Transnets, por Francis Pisani
De los gadgets a las redes
La puesta en venta de Kindle fuera de Estados Unidos me obliga a insistir en lo mucho que me gusta (y a recordar algunas reservas que tengo) tras dos años de continuo uso.
Leer un libro digital mientras se camina también es peligroso. En la foto, el autor.
Lo más sorprendente es que cuando me atrapa un texto, me olvido completamente de que estoy leyendo sobre un soporte electrónico. Lo que cuenta es la historia, el relato. No el soporte. Y no olvidemos que la comodidad en la lectura de libros en papel es algo reciente. Las obras impresas por Gutenberg no estaban hechas para leer en bikini en la playa.
Puedo tomar algunos apuntes y, sobre todo, marcar los pasajes que me interesan y transferir las citas a mi ordenador, donde puedo encontrarlas cuando lo necesite e integrarlas en lo que escribo.
Para un gran lector, el peso es una verdadera ventaja. Es fundamental cuando viajo (siempre me hacen falta varios libros puesto que nunca sé bien de qué humor estaré). Ahora llevo conmigo tantos como puedo desear por menos de 300 gramos. Se agradece también cuando salgo a pasar el día fuera y quiero leer algo sólido por la mañana y la novela que me tiene en vilo por la noche (o al contrario, desde luego).
El punto fuerte de Amazon (la razón por la que he elegido este lector de libros electrónico en vez de cualquier otro) es el tamaño de su biblioteca. Arrancó con 80.000 títulos y ahora tiene 350.000. Ya no estamos limitados a los best sellers. Me he descargado todo Julio Verne en francés y El Quijote en español, aunque los títulos disponibles en lenguas distintas del inglés son aún poco numerosos.
Entre las cosas que echo en falta: el software interno es demasiado limitado. No permite, por ejemplo, reagrupar los libros en carpetas ni etiquetarlos. Lo más grave es sin duda el rechazo a ofrecer una conexión Wifi que permitiría hacer descargas en cualquier circunstancia (y, según estos señores, facilitaría el intercambio ilegal).
La cuestión del precio de los títulos no está tan clara como Amazon quiere dar a entender. Se encuentran textos antiguos a menos de 1,5 o 3 euros. La mayoría de los títulos relativamente recientes se venden a 15 euros. Pero algunas novedades comienzan a venderse bastante más caras. Incluso he encontrado un libro el día en que salió a la venta más caro que el ejemplar en papel. Ha surgido un movimiento de protesta de usuarios en contra de que se vendan a más de 10 dólares.
Podría extenderme mucho en este tema que me apasiona y me interesa enormemente. He aquí un vínculo a todos los posts que he escrito sobre Kindle y dos ideas para concluir:
El aparato en sí aún es demasiado caro y no se trata más que de un formato de transición. Tiene competidores. Los precios bajarán y el porvenir está más en tabletas sobre las que podremos leer e incluso escuchar. Pero abre paso a la lectura electrónica.
Apuesto que la mayoría de quienes lo prueben ya no podrán pasar sin él (sin un aparato bibliófilo, no necesariamente un Kindle). Consecuencia que no deja de ser interesante tanto para autores como editores: se leerá más y se comprarán más libros (sea cual sea el soporte). En todo caso me da esa impresión. Y estoy encantado.
[Foto tomada en Berkeley por Paul Rabinow, el 24 de noviembre de 2007]
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Francis Pisani es periodista independiente hasta el punto de hacer de ello una filosofía. Vive desde 1996 cerca de San Francisco y de Silicon Valley y escribe sobre todo lo que concierne a las tecnologías de la información y de la comunicación. Adora los blogs, los gadgets y las redes. Colabora en:
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