La vuelta de Pimpinela y otras músicas de mal rollo

Sí, amigos, creíamos que nos habíamos librado de ellos, pero no. Pimpinela ha vuelto y, lo que es peor, estuvieron de promoción por España.

Todos recordamos la gracia que nos hizo la pizpireta pareja sudamericana cuando aparecieron a mediados de los 80 con canciones como 'Olvídame y pega la vuelta', 'Una estúpida más' o 'A esa vete y dile tú que venga'. Que uno de ellos estuviera emparentado por vía matrimonial con Mayra Gómez Kemp los presentaba tiernos y sus cancioncillas sobre desengaños, batallas de pareja y discusiones varias no era mas que una versión actualizada de las famosas 'peleas en broma' de Juanito Valderrama y Dolores Abril.

Pero un día todo cambió. Fue cuando descubrimos que el popular dúo no eran matrimonio, ni novios, ni amigos, sino... ¡hermanos! Fue entonces cuando las letras de sus canciones tomaron otro sentido, algo insano y enfermizo, algo como de hacerte recorrer un escalofrío por toda la espina dorsal. El grabar una canción junto a Dyango donde el pimpinelo le confesaba que su mujer le engañaba con otro y que se moría de celos y que se lo contaba a él porque era su mejor amigo y que necesitaba ayuda, para terminar Dyango diciéndole que la pimpinela le estaba poniendo los cuernos con él y que dejara de molestarles que los dos eran muy felices y en el trío el que sobraba era el pimpinelo, terminó de rematar la faena. La antes pareja de graciosos cantantes de peleas para enamorados se había convertido en cantantes de mal rollo.

¿Cómo podríamos definir qué es 'la música de mal rollo'? Muy sencillo. Canciones que nos resultan incómodas de escuchar por su letra, contenido o mensaje que quieren lanzar. Canciones que después de escucharlas te dejan mal cuerpo y malestar general. También hay cantantes de mal rollo, no porque el grueso de su repertorio esté basado en ese tipo de canciones, sino por lo incómoda que resulta su presencia. En ese apartado meteríamos a los buenrollistas (que con su escaso aseo personal, morro, solidaridad de cara a la galería y chunguismo general, logran el efecto contrario al que quieren transmitir) o los gafes reconocidos (esos que cuando los ves aparecer en televisión corres a tocar madera). Pero de ellos hablaremos otro día. Hoy vamos a poner varios ejemplos de lo que son 'canciones de mal rollo'.

Todos recordamos la fiel esposa a la que cantaba Cecilia en 'Un ramito de violetas'. La pobre que recibía flores de un desconocido y que, muerta de miedo, se lo callaba porque su marido, como decía la canción, 'era el mismo demonio'. Descubrir al final de la letra que era el propio marido el que le mandaba las flores, mientras ella se volvía loca pensando cómo ocultar todo esto a su esposo, es más propio de un relato de terror que de una novela de Corín Tellado. El marido no era un demonio, era un maltratador psicológico que estaba torturando a la desgraciada de su mujer, mientras él disfrutaba de lo lindo con este enfermizo juego del ratón y el gato. Claro que ella de santa tenía bien poco, porque estaba callada como una muerta, así que igual tenía algo que ocultar. Vamos, que eran tal para cual y merecían terminar colgados de una lámpara como en 'La guerra de los Rose'.

El ser infiel es lo que tiene, que en cualquier momento a uno de los dos se le despierta el gen cabrón y va a por ti. Incluso en alguien con fama de blando y ñoño —aunque yo siempre haya defendido lo contrario y para eso invito a bucear en su discografía— como Sergio y Estíbaliz.

Ella monísima, con sus trenzas y su carita de niña buena, se queda embarazada y tras dar a luz llama al padre de la criatura para comunicarle que todo ha ido bien y que es un niño hermosísimo, con esa voz angelical que tienen las chicas de la familia Uranga. ¿Qué ocurre con el padre, está de viaje? No, el padre del bebé de Estíbaliz está en su casa con su esposa y sus hijos. ¡Quién iba a pensar en la dulce y cándida Estíbaliz como destructora de matrimonios! Pues ahí la tienen.

