Siameses y fotógrafos

En abril de 1996 la revista Life llevaba en portada un maravilloso reportaje sobre las hermanas Hensel. Americanas, alegres, buenas nadadoras y magníficamente integradas en su casa, su cole y su barrio. Nada muy reseñable de no ser porque entre las dos sólo suman dos piernas y dos brazos. Lo han adivinado: son siamesas. El reportaje (sublime) muestra lo increíblemente compenetradas que están y lo felices que son. A mi me parece que no es más que un signo de inteligencia y pragmatismo: ya que estaremos unidas de por vida vamos a llevarnos bien y a pasarlo lo mejor posible.

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Carlos y Miguel Vargas. Nocturno: Casa Forga en el viejo Boulevard Parra. Arequipa, Perú. 1928.

Las fotos son de Steve Wewerka y producen pura conmoción. Busquen la de las dos niñas en bañador abrazándose. No hay calor comparable en ninguna circunstancia al que puede proveer un hermano.

Y si los que fueran siameses fueran los fotógrafos, ¿cómo sería la cosa? Para conocer de cerca ese caso consulten el programa de los próximos meses del Museo Valenciano de la Ilustración y la Modernidad (MuVIM) y vayan a ver el trabajo de los Hermanos Vargas: dos peruanos de Arequipa nacidos en los ochenta del siglo XIX y, en palabras de uno de los muchos asistentes que tuvieron, gemelos siameses mentales. Parece ser que llevarse un par de años con un hermano no es óbice para poder 'siamesizarse' con él.

Los Vargas lo hicieron todo o juntos, o a medias, o de igual manera. Y todo igual de bien. Parecían dotados de un talento tal que necesitaron dos cuerpos para poder desarrollarlo. Carlos, según los testimonios, le prestó el suyo a la alquimia de la luz y al brillo mismo de la plata (vil metal). Mientras que Miguel se vistió de dandy para servir al lado más artístico de la cosa: la composición, la iluminación y el retoque pictórico.

A juzgar por sus fotos la alianza 'frankensteniana' funcionó de lo lindo. En lo artístico y en lo crematístico. El que no se frote los ojos al ver las fotos del Estudio de Arte Vargas Hermanos, es que está ciego. No sabía yo que se podían levantar dorados salones y galerías con el fruto de un plató en Arequipa. Ni en Madrid.

Rentabilidad aparte, las fotos son antológicas. Cien o doscientas niñas miran a cámara con aire entre cohibido y pasmado. Todas de blanco. Parecen un rebaño de ovejas que doscientos perros vestidos de negro hubieran logrado reunir por fin. Es el solemne retrato de las recién comulgadas más tristes de la historia. Otra foto y otro género: un desierto quebrado y pedregoso sin sombra ni sospecha de agua sirve de marco a un moderno canal hidráulico que desciende a golpe de escalones por donde debiera ir un río. El largo hueco tiene la textura de las ruinas incas. Y no lleva nada.

Aparte de su visión del retrato de estudio (Hollywood a la arequipeña), lo que de verdad fue su gran creación es una serie de escenas nocturnas fruto de su interés por explorar las nuevas posibilidades que las novedades técnicas, tanto fotográficas como eléctricas, iban permitiendo. A semejanza de lo que los pintores impresionistas habían hecho, se lanzaron a capturar el efecto que los distintos momentos y tipos de luces tienen sobre el paisaje. Pero una vez más a la arequipeña. Muchas de estas escenas desprenden un vapor entre Jack el destripador, Esperando a Godot y los reportajes que el National Geographic publicaba por aquellos años de las ruinas del Machu Pichu.

Pareciera que ver las fotografías del archivo de los Hermanos Vargas fuera como poner cara a los lugares y a las personas de las novelas de los grandes escritores sudamericanos del siglo XX. Y lo cierto es que la propia historia de los dos hermanos podría estar sacada de uno de estos libros: Vivían y trabajaban juntos, jamás se casaron y demostraban una compenetración sobrenatural. Cuando los Vargas Brothers se contrataron como ayudantes en uno de los dos estudios que había en Arequipa, la ciudad (que el escritor francés Paul Morand describió en esos años como "la Granada, el Marrakech de América") estaba pasando de ser una humilde y aislada comunidad provinciana a ser una activo nudo comercial donde se empezaban a amasar grandes fortunas. Con ellas llegó la demanda del lujo, de muebles y de adornos importados, de la última moda europea y de fotógrafos que dieran fe de que le habían ganado el combate a la pobreza.

En 1912, después de casi doce años trabajando en uno de los grandes estudios de la ciudad, Carlos y Miguel montaron por fin el suyo propio. Desde entonces hasta 1956, año en el que echaron el cierre, vivieron, y su ingente archivo así lo atestigua, el esplendor y la ruina de la edad de oro Arequipeña. Nunca hicieron nada el uno sin el otro. Nadie puede decir esta foto es de este o del otro. Incluso al final terminaron 'siamesizando' a su tropa de ayudantes lo que les llevó a firmar sus fotos como 'Estudio Vargas Hnos.'.

Los Vargas murieron en 1976 y 79. Ser siameses mentales te permite esas asincronías a la hora de morirte. Lo importante ya estaba hecho, los detalles son lo de menos.

*Sofía Moro es nuestra colaboradora de fotografía