El mero hecho de ser la quinta entrega de algo ya indica síntomas de agotamiento. Necesariamente, los creadores están obligados a repetirse eternamente o bien a defraudar a los seguidores incondicionales, que lo que buscan es su juego de siempre. De terror puro a acción desenfrenada, la saga Resident Evil ha evolucionado profundamente en los 13 años que han pasado desde el primer capítulo. Pero algunas cosas se mantienen. Los personajes son torpes, y ni siquiera son capaces de moverse y disparar al mismo tiempo. Pueden llevar pocos objetos, por lo que hay que aprender a cuidar mucho el inventario. Se trata de sobrevivir, y tiene más gracia si pasamos por dificultades. Estos juegos son más divertidos cuanto menos tienes —un último cartucho de la escopeta y dos zombis avanzando hacia ti— pero aún así tanto los jugadores como los desarrolladores nos empeñamos en que los protagonistas sean arsenales andantes. Se critica esta torpeza en el control de Resident Evil 5 como si fuese un error de programación, cuando seguramente sea su mayor virtud.
Se ha hablado mucho sobre este giro de Capcom hacia los tiros y los Quicktime Events —esas combinaciones de botones que hay pulsar en el momento justo sobre los vídeos— y sobre la paulatina marginación de los zombis originales en favor de monstruos voladores, arañas gigantes y personajes misteriosos de segunda. Es comprensible que los que adoran los primeros Resident Evil se sientan estafados —aunque debería ocurrir también con el cuarto título—, pero lo importante es que a pesar de ser distinto es también un gran juego.
La principal innovación de Resident Evil 5 es su depurado modo cooperativo para dos jugadores, que lejos de ser un complemento es el centro mismo de la experiencia. Es posible jugarlo solo, pero una vez probado el cooperativo no hay vuelta atrás. Puede jugarse en una sola consola —eso sí, pagando el precio de verlo a pantalla partida—, y por supuesto también online.
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