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Los desastres de la guerra

Una mina para toda la vida

  • Medy Ewaz Ali, víctima de las minas antipersona, perdió la pierna derecha muy pequeño
  • Fue afortunado: los niños suelen morir antes de recibir las primeras atenciones médicas
  • A pesar de su minusvalía, camina hora y cuarto cada día para llegar a la escuela
Por GERVASIO SÁNCHEZ (SOITU.ES)
Actualizado 23-09-2009 22:49 CET

KABUL (AFGANISTÁN).-  Un pequeño cuerpo ovillado comienza a desperezarse cuando escucha su nombre. Minutos después, ya superado el sopor, unos dedos alargados acarician un muñón atravesado por una línea de hilo quirúrgico, taladrada sobre la piel en forma de media luna.

G.S

Medy en los brazos de su fisioterapeuta, Musa. Kabul, julio de 2006.

La vida de Medy Ewaz Ali, de 13 años, ha estado alejada de la fortuna. Cuando apenas despuntaba dando sus primeros pasos, la explosión de una mina le provocó heridas tan graves que tuvieron que amputarle la pierna derecha. Los recuerdos de aquel trágico día han quedado diluidos en algún compartimento estanco de su memoria.

El accidente se produjo en Turman (provincia de Parwan), donde vivía con sus padres, de origen hazara y chiíes. Su madre murió años después sin asistencia sanitaria a causa de la pobreza endémica; su padre fue capturado por los talibanes y pasó a formar parte de una larga lista de desaparecidos durante varios años hasta que consiguió escapar.

Diseñadas para incapacitar a sus víctimas más que para matarlas, sus efectos son indiscriminados ya que no distingue entre civiles y militares. Si las víctimas viven en el campo pueden tardar hasta una jornada en llegar a un hospital. Los niños suelen morir antes de recibir las primeras atenciones médicas.

G.S

Medy intenta coger las muletas en su casa después de su última operación. Kabul, agosto de 2009.

Lo lógico es que Medy hubiese muerto tras la explosión, pero alguien, con ciertos conocimientos en primeros auxilios, taponó su herida y evitó que se desangrase. Desde entonces el niño ha tenido que cambiar cinco veces de prótesis, las tres últimas en el centro ortopédico de la Cruz Roja Internacional de la capital.

Hace dos semanas, Musa Nasri, el fisioterapeuta también mutilado por una mina que conoce a Medy desde que llegó a Kabul, y el encargado de repararle su prótesis cuando alguno de los componentes se rompe o de cambiársela cuando se le queda pequeña, le dio la mala noticia: "Vas a tener que volver al quirófano. La tibia ha crecido mucho y choca con tu muñón. Si no la cortamos puedes sufrir una infección que te impida utilizar una prótesis en el futuro".

Medy comenzó a lagrimear al recordar su última operación. "No quiero que me hagan otra vez daño como en aquella ocasión", le contestó a su amigo Musa.

Un día después, el doctor Mohamed Fary confirmó la nueva operación: "Tendremos que amputarle diez centímetros de tibia y, por desgracia, no será la última vez antes de que cumpla los 18 años".

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Medy en la mesa de operaciones. Kabul, agosto de 2009.

Las consecuencias de una mina son para toda la vida. Medy, a pesar de su edad, ya acumula un gran historial de operaciones, infecciones y cambios de prótesis. Al poco de nacer su signo de identidad ya era una primera prótesis diminuta y morirá encadenado a otra.

A la caída del régimen talibán en 2002 se trasladó a Kabul con su abuelo Safar Mamad, de 84 años, hoy muy enfermo, y sus hermanas Nasrin y Parvin.

Desde entonces vive en una angosta habitación alquilada de 12 m2 en una humilde casa de adobe. Las paredes están cubiertas con los principales imanes del panteón chií.

Su familia sobrevive con unos 20 euros al mes que reciben mensualmente a través de una organización religiosa iraní. La mitad es para el alquiler y el agua potable. La casa carece de luz eléctrica.

Después de ser rechazado en un colegio estatal, fue aceptado junto a sus hermanas en la escuela Le Pelican, dirigida por un matrimonio francés.

Medy camina diariamente una hora y cuarto hasta la escuela. Allí pasa toda la mañana estudiando y recibe la única comida del día. Jamás olvida un grano de arroz en el plato.

G.S

Medy con su abuelo y sus hermanas. Kabul, julio de 2006.

Sus profesores afirman que el pequeño es muy inteligente y manifiesta un gran interés por aprender. Le encanta columpiarse a la hora del recreo o corretear por el patio.

La reaparición de su padre, Ewaz Ali, tampoco supuso ninguna mejora en su vida. El hombre trabaja en régimen de esclavitud para ganar un euro y medio al día.

La desesperación le hizo cometer hace un año un gran error: permitió que Meddy y Nasrin, la hija mayor, abandonasen el colegio durante ocho meses para trasladarse a Pakistán a casa de un tío carnal, donde trabajaban jornadas de 14 horas diarias cosiendo alfombras a mano. El tío descontaba una parte del salario a cambio de un suelo para descansar y una comida al día. Los niños regresaron con 1.500 afganis (22 euros) en el bolsillo.

Medy aprovechaba el viernes, su único día de descanso semanal, para estudiar junto a los hijos de un vecino. Al integrarse en la escuela Le Pelican rogó a los profesores que le permitieran repetir el curso. "Se me ha olvidado todo lo que aprendí aquí", les dijo.

Aún dolorido por la reciente operación y con el pelo ensortijado, Medy ya quiere volver al colegio para conseguir el pase de curso. Sabe que no podrá usar la prótesis hasta dentro de tres meses y tendrá que ir a la pata coja apoyado en las muletas. Confiesa que su pequeño sueño es ahorrar el dinero suficiente para comprarle una lápida y colocarla en la tumba de su madre.

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de qué va...
Gervasio Sánchez

Coincidiendo con el bicentenario de "Los Desastres de la Guerra" (1810-1815) de Francisco de Goya, el autor reflexiona sobre las guerras y los desastres actuales y sobre las consecuencias que sufren las víctimas, la única verdad incuestionable de una guerra. Gervasio Sánchez, fotógrafo y reportero, ha desarrollado su trabajo en los lugares más conflictivos del mundo. Premio Ortega y Gasset de periodismo en 2008, colabora habitualmente en Heraldo de Aragón.

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