Escritores e historiadores redescubren el Campo Grande de Valladolid como espacio espiritual

Valladolid.-  El escritor Gustavo Martín Garzo, el historiador del arte Jesús Urrea y el etnógrafo Joaquín Díaz son algunos de los estudios e intelectuales que han redescubierto el Campo Grande de la ciudad de Valladolid, además de como un espacio urbano, como un manantial de memoria y de sustancia espiritual

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(EFE)

El etnógrafo Joaquín Diaz (d), y el escritor Gustavo Martín Garzo (i), dedican varios ejemplares del libro "El Campo Grande. Un espacio para todos" , en el que relatan sus experiencias, las vivencias y emociones suscitadas en torno a ese emblemático lugar de la capital vallisoletana.

El relato de sus experiencias, las vivencias y emociones suscitadas en torno a ese emblemático lugar de la capital vallisoletana, en cuyo centro urbano dibuja un corazón verde de casi doce hectáreas de fuentes y jardines, han vertido todos ellos en el libro titulado "El Campo Grande. Un espacio para todos" (Castilla Tradicional), que ha sido presentado esta mañana en Valladolid.

Más de 150 fotos antiguas de colecciones particulares y de entidades como el Archivo Municipal y la Casa Museo de Zorrilla, hilvanan esos recuerdos en una especie de memoria gráfica a la que también han puesto textos la historiadora del arte María Antonia Fernández del Hoyo y los escritores Fernando Herrero y Ramón García, además de Emilio Blanco.

El etnógrafo Joaquín Díaz, según desvela en el prólogo de la publicación, asocia a la infancia sus primeros recuerdos del Campo Grande, que "hizo las veces de bosque encantado, de refugio místico, de escondite natural, de atajo hacia la felicidad, de sombra bienhechora (...)".

Joaquín Díaz, que a través de la fundación que dirige ha cedido buena parte de los clichés reproducidos en el libro, le debe "todo eso y mucho más" a la principal zona ajardinada de Valladolid, de la que se tiene referencias documentales a partir del siglo XV como escenario de duelos, paradas militares y autos de fe hasta que en 1787 fraguó de forma definitiva como zona de esparcimiento y recreo.

Ese recinto de fuentes artísticas y de jardines, además de hábitat de pavos reales, faisanes, ardillas o patos, y en cierto modo arboreto de especies autóctonas y foráneas, representa para el etnógrafo la "memoria de las cosas", el lugar donde se dieron cita "los amores primeros, los grupos de amigos, el retrato familiar, las verbenas enternecedoras de los sentidos (...)".

El Campo Grande, de Marte o de la Verdad, como así se le ha conocido en diferentes épocas, está limitado por tres de las arterias más céntricas e históricas de Valladolid: la Acera de Recoletos, el Paseo de Zorrilla y el de los Filipinos, con las emblemáticas plazas de Colón y de Zorrilla como referentes visuales.

Durante más de medio siglo, sus paseos y remansos fueron el lugar de trabajo de una dinastía de fotógrafos, la de los Muñoz, cuyos representantes deambularon como 'minuteros' retratando a varias generaciones de vallisoletanos.

Vicente Muñoz fue el último eslabón de esa cadena y también el autor de buena parte de los clichés contenidos en un libro donde también se exhiben imágenes de los archivos privados del escritor y periodista José Delfín Val, del historiador del arte Jesús Urrea y de los coleccionistas Luis de la Fuente y Luis del Hoyo Fernández.

Fue en el siglo XIX, a partir de 1877, cuando esa zona adquirió su actual formato urbanístico merced al impulso del entonces alcalde, Miguel Íscar, que encargó a Francisco Sabadell el diseño y trazado de los jardines que en la actualidad adornan los bustos de algunos de los literatos más prestigiosos que ha dado la ciudad, caso de Leopoldo Cano, Gaspar Núñez de Arce y Rosa Chacel.

Refugio de enamorados, aliento de artistas, paraíso de aventuras infantiles y lugar de solaz, entre otras evocaciones, el Campo Grande preserva buena parte de la memoria vital y cotidiana de los vallisoletanos vinculada al estanque, la gruta de roca, los patos, la barca de "El catarro", la cascada o los pavos reales, el palomar y, en tiempos, el Teatro Pradera y los ciervos que allí se exhibían.