Medio siglo de misión en África para ver más pobreza que antes

Madrid.-  Las carmelitas misioneras teresianas Gemma Miró y Pilar Fernández de Valderrama llegaron a la República Democrática del Congo (RDC) en 1958 para ayudar al corazón de África y han permanecido allí desde entonces siendo testigos de que, lejos de salir de la pobreza, la situación ahora es aún peor.

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(EFE)

Una imagen de archivo que muestra a un niño congoleño mientras espera su tarjeta de asistencia por parte de un grupo de ayuda local en un campamento para personas desplazas ubicado en la ciudad de Tchomia, al este de la República Democrática de El Congo.

Gemma y Pilar, junto a otras ocho hermanas de su congregación, decidieron ir de misión a la RDC en respuesta a la llamada que hizo Juan XXIII en favor del continente pobre a los pocos días de iniciar su papado hace ahora medio siglo.

"Era el momento oportuno para ir a África", afirma a Efe Gemma Miró, natural de Barcelona, quien llegó al antiguo Zaire a los 25 años para trabajar por la educación.

A sus 74 años se muestra dispuesta a continuar haciendo esta tarea "hasta que tenga fuerzas", porque, según ella, "vale la pena quedarse", pese a que las condiciones de vida han empeorado.

Pilar, de 79 años y natural de Álava, recuerda que hace cincuenta años, cuando el país era colonia belga, "era distinto" y "no faltaba de nada", pero las cosas empezaron a ir para atrás en 1960 tras la independencia, hasta ser hoy en día uno de los lugares más pobres del mundo.

Los conflictos bélicos y las crisis humanitarias que se han venido sucediendo en la región de los Grandes Lagos desde los años 90 -entre ellos el genocidio de Ruanda de 1994- provocaron millones de muertos y desplazados, lo que deterioró aún más el país.

"Entre guerras y postguerras, no salimos de la miseria", afirma Pilar, quien está destinada en la provincia oriental de Kivu, la más dañada por los enfrentamientos y los terremotos en los últimos años.

Tanto ella como Gemma, que desempeña su misión en las afueras de la capital, Kinshasa, han puesto en marcha sendas escuelas, además de otros proyectos, como un centro de salud por el que ha pasado más de un millar de niños.

Según Pilar, "antes no había niños malnutridos y no faltaba comida, pero con las guerras, se dejó de cultivar". "Ahora, la gente vive en la miseria", añade.

Como su compañera, tampoco quiere irse: "Tengo 79 años y el trabajo no se puede hacer como cuando tenías 40, pero vamos a seguir hasta que podamos hacer algo. Merece la pena quedarse por la gente".

Gemma, que viaja a Cataluña cada tres años, reconoce el "impacto" que le produce "ver que en España se adelanta muchísimo y que aquí se va a paso de tortuga".

En el último medio siglo, su día a día ha variado poco, aunque los avances tecnológicos han facilitado en parte su labor.

Han pasado en pocos años de conectarse con el exterior a través de emisiones de onda corta a hacerlo con internet y teléfono móvil, en donde reciben los mensajes que la Embajada española les envía periódicamente ante situaciones de riesgo.

La religiosa catalana recuerda algunos de los momentos más delicados, como cuando la guerra arrasó su comunidad y hubo que "empezar de cero" o cuando dos monjas de su orden fueron raptadas a manos de rebeldes ruandeses hutus en 1998.

Otro episodio que nunca olvidará será la muerte de su madre en 1993, noticia de la que supo varios días después cuando una familiar pudo contactar con ella.