a un equipo que se sostenía con su confianza en el grupo (capitaneado por Raúl y los veteranos del vestuario) y en los chispazos de van Nistelrooy y Robinho y en las paradas de San Iker Casillas (cualquier otra lectura de los dos últimos títulos de Liga conseguidos por el equipo merengue es un ejercicio de fe insostenible). Institucionalmente el club vivía momentos delicados (moción a la junta directiva incluida) y parecía que aquest any tampoco iba a ser. Sin embargo contaban con una generación mágica que en 2006 se había coronado con un doblete calificado de histórico e insuperable (el tiempo ha demostrado que no era así) y con una generación brillante llamada a marcar una época en el fútbol mundial (Xavi, Iniesta, Messi, Eto’o...). Lejos de desmantelar el equipo y liquidar a grandes futbolistas en el escaparate de los grandes europeos (todos ellos han tenido ofertas mareantes), el club afrontó su segundo año sin títulos con la esperanza de que el cambio de gestor desembocaría en un cambio de tendencia. Es probable que el Barça (a juzgar por la edad media del equipo titular) tenga aún un par de años de dominación tiránica del fútbol mundial. Es probable que la conjunción de estrellas que según la prensa configurará la segunda era galáctica tarde en cuajar y en ajustarse como equipo. Vienen tiempos difíciles, preparémonos. Pero únicamente en esas travesías por el desierto se construyen las obras que perdurarán en la memoria. Todo lo demás son equipos de barro que podrán brillar como estrellas fugaces (como esas ligas de la era Calderón).

Alegrémonos pues, los amantes del fútbol del éxito del Barcelona. Animémonos los madridistas con su triunfo. Porque el buen fútbol solo puede nacer del éxito de los grandes equipos. Y que todos aquellos jugadores que “nacieron para vestir la camiseta del Real Madrid” (leiv motif de Florentino en las presentaciones de cracks mundiales como Figo, Zidane, Ronaldo y Beckham), vistan la elástica blanca y devuelvan al olimpo a nuestro equipo (con permiso de este extraordinario FC Barcelona).