Violines, nuevo rock americano, bakalas, sangre y reggaetón

El asistir a conciertos de rock en salas polivalentes es lo que tiene, que sabes que no te va a tocar en la sala principal y que atravesar de noche con lluvia y frío descampados, vías de tren y pabellones industriales cerrados y oscuros como que no apetece mucho y tiene que ser muy buena la oferta musical para mover el culo del sofá de casa.

La cita era con Steve Wynn, leyenda del Nuevo Rock Americano en los 80 con su banda, Dream Syndicate. La excusa, aunque nunca hay excusas que valgan para ver a este hombre en directo, la presentación de su nuevo disco en solitario, 'Crossing Dragon brigde'; un disco producido por el Walkabout Chris Eckman y que ha sido grabado en Eslovenia, que es donde vive actualmente Eckman y donde tiene su estudio de grabación. Estudio al que Steve Wynn llegaba tras cruzar desde el apartamento donde estaba alquilado el puente al que hace referencia el título del disco y que aparece retratado en la portada del mismo por el propio Wynn. Canciones intimistas, sonidos desnudos, todo acústico y ceremonial en conjunción con una orquesta de cuerda.

La minigira que le traía a España a presentar este disco también era especial, como la grabación. "En el disco hemos metido nueve violines, pero nuestra furgoneta es muy pequeña, así que hoy sólo tenemos uno en el escenario", decía Steve Wynn en el pequeño escenario donde actuó hace un par de semanas medio en inglés medio en español. Guitarras acústicas y eléctricas, sonidos de cuerdas con violines y violonchelos, su esposa Linda a la batería peinada como Juliette Gréco en su mejor época y la compañía del ex Green on Reed (otros clásicos del Nuevo Rock Americano) Chris Cacavas en la guitarra y teclados.

Aunque el repertorio en directo se base en este nuevo disco, también hubo tiempo para repasar los viejos discos de Dream Syndicate y sus otras obras en solitario. Sonó 'Medicine show' y en los bises un emocionante recuerdo para Lux Interior, cantante de los Cramps fallecido un par de días antes en la electrizante versión del 'Human fly'. Ya saben, la historia del hombre convertido en mosca que tenía 96 pares de ojos y hacía buz buz buz.

Pero los conciertos de rock no son rentables para las salas grandes y entonces, en la multisala te condenan a tocar en el piso de arriba, en un espacio pequeño —aunque suficiente para los menos de 200 espectadores que allí estábamos— con el techo muy bajo y unas poco apetecibles y frías luces azules tan tecno y tan electrónicas como poco apropiadas para un concierto de rock n roll que pide a gritos tonos rojos y oscuridad.

Ni las gruesas cortinas negras que intentaban tapar la cristalera por donde espiábamos la sala grande a rebosar de sudamericanos bailando durante el concierto de un grupo de reggaetón, ni la vibración de su ¿música? que se colaba de vez en cuando aprovechando los silencios de Steve Wynn, ni los cañones de luz teledirigidos que rebotaban en alguna pared de nuestra sala, lograron estropear el ambiente de comunión y complicidad que se vivía entre artista y público.

Por supuesto no toda la culpa venía de afuera. Que al fondo de la sala un grupo de charlatanes no parasen de dar la murga todo el concierto con su cháchara (qué feo eso que los que están a tu lado tengan que llamarte la atención porque no callas. ¿Para eso pagas una entrada? Aunque sospechamos que parte de las cotorras eran acompañantes del grupo que había tocado antes de teloneros, una cosa como medio indie medio grunge anquilosada en las camisas de cuadros, el inglés de Burgos y las melodías aburridas del abominable fenómeno surgido en Seattle) tampoco fue impedimento para dar por buena la noche a pesar del frío pasado por el camino, la lluvia o el esquivar manadas de adolescentes tirados en el suelo del polígono haciendo botellón con alcohol barato y sacándose fotos a destajo para luego colgar en sus perfiles de internet.

Muchos de nosotros nos fuimos contentos y con una sonrisa a casa por el espectáculo vivido esa noche, sabiendo que era una banda formada para la ocasión y algo muy difícil de volver a ver. El que no se fue tan contento fue el propio Steve Wynn, que tras tocar, pasárselo bien y estar firmando discos a los que se quedaron a saludarle vio cómo la sala donde había estado destilando buen rock 'n' roll cobraba su apariencia real de miniclub de tecno y llegaban las hordas de chumbetas a desbarrar el resto de la noche.

Unos porteros que desconocen el significado de la palabra 'amabilidad' y son el vivo ejemplo de lo que se llama 'eslabón perdido' —nosotros también soportamos sus modales de gorilas al acceder al local— y una pelea en plena puerta de la discoteca mientras el grupo intentaba cargar los instrumentos a duras penas esquivando puñetazos, empujones y movidas que con ellos ni iban ni venían y abandonando la zona mientras se cruzaban con los coches de policía y ambulancias que llegaban a la discoteca, era la última estampa que Steve Wynn se llevaba de lo que hasta entonces había sido una noche perfecta.

Al día siguiente en su blog, Wynn hablaba de subidón de adrenalina al llegar sanos y salvos al hotel y de la transformación que produce en la gente joven beber ese brebaje llamado calimocho. Nosotros también llegamos a casa con subidón de adrenalina, pero por la preciosidad de concierto que acabábamos de ver y el detallazo del homenaje a Lux Interior. ¡Hasta el corresponsal de Ruta 66 que estaba en primera fila dio palmas de la emoción!