Once contra uno

En los partidos de patio de colegio, un once contra uno hubiese sido algo muy mal visto. Un abuso, un atropello. Sólo en caso de que el solitario gladiador hubiese sido el dueño del balón, el resto de futbolistas hubiese consentido tamaño despropósito: jugar una pachanga antideportiva condenada al más terrible aburrimiento.

(EFE)

El delantero David Villa

Ibrahimovic era el dueño del balón. Cuando se retiró, en el descanso, no se atrevió a llevárselo. Pero el partido se terminó. Veintidós mataos siguieron corriendo por el campo, pero aquello ya no era un partido de fútbol. Era una soporífera caricatura de un partido de fútbol. Del Holanda-Francia que habíamos visto 24 horas antes, sin ir más lejos.

Suecia no es nada sin Ibrahimovic, el dueño de la pelota sueca. Y España no será nada mientras el entrenador sea Luis Aragonés, un técnico capaz de construir la defensa de su equipo alrededor de Marchena. El central del Valencia es un talismán para Aragonés, pues la selección jamás ha perdido con él. También una declaración de principios: un tarugo leñero, incapaz de sacar jugado un balón, en la columna vertebral de un equipo que se infla y se desinfla, que menosprecia las bandas, que tiene pesadillas en los corners y confía en la pegada.

Luego llegó Villa, metió un golazo en el descuento, y clasificó a España para los cuartos de final de la Eurocopa. Abusón.