KABUL (AFGANISTÁN).- Nasima, Hamida, Nazi, Sahila, Nazanin, Zariya, Fátima, Sarifa. Son mujeres pastunes, tayikas, hazaras. Abdul, Rachid, Mohamed, Burhanmudin, Atta, Ismail, Yunus. Son hombres pastunes, tayikos, hazaras, uzbekos.
Vida cotidiana en las calles de la capital dos días antes de las elecciones.
Ellas son víctimas y se apellidan Haidari, Haji, Rahmani, Ajan, Jan, Yusuf, Hussein. Ellos son criminales y se apellidan Sayyaf, Khalili, Dostum, Fahim, Rabanni, Mohammed, Khan, Quanooni. Ellas perdieron a sus maridos, sus hijos, sus hermanos. Ellos bombardearon sus barrios, destruyeron sus casas, redujeron sus familias y sus ilusiones.
Ellas no han recibido ninguna compensación y viven en la indigencia. Ellos han sido recompensados con ministerios, actas de diputados, prebendas, cheques en blanco.
Matar a tu país tiene mayor recompensa que morir en tu país. Un criminal viaja en el tiempo sin que nadie le moleste. Una víctima queda acodada en una esquina para siempre. Un criminal se ríe del dolor. Una víctima llora cada minuto su pérdida.
Para entender el dolor hay que sumergirse en sus calles y tocar las puertas de las casas. Los datos macroeconómicos, las declaraciones pomposas, los planes de futuro, la estabilidad política tienen poco que ver con la cruda realidad que aparece en cuanto se escarba un poco.
Los ciclos bélicos han sido tan intensos que han impregnado la memoria de los habitantes.
La fecha de la muerte no es un mes o un año sino una época o, mejor, un tiempo definido.
Fue en el tiempo de los muyahidines, de los talibanes, del régimen soviético, de los bombardeos estadounidenses, de los coches bomba o ataques suicidas; fue en el tiempo de Daud, Taraki, Karmal, gobernantes de los años setenta y principios de los ochenta.
Así se expresan las afganas y los afganos cuando relatan sus tragedias personales. Conocen de dónde llegó la bomba que mató a su familia o quién apretó el gatillo que les dejó sin hijos. Saben dónde están los responsables. Saben la altura de sus mansiones.
Una mujer con burka se cruza con unos niños en la ciudad vieja.
Las mujeres que pasean su desgracia y no tienen quien les escriba deberían liderar el pulso informativo de este país. Las crónicas serían más humanas y la realidad más tangible en los reportajes.
Hay personas que creen que Afganistán es un laboratorio impúdico que sirve para realizar los experimentos más arriesgados sin importar el coste en vidas humanas. Que llaman democracia a un régimen de criminales, que utilizan la cábala para superar su ineficacia. Que se atrincheran en la mentira para salvar el salario.
Deberían buscar en la trastienda de este país. Romper la incomunicación. Superar su incapacidad para entender. Mancharse con el dolor. Incidir en los verdaderos deseos de justicia de los afganos.
Para un afgano la justicia es un buen hospital que evite que su hijo se muera o enferme para siempre. La justicia es recibir un salario digno y no una propina por jornadas maratonianas.
La justicia es no ser obligada a casarse cuando se es una niña o se enviuda. La justicia, el sueño más inoportuno en tiempos de elecciones, es ver a los asesinos en asientos judiciales en vez de en asientos parlamentarios o pancartas electorales. La justicia es creer que un voto sirve para mejorar las condiciones de vida y no para perpetuar una mentira.
Los colegios electorales se abren mañana. Más o menos afganos irán a votar. En función del miedo y del estado de ánimo. Sabremos si las amenazas talibanes han sido efectivas.
Un ciclista circula en una calle reforzada con muros.
Los organizadores valorarán positivamente cualquier resultado. Hay que justificar la increíble inversión de 223 millones de dólares, que es lo que costará el proceso electoral si uno de los candidatos gana por mayoría absoluta. Si no, habrá que vaciar de nuevo los bolsillos y poner otras decenas de millones en el saco sin fondo.
¿Esa cantidad de dinero evitará un pucherazo? ¿O la compra de votos por algunos candidatos como ya se ha denunciado? ¿O la ralentización de los resultados si las papeletas inciden en la sorpresa electoral?
¿Es legalmente moral la retirada de varios candidatos presidenciales (hasta nueve) cuando faltan horas para las elecciones? ¿Es ortodoxo anunciar un apoyo incondicional al candidato favorito de la comunidad internacional, el presidente Hamid Karzai, después de haber anunciado la retirada? ¿Qué compensaciones económicas recibirán los candidatos que han desertado de las urnas?
Podemos percibir la respuesta en la calle. Los electores no lanzan hurras. Más desilusión que entusiasmo. Más pragmatismo que deseo de votar. Noor Mohamed lo resume de corazón: "Los pobres no pensamos en elecciones sino en buscar algo que comer y en rezar para que nuestros hijos sanen".
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