«¡Madre mía, qué cosas hacen estos extranjeros!», dicen muchos españoles cuando ven las imágenes de musulmanes arrodillados de cara a la Meca, de budistas en posición de meditación, de hinduistas quemando a sus muertos o de judíos saliendo de la sinagoga con la kipá en la cabeza. Ven en esas gentes fanatismos atávicos, rituales esperpénticos, civilizaciones atrasadas.
Les recomiendo que echen una ojeada a la Semana Santa española. Ayer los nazarenos de varias hermandades sevillanas lloraban, en trance, la suspensión de las procesiones por la lluvia. Y dentro de unas horas los «picaos» de la Cofradía de la Vera Cruz saldrán, descalzos, a las calles de San Vicente de la Sonsierra (La Rioja), donde se partirán la espalda a golpes de madeja.
No sigo. Con las religiones pasa como con los idiomas: mejor en la intimidad. Fíjense lo bien que se le daba a Aznar el catalán intramuros y, sin embargo, lo mal que hablaba el tejano delante de una cámara…
De todas las lenguas, la única que domina el ex presidente es la de la guerra. Cinco años después de poner en marcha, junto a sus colegas de las Azores, un conflicto bélico que ya ha dejado 80.000 muertos, Aznar aseguraba en una entrevista a la BBC que «la situación en Irak es muy buena» y que hoy «actuaría de igual modo, fue la decisión correcta». Sólo unas horas después de hacer estas declaraciones, un atentado suicida acababa con la vida de 56 personas en Kerbala.
La semana de pasión de Aznar se prolonga de forma indefinida, por los años de los años. Renunciar a la iglesia católica y sus ritos ancestrales es relativamente fácil: la Oficina de Defensa de los Derechos y Libertades Públicas de la localidad madrileña de Rivas-Vaciamadrid ha atendido en su primer mes, y de forma gratuita, más de 1.100 consultas procedentes de toda España, y ya ha tramitado 115 solicitudes de habitantes del municipio. Lo de Aznar es más difícil. De momento no se puede renunciar a un presidente, dejar de ser español durante su gobierno, negar toda vinculación con semejante individuo.
Mientras alguien pone en marcha los trámites para que sea posible un servicio público tan necesario, tendremos que conformarnos con los clásicos. El cardenal Giulio Mazarino, diplomático y político regente de Francia en la niñez de Luis XVI, escribió un maravillosamente cínico «Breviario de los políticos»: «No esperes que nadie interprete en el buen sentido lo que tú haces: ya no queda en el mundo gente que lo haga».
Este libro pequeño de lectura enorme, editado por El Acantilado, es un magnífico motivo para no ver hoy la televisión.
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Javier Pérez de Albéniz es El descodificador.Tiene un blog, una parienta, una niña, un perro, dos caballos, un huerto, un libro de Walt Whitman, una Gibson acústica del 78 con las cuerdas nuevas, todos los discos de Mississippi John Hurt, una foto de Kipling junto a otra de Johnny Cash, un mapa del Kala Patar (5.545 m)… Y una tele vieja que se ve como el culo.
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