"Un lugar que no puede llamarse país"

BEIRUT.-  La capital libanesa fue escenario hoy jueves de dos imponentes manifestaciones de duelo en dos barrios distintos de Beirut, en la que la mayoría parlamentaria y la oposición mostraron su poder de convocatoria y escenificaron el momento de extrema tensión que vive el país. En ningún momento coincidieron los opositores que lloraban al líder de Hizbulá Imad Mugniya, asesinado a principio de semana con un coche bomba en Damasco, con los que recordaban el tercer aniversario del asesinato del ex primer ministro Rafik Hariri. El periodista y consultor Samer Iskandar nos cuenta desde Beirut sus impresiones del día.

(EFE)

Saad Hariri (c), rodeado por sus seguidores durante su discurso en un acto que conmemora el tercer aniversario de la muerte de su padre, Rafik Hariri.

Nunca he visto una definición oficial de "país", pero supongo que si la hay incluirá los siguientes elementos: una población que vive en un espacio definido y que comparte una serie mínima de valores básicos. Entre ellos, una lengua común, un sistema de gobierno, un conjunto de leyes y un estado central que las hace cumplir y que también proporciona servicios básicos a la población (salud, educación, servicios, etc).

Pero si miramos al Líbano hoy, ninguno de estos atributos, indicativos de un país "normal", están presentes.

Para empezar, Líbano no tiene un territorio definido ya que ninguno de sus dos vecinos, Siria e Israel, se ponen de acuerdo sobre la delimitación exacta de sus fronteras. Su lengua oficial, el árabe, no es aceptada por una pequeña minoría de cristianos francófonos. Pero, sobre todo, los libaneses no se ponen de acuerdo sobre el sistema de gobierno que desean, ni siquiera sobre la legalidad.

Aunque el Líbano es oficialmente una democracia, una minoría significativa constituida por simpatizantes de Hezbolá respalda de facto que el país evolucione hacia una teocracia islámica (como afirma Hezbolá en su manifiesto). Hezbolá se niega a reconocer ninguna de las prerrogativas oficiales del Estado, tales como la colecta de impuestos o de recibos de electricidad. El partido ni siquiera permite que el gobierno provea de servicios básicos a la población sino que tiene sus propias escuelas y hospitales e incluso está construyendo su propia red de telecomunicaciones. Por no mencionar su negativa a reconocer la soberanía territorial del Ejército, como se demostró en el verano del 2006 cuando instigó por su cuenta una guerra con Israel.

Hoy, todas las contradicciones de Líbano han aflorado en la capital, Beirut.

En la Plaza de los Mártires, la principal plaza pública en el centro de la ciudad, decenas de miles de personas se han congregado bajo una densa lluvia para conmemorar el tercer aniversario del asesinato de Rafik Hariri, el ex primer ministro arquitecto de la reconstrucción del país tras la guerra civil de 1975-1990.

A pocos metros, en el barrio de la capital de mayoría chií, una multitud igualmente numerosa asiste al entierro de Imad Mugniyah, el ex jefe militar de Hezbolá asesinado en Damasco a principios de esta semana. En una ceremonia de tintes surrealistas, Mugniyah, que fomentó los atentados suicidas, la toma de rehenes y las ejecuciones sumarias desde los ochenta, es enterrado con honores de mártir y calificado como "héroe nacional".

El numero de seguidores de Hezbolá, que incluye a una parte substancial de la población cristiana maronita, no es lo suficientemente grande como para imponer un nuevo sistema, pero sí lo suficientemente activa como para bloquear cualquier intento de mantener un régimen democrático.

Hasta que los libaneses no logren encontrar un mínimo de normas comunes para la convivencia, me resulta muy difícil llamar a este sitio "país". En el mejor de los casos, podría describirlo como "lugar", y uno no muy claramente definido.