Va un hombre acompañado de su mujer y su hijo y se encuentra por la calle con otro. Se paran y se saludan.
Las cantinas son el hábitat por naturaleza del albur.
- ¿Cómo está su chiquito?
- Hará año y meses que no nos hemos visto.
Aunque parezca mentira, en esta aparentemente cotidiana conversación los dos hombres acaban de empezar una batalla dialéctica en la que pondrán a prueba su masculinidad intentando hacer que su rival parezca homosexual. Esto es el albur y en el diálogo que acabamos de reproducir los personajes están en realidad hablando sobre su culo.
Todo el que haya tenido la oportunidad de conocer un país como México con un poco de profundidad habrá vivido en algún momento una situación parecida: de pronto, dos hombres se ponen a entablar un diálogo incoherente y sin (aparentemente) sentido que puede alargarse hasta el infinito y más allá.
Los fundamentos del juego son chuscos, machistas y homófobos, pero el albur (que algunos llaman "el caló mexicano") se trata de todo un género literario para hombres. El 'albureo' gira en torno a metáforas simbólicas sobre los genitales masculinos y existe todo un catálogo de conceptos más o menos alusivos para referirse a ellos disfrazados de expresiones inocentes y ordinarias.
Y, como todo, tiene defensores y detractores. Los puristas rechazan esta forma de comunicación especialmente ahora que, con el nacimiento de Fundéu México se ha relanzado el debate sobre el futuro del español en el país con más hispanohablantes del mundo.
Sergio Uzeta, director de Notimex, la agencia de noticias equivalente a EFE, espera que a partir de ahora "se cantiflee menos". Personas como él o José Moreno de Alba, director de la Real Academia Española en México, tuercen el morro cuando oyen hablar del albur. Creen que es algo de gente maleducada (aunque no utiliza palabras malsonantes), característico de las cantinas y las clases sociales más bajas, aunque reconocen que hace falta mucho ingenio para poder emplearlo.
Sin embargo, otros reivindican el albur como la esencia de la picaresca mexicana. El guionista Benjamín Cann es uno de ellos. "La gente que lo critica es porque no entiende un código, el de la mexicanidad sexual, que es riquísimo, metafórico y poético", explica. Personas como ellos serían, en las normas del albur, los llamados 'autogoleros', es decir, los que pierden la competición por no saber responder.
Las mujeres quedan un tanto excluidas del albur, ya que son 'autogoleras' por naturaleza: no pueden aparecer como gays y no comprenden el albur. Aunque también pueden ser las víctimas o albureadas delante de dos albureros que hablen de ella sin que se entere. No obstante, en los últimos tiempos las nuevas generaciones se han rebelado contra este ostracismo machista y, en las grandes ciudades, hay jóvenes que también lo practican con amigos y amigas.
Aunque existen muchos albures prefabricados, el verdadero alburero es el que sabe improvisarlos al frenético ritmo de la conversación. De hecho, emplear las fórmulas más conocidas o tardar en dar una respuesta son claros síntomas de debilidad del contrincante.
Aunque Cann considera "ofensivo" y "denigrante" que la orientación sexual pueda servir de burla, cree que el albur es motivo de amistad y hace cómplices a los que lo utilizan y que, en el fondo, bajo él puede subyacer cierta atracción sexual. "El albur no existiría si las palabras sobre los genitales no fueran un tabú en México", explica, "porque en el fondo se trata de burlar y burlarse de esa doble moral y de las clases pudientes que la imponen".
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