De piratas y ratas

Tenían razón aquellos que anunciaban una recesión económica, que amenazaban con la crisis. Ya han llegado los malos tiempos. Caen las ventas, se hunde el mercado de la vivienda, los empresarios son muy pesimistas… Hace años, las consecuencias de este fenómeno hubiesen sido fácilmente predecibles: las ratas abandonan el barco y los piratas se quedan solos. Pero los tiempos han cambiado, y la macroeconomía ya no es lo que era. Después de compartir durante tantos años las bodegas de los buques dedicados al robo y al saqueo, roedores y filibusteros han unido sus fuerzas y se han convertido en una misma especie.

El Playa de Bakio

He llegado a esta conclusión el pasado 1 de mayo, día del trabajo. Y es que cuando creía que mi asombro había alcanzado un límite histórico, con los fichajes simultáneos de Eduardo Zaplana y David Taguas por empresas privadas, y con contratos millonarios, leí en 'El País' una noticia que dinamitó mi capacidad de sorpresa: Gueto Nounce, pescador nacido en Seychelles del Playa de Bakio (el barco español secuestrado en aguas del cuerno de África), cobraba 170 euros al mes. Los pescadores españoles del mismo barco tenían un sueldo de aproximadamente 1.200 euros que, dependiendo del volumen de pesca, habitualmente superaba los 2.000 euros.

No he escuchado esta noticia microeconómica en ningún informativo de televisión. Y por supuesto no he visto ningún reportaje en el que se analice esta explotación salvaje, estas condiciones laborales lamentables. Eso sería periodismo. Televisiones, periódicos y radios han entrevistado a los pescadores españoles, y han confirmado que los somalíes desnutridos que empuñaban rifles AK-47 para conseguir algo de comida eran piratas, "pero no de los de parche en el ojo y la pata de palo" (La Sexta). No será fácil, con la información que ahora tenemos, encontrar el nombre adecuado para los armadores españoles que contratan a pescadores africanos con sueldos de esclavo. O para los políticos que medran en lo público para llevarselo en lo privado. O para los abogados que desde sus despachos de Londres gestionan los fondos reservados españoles. O para los presidentes que piensan que pagar rescates en Euskadi sólo sirve para reforzar ETA (y financiarles nuevos atentados), mientras consideran que pagar rescates a piratas de Somalia es una excelente gestión de su gobierno.

Los viejos piratas han pasado a la historia. Anclados a sus patas de palo, amorrados a sus barriles de ron, estos nostálgicos bucaneros no han sabido adaptarse a los nuevos tiempos. Se niegan a entrar en política, no quieren hacerse con un grupo mediático (ni siquiera un miserable canal de TDT), siguen repartiendo el botín a partes iguales, prefieren enterrar el arcón a abrir una cuenta en Barbados… Son unos románticos, unos perdedores condenados a desaparecer.

Los nuevos piratas de diseño, esos que se han fusionado con las ratas para conseguir el control del barco económico, no dejan de advertirnos de la llegada de la crisis. Una crisis que apenas les afecta: si hace falta se pasan a la piratería privada, y siempre encontrarán pescadores que tengan que conformarse con 170 euros al mes.

Tras noticias como ésta necesito sensaciones fuertes. Presiono el botón seis del mando y asisto a uno de los momentos de televisión más violentos y sórdidos que recuerdo. Una secuencia que haría vomitar la primera papilla al mismísimo John Silver. Síganme… En la excelente serie 'Navy CIS' (La Sexta), protagonizada por un equipo similar al CSI que investiga crímenes relacionados con la marina, una pareja de yonquis se cuela en el depósito de cadáveres de los supermaderos para recuperar un kilo de heroina que se encuentra en las tripas de un fiambre, el hermano de la yonqui, que murió mientras ejercía de camello. Son descubiertos por un poli y una doctora, a los que retienen a punta de pistola. A ella la obligan a rajar el cadáver para sacar la droga. Abre el cuerpo, secciona los intestinos, les enseña el paquete con la droga y… lo destroza sobre el vientre abierto en canal. Provoca una pelea que acaba con el policía haciéndose con el control de la situación, la doctora hiriendo al delincuente con el bisturí en un hombro, y la heroinómana… con la cara en las tripas de su hermano, esnifando el caballo mezclado con sangre. ¡Brutal!

Un motivo para no ver la televisión

Fiebre en las gradas
Autor: Nick Hornby.
Editorial: Anagrama.

Coincidiendo con el tramo final de la liga de fútbol, Anagrama (por fin) reedita 'Fiebre en la gradas', uno de esos pequeños clásicos que se disfrutan con una sonrisa desde la primera a la última página.

Hornby ama el fútbol y la música sobre todas las cosas. 'Alta fidelidad' es una demostración perfecta de que en la vida cualquier instante tiene una canción adecuada (incluso una lista con diez canciones). La autobiografía sonora perfecta es '31 canciones', un breve ensayo con descripciones apasionadas de sus temas favoritos, aquellos que han marcado su existencia.

Seguidor del Arsenal londinense, Hornby estaba obligado a escribir un libro sobre su otra pasión, el fútbol. 'Fiebre en la gradas' es un nuevo recorrido biográfico, en esta ocasión siguiendo al equipo de sus sueños junto al resto de 'gunners' (hinchas del Arsenal). Recuerda partidos legendarios, habla de jugadores irrepetibles, pero sobre todo describe a la perfección el ambiente que hace del fútbol británico un espectáculo único. No el que se vive en los vestuarios y los despachos. El de las gradas y los bares donde se reúnen los aficionados. El escritor se deja arrastrar por su pasión futbolera, se funde con los hooligans, esos enfermos capaces de convertir este juego en el centro de sus vidas, y escribe un tratado sociológico irrepetible de un deporte que despierta pasiones. Añádanle un desbordante sentido del humor, decenas de anécdotas tronchantes, una forma de escribir fluida y agradable… y ya tienen 'Fiebre en las gradas'.

Si te gusta el fútbol, imprescindible. Si no, también: ¡Rock and gol!

Hornby leyendo sus textos junto al grupo Marah