El paraíso surrealista de Edward James

MONTERREY (MÉXICO).-  Hace falta un inglés para crear el país de las maravillas. Como Edward James carecía del talento para la palabra que tenía Lewis Carroll, decidió marcharse a México y, entre 1949 y 1984, construirse en cemento armado lo que Carroll sólo pudo escribir: 36 estructuras psicotrópicas.

ROBERTA GARZA

Entre ellas, 'La casa de tres pisos', que en realidad tiene 4, 5 ó 6; 'La escalera al cielo', la cual, por cierto, no lleva a ninguna parte; 'La cortina de bambú' que canta y 'La casa con techo de ballena'.

El resultado es un par de hectáreas de jungla que abraza cemento armado entre cascadas, musgo, lianas y flores. James decía que sus estructuras las dejaba en crudo para que vivieran, animadas por un terminado vegetal, que el yeso nunca podría igualar.

El aristócrata, mecenas y coleccionista de arte surrealista, mantuvo a Dalí y a Magritte un par de años, suele aparecer retratado en algunas de sus obras emblemáticas. Amasando una de las mejores colecciones privadas de la época, llegó al pueblo de Xilitla, en el centro de México, a seis horas conduciendo desde Monterrey, buscando orquídeas para el jardín botánico de su mansión de Sussex.

Buscaba, también, olvidar su divorcio de la bailarina Tilly Losch, a quien en sus tiempos de amor le montó un ballet cantado con música de Kurt Weil y letras de Brecht. En México se prendó del telegrafista Plutarco Gastelum, un indio yaqui que luego se convertiría en su administrador y terminaría casándose con una xilitlense con quien tuvo cuatro hijos: todos vivían con el tío Eduardo en una casa de inspiración gótica, hoy la posada del Castillo , a pocos minutos de su jardín.

ROBERTA GARZA

Las Pozas , así se llama el sitio y se pueden alquilar cuartos rústicos para pasar la noche , es un paraíso de lagos y cascadas, luces y verdores. No es para los débiles de piernas ni para quienes sufren de vértigo: los escalones y pasadizos inclinados e imperfectos, la topografía surcada de riachuelos y la vegetación resbaladiza que parece rodear al viajero tanto como las mariposas y la humedad hacen de la visita un asunto demandante, para el cuerpo y para la mente. Nada lleva a ninguna parte, todo es circular, el paseo y el calor desdibujan la realidad y rompen las posibilidades espaciales.

Las estructuras, hermosas e imposibles, terminan por confundir al visitante, que ya no sabe qué es arriba, abajo, afuera y adentro. Porque Xilitla es un sitio cuya mágica belleza es, como decían los surrealistas, sólo para quienes buscan liberar al pensamiento del yugo de la razón.