Cine de historias cotidianas

GIJÓN.-  Tercer día del Festival Internacional de Cine de Gijón, en el registro de días anteriores. Películas que narran los quehaceres diarios de los personajes, como si las contaran los mismos que las viven.

'Tulpan', de Sergey Dvortsevoy

El director de Tulpan y sus protagonistas en el Festival de Cine de Tokio.

Es curioso cómo, según el país de procedencia, la persona huye de su identidad -este año, Bélgica: 'Nowhere Man'; el año pasado, Argentina: 'El otro'- o se reafirma en ella.

Volvemos a la estepa. Jornadas de expansión con familia de pastores kazajos. Asa, marino licenciado de la Armada, busca esposa. Sólo a los hombres casados les permite el "camarada jefe" hacerse cargo de un rebaño y Asa, que vive ahora con su hermana y su cuñado, quiere la independencia. Además, Asa quiere ser rico y, según se desprende de su conversación, poseer una "yurta" espaciosa, con televisión de antena parabólica que capte novecientos canales y agua corriente. Supuesto el fluido eléctrico en un generador, de dónde va a sacar el agua Asa, eso no se nos dice. Tampoco importa demasiado: lo que Asa quiere simple, explícitamente, es vivir mejor que los demás. Allá fue ello. Y, sin embargo, Asa es un buen chico.

En la línea de lo que busca ser el cine, ternura y compasión por la dura existencia entre ovejas que se mueren de hambre, corderos a los que hay que hacer el boca a boca y habitación común que excluye cualquier intimidad, 'Tulpan' tiene toques de humor (el niño cabalgando sobre el palo y enredando y la foto del príncipe son recursos de muy seguro efecto), de drama, de romance, en una vida que para sí quieren los kazajos. Notable cómo se trata el movimiento y el paisaje desolado.

'Salamandra', de Pablo Agüero

Fotograma de la película 'Salamandra'.

Hay gente que sufrió mucho en su infancia. Visto lo que hacen de mayores puede pensarse que se lo merecían. La escena de 'Un pez llamado Wanda' en la que, cuando Jamie Lee Curtis le cuenta a Michael Palin que su fingido hermano es como es porque le pegaban de pequeño, Michael Palin responde: "¡Bien!"

Niño mimado en casa de la abuela recibe la visita de su madre que va a sacarlo de allí y lo va a embarcar en la utopía andina melenuda. Que le secuestren a uno así la vida lo tiene que marcar. Pero no más que una estricta educación religiosa, un ambiente militar disciplinario o un hogar en el que los padres sean tontos. Una familia, vaya. Marcan todas. Luego, los niños crecen y generalmente reaccionan: se hacen como los padres o se hacen lo contrario que los padres, y todos tan contentos. Pero alguno se queda ahí, atrapado. Pablo Agüero (se nos dice que es un segundo ajuste de cuentas del director con su pasado) quiere escapar, contándolo. Despacio. Muy despacio. Y mucho rato.

Estupendas caracterizaciones, estupendo el ambiente (así eran, con frecuencia, de abigarradas, sucias, incómodas, interminablemente estériles, las cosas) y estupendo John Cale y lo que canta, con percusión a corazón abierto.

*Federico Volpini es uno de nuestros colaboradores de cine.