El día del señor

En la parroquia de San Miguel, en Estella, no cabía un alfiler. La voz en off del comentarista de "Santa Misa" (La 2, 10.35) anunció la salida del obispo de Tudela, que apareció en escena elegantemente vestido (purísima y oro) para presidir, rodeado de un séquito de gala, una ceremonia amenizada en sus minutos iniciales con cánticos sobre la humildad y la llamada del señor. El público, frío en un comienzo sin intensidad, los recibió puesto en pie.

El obispo de Tudela y arzobispo de Pamplona, Fernando Sebastián Aguilar.

"Pidamos perdón al señor", dijo un sacerdote para abrir boca. Y el coro de San Miguel arrancó con una nueva melodía, engrandecida por una organista de sonido tradicional (más en la onda de Rick Wakeman que en la de Ray Manzareck, para que ustedes me entiendan). El público, aún destemplado, reaccionó con apatía a estos primeros temas, que las cámaras de TVE recogieron en unos planos largos y fijos algo desangelados.

Un miembro del público subió a escena, con permiso de obispo y sacerdotes, y se arrancó con el Libro de Isaías. Pese a lo interesante del texto (mazmorras y tinieblas) los espectadores no terminaban de entrar en comunión con el escenario. Fue necesario que David Galarza, párroco, cogiese el testigo seglar y protagonizase uno de los momentos más emotivos de la mañana, con la ayuda del Santo Evangelio según San Mateo: "el espíritu de Dios baja como una paloma y se posa sobre Jesús". Para entonces el público, en su mayoría veterano, ya estaba entregado.

La aparición estelar del arzobispo de Pamplona, en un discurso improvisado en tono campechano, terminó de poner patas arriba el templo. "A todos los que nos ven a través de los siempre magníficos medios de comunicación", dijo en la intro de la homilía, para inmediatamente después preguntar a los fieles: "¿Creéis en la resurrección de la carne?". Aquello era un manicomio…

El público invadió el oratorio. Niños y niñas, vestidos con provocativos jerseys y faldas plisadas, reivindicaron tradiciones amenazadas: "te rogamos señor por la familia cristiana". La comunión puso broche de oro a una ceremonia que, a nivel técnico, exige una profunda actualización. La iluminación, apagada, no hace justicia a la luz divina. Y el sonido, cavernario, era más digno de una catacumba romana que de un santuario de corte beatífico. Un par de steady cams daría mucho dinamismo a un espectáculo que, con una cámara de carril (como las de Canal + en los laterales del campo de fútbol), ganaría en profundidad en el momento de la comunión.

Tras casi una hora de intensa liturgia, con momentos de celestial intensidad, un sensacional ambiente pastoril y un auditorio que fue de menos a más, los asistentes abandonaron ordenadamente, y en paz, la sala.