Pajas

El término "pajas" admite múltiples significados. El más común tal vez sea aquel que se utiliza para definir las cañas de determinadas gramíneas, convenientemente secas y separadas del grano. En la comunidad valenciana esta palabra es de uso común, puesto que describe los tubos delgados, habitualmente de plástico, con que se sorbe la deliciosa horchata de chufa. También es de utilización habitual para construir algunas de las frases hechas más populares, como "Quítame allá esas pajas" o "Matarse a pajas".

Paco Campos (EFE)

Soraya Sáenz de Santamaría, portavoz del PP en el Congreso

Precisamente esta última me viene al pelo para recordarles que "pajas" también se utiliza para detallar determinadas prácticas onanistas, muy habituales tanto en la adolescencia como en la televisión o la política. No, no se preocupen, no voy a hablar otra vez de Sánchez Dragó y su circuito cerrado de esperma.

Voy a hablar de onanismo intelectual, o lo que es lo mismo, aunque parezca una contradicción, del onanismo político. Ayer Soraya Sáenz de Santamaría, la niña de Rajoy (con permiso de Esperanza), habló sin decir nada. Lo que es la paja por la paja, es decir, la política en estado puro. La niña Soraya, ojos de sorpresa, como una monja que acaba de ver a Nacho Vidal en bolas, abrió la boca para describir el discurso de Zapatero. ¿Su primera intervención de postín desde que es "la predilecta"? Soraya dijo: "Obras son amores y no buenas razones, y el movimiento se demuestra andando". Y se quedó tan ancha. ¿Este alma cándida es la elegida por Rajoy para sustituir a las hienas?

La sucesión de refranes es el recurso más fácil, y patético, del pajillero profesional. Denota una falta extrema de imaginación, muestra una carencia absoluta de contenidos, y arrastra al onanista en cuestión al barranco de la vacuidad, y a su sufrido público, a la somnolencia. Es, además, un precedente intolerable. Si se admite el encadenamiento de refranes como técnica oratoria, será la puntilla de la conversación, la extremaunción del diálogo, el tiro en la nuca al monólogo.

- Manolo, ¿Qué te parece que el Madrid juegue con tres medios centros de contención, cuando si pones a Guti por delante de Gago y Diarra ganas en profundidad y el equipo tiene mucho más gol?

- Hombre, en dimes y diretes, mal harás si te metes, pero bien es verdad que entre menos bulto más claridad, aunque son los mismos perros con diferente collar. A nadie le parece poco lo que da, ni mucho lo que tiene, pero crea fama y échate a dormir, y ya sabes que caballo viejo no soporta montura nueva, y que el que anda en silencio, cazar espera. De cualquier manera, rectificar es de sabios: pelillos a la mar, y lo pasado olvidar.

- Manolo… ¡Que te den!

Cambiando de tema… ¡Un motivo para ver la televisión! Ha comenzado la tercera temporada de 'Me llamo Earl' (La Sexta, 17.00). Mi serie favorita. Con buena música, grandes guiones, personajes entrañables (¡el hombre cangrejo!), gloriosos flashbacks… Es la picaresca en estado puro, el 'Lazarillo de Tormes' de La Sexta. La mejor ficción, con diferencia, que se puede ver en nuestra televisión. Un análisis anárquico e irreflexivo del ser humano, de los tiempos que nos ha tocado vivir, de la amistad, las relaciones humanas y la estupidez. El hombre, ese gamberro. Una obra maestra. Además, estoy seguro de que el bueno de Earl no tardará tanto en salir de Chirona como tardaron los agonías de 'Prison Break'.

Un motivo para no ver la televisión.

El fantasma del rey Leopoldo
Autor: Adam Hochschild.
Editorial: Península.

¿Alguien dijo que la historia es aburrida? O era un necio o no había leído este libro, prueba irrefutable de que una narración histórica puede ser tan apasionante como la mejor de las novelas. Asistimos al saqueo de África. A uno de ellos, concretamente el que tuvo lugar entre los siglos XIX y XX. De entre todos los líderes europeos responsables destacaba uno, tanto por su brutalidad como por lo desmedido de su avaricia y su carácter megalómano: el rey Leopoldo II de Bélgica. Responsable de la muerte de millones de personas, arrasó el corazón del continente y se enriqueció hasta límites insospechados. Como escribe Vargas Llosa en el prólogo, es una injusticia que su nombre no figure, con Hitler y Stalin, como "uno de los criminales políticos más sanguinarios del siglo XX". Su rostro es el del enésimo holocausto africano. Hochschind realiza un perfil maravilloso del genocida y su tiempo, y descubre heroísmo y entereza donde parece que sólo hay dolor y desesperanza.