El piano de Kawakami o de cómo dormirse en un concierto y quedar como un experto

La japonesa que se hizo famosa por los Conciertos del Sueño regresa a Madrid para presentar su nuevo trabajo: 88 colores para un piano

Kawakami le cuenta secretitos a su piano (FLICKR; Albano Cruz)

Los conciertos de piano no están al alcance de todos, o eso se suele decir. La falta de costumbre (para algunos es una extravagancia de unos señores sordos que vivían en Viena hace mucho, mucho tiempo) y los precios prohibitivos que tienen los recitales, facilitan que lo del “pianito” sea algo pasado de moda. Un falso mito que no tiene en cuenta la realidad sonora y tangible contemporánea que presentan intérpretes como Mine Kawakami.

La pianista japonesa, que como exigen los cánones de genios prematuros empezó en el mundo de la música a los tres años, recala mañana en Madrid para presentar su nuevo espectáculo: 88 colores para un piano. El título tiene por número tantas teclas como un piano convencional (36 negras y 52 blancas) y promete un viaje marcado por piezas en las que destaca la libertad rítmica que le inspira la naturaleza. Quizá por su experiencia como profesora de piano -Kawakami sabe que para aprender a interpretar una composición los estudiantes tiene que cerrar los ojos y dejarse llevar por los paisajes que la música les va dibujando en la imaginación-, o quizá por la espiritualidad que desprende la tradicional cultura japonesa... Lo que puede tener seguro el público es que su música es una mezcla de colores vivos, movimiento y lazos sentimentales que transforman, con armonía onírica, las formas comunes, grises y vulgares.

No es la primera vez que la nipona ofrece un concierto en España. En marzo de 2007 la compositora se hizo famosa por los Slepping Concerts, una iniciativa que llevó al Círculo de Bellas Artes de Madrid y que consistía en descansar y valorar la música como terapia curativa. A los conciertos de Kawakami se iba por aquel entonces con pijama y con los calcetines sin roto visible, porque era condición indispensable quitarse los zapatos a la entrada. En un ambiente de barritas de incienso, las butacas eran sustituidas por futones y los presentes, además de disfrutar de la música, debían relajarse, incluso, hasta quedarse transpuestos (sólo estoy descansando los ojos). Un bostezo era un avance para los profanos y un ronquido era síntoma inequívoco de que el público había captado a fondo la esencia de los Conciertos del Sueño.

Esta vez no hay terapia que valga, aunque el Teatro Lara servirá para iniciar un viaje a manos (virtuosas) de una de las pianistas más prestigiosas del panorama actual.