El síndrome prevacacional

A medida que se acercan las vacaciones, una nueva patología laboral se apodera de la oficina cual gripe A. Nadie escapa a este virus para el que no existe vacuna.

¿Qué sería de nosotros sin unas merecidas vacaciones?

No, no has leído mal ni se trata de ninguna errata. Este artículo no va del ya famoso síndrome postvacacional, ese que afecta sobre todo al español de a pie, y que básicamente consiste en que cuando uno está de vacaciones sin dar un palo al agua, el tener que volver al trabajo, le deja durante los primeros días sumido en la más profunda de las depresiones comparable sólo a la que se siente cada vez que vemos en la cartilla del banco cómo la mensualidad de la hipoteca crece inversamente proporcional a nuestra capacidad de ahorro.

De lo que quiero hablar aquí es de un nuevo concepto de patología laboral: el síndrome prevacacional. Esta cada vez más frecuente enfermedad, puede presentarse en mayor o menor magnitud a través de una serie de síntomas de diversa intensidad y duración en función de las circunstancias personales de cada currante.

El primer síntoma que aparece es la necesidad imperiosa de visitar en internet cualquier página web que tenga que ver con vuelos y/o viajes baratos, agudizándose conforme se acerca la fecha de vacaciones y el trabajador no ha sido capaz de encontrar ese chollo que le permita irse al fin del mundo por menos de 300€ (tasas de combustible, aeropuerto, etc., incluidas por supuesto).

Otro signo evidente tiene que ver con la vestimenta del trabajador, que sufre una transformación progresiva yendo así del clásico traje chaqueta camisa y pantalón (y corbata en el caso de los hombres) a indumentarias que harían sonrojar al mismísimo Sony Crockett. Lo del casual wear es algo que en este país no se ha captado en su justa medida, y menos cuando el calor aprieta. En el caso del personal femenino obviaré cualquier comentario al respecto, bajo pena de ser acusado de machista, corto de miras, o peor aún, de puro "salido".

No menos importante resulta el tercer síntoma que tiene que ver con la aparición sospechosa de ojeras y el consumo de agua por encima de la media habitual (en ocasiones mezclándose ésta con alguno de esos sobrecitos de Neobrufen que se guardan como oro en paño) y que guarda relación con la profunda creencia que tiene el trabajador en que después de cuatro horas en la playa (o en la piscina), todavía hay tiempo para pasar otras cuatro de cervezas y tapas, otras dos o tres de televisión, y todo ello con tiempo suficiente para dormir lo justo y no llegar de doblete a la mañana siguiente.

Un cuarto síntoma lo podríamos resumir en el “¿qué te parece si me llamas en septiembre y lo hablamos?”. Y es que cuanto más inminente es la fecha de inicio de las vacaciones mayor es la pereza de abordar nuevos proyectos o incluso de avanzar en algunos ya iniciados. Lo de no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy parece que no es aplicable cuando “el mañana” se sustituye por “el después de las vacaciones”.

Lo dejaremos aquí, porque estoy convencido que a ti, avispado lector de este artículo se te ocurrirán infinidad de síntomas que añadir a las anteriores, por lo que te invito a que hagas tuyo este pequeño espacio escribiendo tus aportaciones, anécdotas y comentarios al respecto.