La caverna siempre ha estado allí, hace parte de la epidermis política, y guarda unas brasas calientes que no se extinguirán fácilmente.
Luchadores Kushti -AP.
La democracia exige consensos, respeto a los acuerdos, saber esperar. El poder es distinto, siempre busca la expansión ilimitada. Es una bola de fuego en busca del combustible que la haga más grande. La política moderna reconoce esta naturaleza expansiva del poder y debido a ello, en parte, reinventó la democracia para controlarlo. Lo dividió primero en pedazos administrativos y luego lo partió en pedacitos hasta el último ciudadano con potestad de votar.
Este modelo político, frágil y perfectible al mismo tiempo, evitaría los excesos de aquellos que cargan sus antorchas durante un tiempo. Los políticos a menudo aparentan desconocer ambas ideas y, especialmente, la primera. En Honduras se han olvidado de ella. El presidente depuesto es un auténtico representante del político latino. Esto es, caudillista y dispuesto a reformar la constitución para el beneficio personal o de su proyecto político. Pretendió efectuar una consulta para saber si la población estaba de acuerdo o no con convocar un referendo que abriera las puertas a una Asamblea Constituyente. Un procedimiento que, a su vez, podría haber abierto las puertas a la reelección presidencial.
La consulta no era legal, de acuerdo con una nueva normativa establecida por el Congreso hondureño para estos efectos. Tampoco era una idea muy popular. A pesar de ello, el ahora depuesto presidente siguió adelante con la iniciativa. En este empeño deterioró su credibilidad y su poder. Perdió el apoyo del Congreso, la Corte Suprema, el Tribunal Electoral, el Ministerio Público, el Ejército, los gremios empresariales, el Arzobispado Católico, y hasta el respaldo de su propio partido político. Sólo contaba con el apoyo de una parte de la población. Estaba solo. Era un presidente que se había autoaislado al subestimar el poder de sus adversarios y el de las otras instituciones del Estado y, por supuesto, al sobreestimar su propio poder.
Finalmente, terminó siendo descabezado a la fuerza en una confabulación de todos los otros poderes -y aquí está el centro de la crisis actual. El Ejército que en América Latina no es un cuerpo subordinado, sino un poder más- hizo el trabajo sucio de detenerlo en pijama y expulsarlo del país, algo que las otras instituciones aprobaban pero que no podían ejecutar. De este modo, terminó consumándose un golpe de estado avalado por una Corte Suprema. Todo un esperpento jurídico.
Al lado de la naturaleza expansiva del poder, está la fuerza de las costumbres, que se encarga de desnudar y exponer la cultura tal cual es, sin adornos y decorados. Y a algunas costumbres hay que temerlas tanto como a la naturaleza del poder. En América Latina una de las costumbres distintivas de la política desde el surgimiento de las primeras repúblicas es el golpe de estado. El procedimiento violento preferido para resolver los conflictos, hacerse con el poder y enrocarse en él. La revolución ha sido un evento escaso y débil; y la democracia, un proyecto en construcción, una idea que cuesta aprender. Este golpe de estado se ha considerado una vuelta a la caverna, pero esta afirmación no es precisa.
Porque la caverna siempre ha estado allí, hace parte de la epidermis política, y guarda unas brasas calientes que no se extinguirán fácilmente. Los ejemplos son conocidos. En poco más de una década: el presidente de Haití fue descabezado dos veces, en Perú se produjo un autogolpe, en Venezuela gobierna el protagonista de un golpe fallido a quien también intentaron derrocar infructuosamente, en Bolivia y en Ecuador ha habido varios intentos malogrados. Sí, el poder es expansivo e insaciable y la costumbre es más espesa que el agua.
Como la dictadura militar o civil ha perdido reconocimiento en el mundo, ha aparecido en los últimos años una hermana gemela que busca lo mismo perpetuación en el poder y profundización de un proyecto- pero adornándose con procedimientos democráticos. El nuevo caudillo aspira a reformar la constitución para empotrarse en el cargo cuantas veces se pueda. Para ello da igual la ideología profesada, cualquier color puede ser un buen exponente de la tradición.
La caverna nunca ha desaparecido, simplemente se renueva. En Honduras, entonces, pudo más la vieja costumbre del golpe que su versión remozada, el reformismo reeleccionista. Se ha producido un nuevo golpe de estado en América, en las viejas tierras latinas acostumbradas a los caudillos y a los dictadores. 28 de junio de 2009. Se volvió a elegir la impaciencia y el uso de la fuerza; en vez de la calma y el consenso.
Dicho lo anterior, vale preguntar si los políticos latinoamericanos de vena golpista o reeleccionista habrán aprendido a no incurrir en las malas mañas que desvela esta crisis. En otras palabras, si habrán aprendido algo sobre la importancia de profundizar los acuerdos y la verdadera democracia. Lamentablemente, no. En Bolivia, Ecuador, Colombia, Venezuela, Nicaragua, continúan las ansias de continuidad personal en el poder. El fuego de la caverna seduce.
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*Marlon Madrid es columnista y analista político.
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