Cuarenta años de la matanza de Tlatelolco: la sangre aún no está seca

'2 de octubre no se olvida'. Todos los años, por estas fechas, las paredes de casi cada ciudad mexicana se llenan de pintadas con un mensaje que se repite y que trata de agitar la memoria persistente y molesta de un país que, justo hace cuarenta años, vivió uno de los episodios más trágicos de la historia reciente: la matanza orquestada por el gobierno de cientos de civiles que se manifestaban en la Plaza de Tlatelolco.

(EFE)

La Plaza de Tlatelolco.

Aquella tarde el Ejército mexicano disparó a fuego abierto sobre las miles de personas que se concentraban en Ciudad de México. Era la culminación de un movimiento civil que se había gestado durante meses y que amenazaba con hacer peligrar la celebración de los Juegos Olímpicos que días después comenzarían en México.

Lo que empezaron siendo unas reivindicaciones estudiantiles nacidas en el seno de la UNAM, pronto encendieron la mecha de una especie de revolución pacífica en toda regla que contagió a obreros, amas de casa, y amplias capas de la sociedad mexicana. Todos compartían el rechazo a un autoritario statu quo y la exigencia de que la asentada democracia monopolizada por el impertérrito Partido Revolucionario Institucional (PRI) se convirtiera, de una vez por todas, en una democracia real.

Tras la huella de los culpables

Han pasado cuarenta años y, desde entonces, pocas cosas se han aclarado sobre este episodio negro de la historia mexicana. En primer lugar, el número real de víctimas. Las cifras oficiales detuvieron el contador más o menos al llegar a los cuarenta muertos; otros cálculos realizados por asociaciones civiles y menos generosos con los responsables elevan el número a casi 400 personas. Los datos sobre desaparecidos, torturas, heridos, cadáveres no identificados y encarcelados también brillan por su ausencia.

A pesar de los enconados intentos de familiares de víctimas y asociaciones civiles concentradas en torno al Comité del 68, la depuración de responsabilidades entre las cabezas visibles del gobierno que lideraba Gustavo Díaz Ordaz ha resultado infructuosa. El oscurantismo y la falta de investigación oficial han sido las actitudes dominantes de las administraciones políticas que se han sucedido desde entonces.

Si de buscar culpables se trata, muchos son los dedos señalan al entonces secretario de gobernación, Luis Echeverría, quien después sucedería a Díaz Ordaz durante el siguiente sexenio presidencial. La Fiscalía especial para Movimientos sociales y políticos del pasado impulsó en 2006 su detención y arresto domiciliario, así como la aprehensión de otros cincuenta presuntos responsables.

Pendiente queda un juicio por genocidio, aplazado después de que un juez ordenara su liberación por la prescripción del delito. Desde entonces, la lucha por conseguir un proceso penal y político contra los culpables no se detiene. Así lo ha recordado Amnistía Internacional que, aprovechando el aniversario de la matanza, ha exigido al Gobierno mexicano que aclare la verdad sobre la masacre.

"Matar a un joven es matar la esperanza"

Elena Poniatowska (París, 1933) no estuvo en Tlatelolco el 2 de octubre de 1968, pero suya es la obra literaria angular (no exenta de polémica) sobre aquel día, 'La noche de Tlatelolco'. Ella se dedico a recoger el testimonio indeleble de los protagonistas de una generación que se creyó inmortal y cuya promesa de futuro fue aniquilada de forma implacable. "Matar a un joven es matar la esperanza de un país", sentencia.

(REUTERS)

Imagen de archivo del 2 de octubre.

"Recogí en un coro las voces del 2 de octubre", explica la autora de 'La noche de Tlatelolco'. Poniatowska, que escuchó a madres, a presos, a estudiantes y obreros, construyó un relato caleidoscópico y estremecedor que poco a poco va anunciando la tragedia. De aquel legado oral, la escritora recuerda con especial impresión el testimonio de una joven que le decía a su novio: "si salimos vivos de aquí, me caso contigo". "Y creo que vivieron", afirma Poniatowska. Ella, como muchos otros, ve en el movimiento estudiantil abortado en Tlatelolco una influencia fundamental de otros surgidos más tarde en México, como el zapatismo en Chiapas o el de defensa del "presidente legítimo", Andrés Manuel López Obrador, que denunciaba del fraude electoral en las últimas elecciones presidenciales.

Jalonada por una gran carretera, Tlatelolco es hoy un imponente, triste y sobrecogedor lugar de peregrinación. No sólo porque su sobrenombre, Plaza de las tres culturas, sea la la manifestación física del lugar donde la cultura indígena de Tenochtitlan, la colonial española y la del México moderno confluyen. Ni tampoco porque allí se encuentre el escenario de la claudicación final de Cuauhtémoc ante el conquistador Hernán Cortés.

Donde hace cuarenta años se desató la pesadilla, entre las ruinas aztecas y el Templo de Santiago, hoy se alza una discreta estela que recuerda a los muertos de Tlatelolco. En ella, están inscritos unos versos de Rosario Castellanos: "Y en la televisión, en la radio, en el cine / no hubo ningún cambio de programa, / ningún anuncio intercalado ni un / minuto de silencio en el banquete. / (Pues prosiguió el banquete)". Confirmando que el festín de impunidad continuaba, las flamantes olimpiadas mexicanas se estrenaron diez días después, con el lema previsto. "Todo es posible en la paz".