Reflexiones de un becario acojonado (y cabreado)

El verano significa para los medios de comunicación la aparición de uno de los elementos más característicos de este mundillo: los becarios. Dicen de los estudiantes de periodismo que descansan durante 9 meses (los del curso universitario) y trabajan (vaya si trabajan) durante el caluroso verano.

Forges también se hace eco de la extraña, pero emocionante situación que viven los becarios en sus quehaceres diarios dentro de una redacción. / IMAGEN: Forges.

Existen varias clases de becarios. Los hay culturetas, resabidillos, sobresalientes (o de matrícula), los tímidos, los cachondos, y por último, los que no valen ni valdrán para desarrollar una profesión en la que tener un poco de caradura y saber leer entre líneas es fundamental.

La primera barrera a salvar es la de la adaptación. La llegada a una redacción que parece una leonera, donde la información diaria se devora a un ritmo vertiginoso, es el gran reto del becario. Imaginen un veinteañero que lo único que tiene de periodista es una libreta y un bolígrafo, heredado, generalmente, del curso en el que lo único que ha hecho es dormir y salir de copas con la muchachada.

Si el chaval o chavala supera el primer obstáculo, el de poner el valor encima de la mesa y adentrarse en ese zoo del que en un futuro formarán parte, tendrán que hacer frente a la segunda prueba: un intensivo examen de los redactores más veteranos, que comprobarán la procedencia, el número de asignaturas suspensas y la edad del candidato a explotado redactor.

La respuesta del becario marcará el futuro de las relaciones con la plantilla de periodistas que componen el medio. Las respuestas faciales de los informadores revelan varios prejuicios universales establecidos en el mundo de la comunicación: Las Universidades o centros privados están tremendamente mal vistos, la juventud es un grado de inexperiencia impresionante, y el total de número de asignaturas suspensas es inversamente proporcional al grado de aprecio que sobre ti recaiga.

Por lo tanto, el prototipo de becario perfecto viene a ser el de un chico o una chica matriculados vaya usted a saber en que curso de la licenciatura de Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid, a los que se les atragantan asignaturas como teoría de la comunicación o derecho de la información, y que, por lo general, superan los 24 años.

Una vez vistas las pésimas caras (si eres un gran y joven estudiante) o las sonrisas de complicidad (sí, también ellos dejaban las más dificiles para septiembre) tendrás que hacer frente a tu futuro jefe.

Hay una regla en el mundo del periodismo que define a las personas más desordenadas y dispersas como jefes de un medio de comunicación. Deberás acostumbrarte a pasar horas en la redacción hasta que tu jefe se acuerde de ti, te envíe a cubrir un reportaje que nadie leerá, escuchará o verá, o hasta que maquete o pinte la página del periódico donde tendrás que devanarte los sesos para que al final, ese titular que tanto te ha costado escribir, sea editado por una frase carente de gracia y de sentido.

Hazte también a la idea de sufrir las impertinentes y molestas llamadas a las 9 de la mañana, solicitando que cubras cualquier estupidez en un lugar bastante lejano de tu cama, y al que por supuesto, no llegarás a tiempo.

Luego están las responsabilidades. Los primeros días, tus jefes te dirán: "Leches, sí ocurre algo cerca de tu casa, nos lo dices, y lo cubres". Nada más lejos de la realidad, no te hagas ilusiones. Escribirás lo que ellos quieran publicar, y eso de pedir acreditaciones para hacer la crónica del concierto de tu cantante favorito tendrá que superar el filtro de todos los redactores que conviven contigo.

"¿Un becario haciendo crónicas? - ¡Habrase visto!", será uno de los diálogos que más escucharás ante tu (indecente para ellos) proposición.

Cabreate y enfádate con el mundo, cuestiónate e interrógate, ¡tortúrate!. "¿Por qué habré empezado a estudiar esto?". Pues porque sabes que te gusta, porque quieres dedicarte a esto el resto de tus días, y porque a pesar de las perrerías que sufras como redactor novel, no hay nada más gratificante que ver tu trabajo publicado, cumpliendo una labor de función social: la de informar.

Hazte a la idea, cuando dentro de unos años ganes 1000 euros al mes, trabajes 12 horas al día y tengas 30 años, no habrá cosa más gratificante que incordiar y molestar a ese joven colectivo denominado "becarios". Será la pequeña alegría del año.

Y convéncete: ellos también lo fueron.