En 'La llamada' todo parece normal. Estíbaliz le dice a él que no se preocupe, que no le va a volver a molestar, que no va a llamar nunca por teléfono a su casa para que la mujer no sospeche y que ya se va a preocupar ella sola del recién nacido, que él se quede con su familia viendo la tele en pijama. Que, en todo caso, una postal por navidades para el niño y un juguete por su cumpleaños no estará mal. Y aquí es donde empieza el mal rollo. En realidad, Estíbaliz lo que deja ver entre líneas es que "o aflojas pasta para el cuidado del crío o le destapo el tinglado a tu mujercita y se monta la de Dios es Cristo". Y por si queda alguna duda de las intenciones de la muchacha, deja entrever al padre que, si algún día en la calle un niño se le abalanza corriendo, que no se preocupe, que será casualidad, que ella no le va a contar nada, ni le va a enseñar fotos a su hijo de quién es el padre. O lo que es lo mismo, lo que toda la vida se ha llamado en la mafia 'que parezca un accidente'. Un bicho, vamos. Seguro que se quedó embarazada adrede.

Los niños en la música son sinónimo de mal rollo siempre. Basta recordar casos como Raulito, un niño vestido con chupa de polipiel de motorista macarra que en las entrevistas daba contestaciones de viejo verde, porque en realidad era un enano disfrazado de niño o Melody y María Isabel que, sin llegar a los diez años, se comportaban y vestían en el escenario como auténticas vedettes de club nocturno de carretera creando en muchas de sus apariciones en tv un auténtico mal rollo e incomodidad.

Pero el que se lleva la palma de niño mal rollista es el protagonista de 'Llora el teléfono', una canción que gozó de gran popularidad a mediados de los 70, y que era radiada constantemente a pesar de lo escabroso de su letra: una niña de seis años atiende una llamada de teléfono en su casa y se pone a hablar con un desconocido, porque su madre está en el baño y no se puede poner. Es muy normal que un menor mantenga conversaciones con adultos que no conoce por teléfono y se ponga a largar sobre la vida privada de su madre y a darle información de a qué colegio va o dónde pasa las vacaciones. Ahí ya empezamos con el mal rollo.

Según avanza la canción, el adulto insiste en que se ponga la madre y la niña como que pasa del tema y le dice que sí, que le va a dar el recado, que ahora la llama, que espera un momento... cuando por el tono de voz de la niña vemos que está pasando olímpicamente del asunto y que seguro que, mientras habla con el desconocido, está leyendo el consultorio sentimental del loka magazine y siguiéndole la corriente al viejo, porque se aburre.

La niña, cuando ya se ha cansado de seguirle el rollo al adulto (que ha resultado ser su padre, aunque ella no lo sepa) le dice que "uy que pena, que se ha ido mamá y no me he dado cuenta de avisarle, qué mal, y que no sabes cómo lo siento, oye". Ahí es donde el padre se da por vencido, porque se acaba de dar cuenta que la madre es un bicho, pero la hija es peor aún, así que entre sollozos (la cabrona de la niña le pregunta con tono de recochineo "¿por qué te cambia la voz, estás llorando?") le dice que, tranquila, que no va a volver a llamar más, en una especie de anuncio de suicidio inminente.

En España, 'Llora el teléfono' contó con dos versiones, la del francés Claude Francois con niño al auricular y la del italiano Domenico Modugno con niña, que fue la que verdaderamente triunfó en nuestro país, sonando a todas horas en la radio y vendiendo singles a millones.

Para terminar este breve recorrido de canciones de mal rollo, es imposible olvidar el gran éxito de Picnic. Surgidos a la sombra de grupos como Mamas and the Papas, Picnic sólo grabaron un lp antes de que su cantante, Jeanette, abandonara la música para dedicarse a los estudios. Excelentes instrumentistas, tienen bellísimas canciones como 'Negra estrella' y su gran número uno 'Cállate, niña'.

'Cállate, niña' es una de las letras de más mal rollo y más crueles que existen en el pop español. Jeanette, otra que va de mosquita muerta como Estíbaliz con su vocecita de no haber roto un plato, tiene que consolar a una niña que acaba de quedarse huérfana y, en vez de darle palabras de ánimo, no se le ocurre otra cosa que decirle "cállate, niña, ya sabes que tu mamá debía morir" y, claro, imagínense a la pobre cría hecha un mar de lágrimas, con la otra soltándole esa burrada. ¿Lo siguiente qué es, dejarle a mano un cuchillo o un bote de pastillas a la cría para que se las tome de golpe? Desde luego, como relaciones públicas, Jeanette no tenía precio.

*Alejandro Arteche es nuestro colaborador de música.