Cuando la película está a la altura del libro

Parece ser que José Saramago no ha quedado excesivamente contento con la adaptación que de su novela 'Ensayo sobre la ceguera' ha realizado el director portugués Fernando Meirelles. Esto reabre el viejo debate sobre la conveniencia de realizar versiones cinematográficas de obras escritas. Cierto es que normalmente, para el espectador que conoce el libro, la película suele decepcionar. Es difícil que las imágenes estén a la altura de la película que uno construyó en su cabeza. Es un lugar común, por tanto, que los films basadas en libros nunca están al nivel de la obra original. Pero no siempre es así. Hay películas que resisten con dignidad la comparación. No me refiero a grandes cintas basadas en novelas mediocres, que también los hay -Hitchcock era un maestro a la hora de construir obras mayores a partir de relatos menores-, sino en aquellas que habiendo sido grandes obras negro sobre blanco, lo continúan siendo en la pantalla de cine.

¿Libro o peli?

  El cine negro es uno de los géneros que más frecuentemente se ha alimentado de la literatura. No en vano las historias, ambientes, argumentos y diálogos del film noir son absolutamente deudores de la literatura negra de escritores como Raymond Chandler o Dashiell Hammett. Este último escribió ‘El halcón maltés’, novela donde presentó al detective privado Sam Spade y que llevó a la pantalla John Huston con Humphrey Bogart en el papel del duro y cínico Spade, siendo considerada la película fundacional del género negro. También Bogart encarnó en la pantalla al otro gran detective de la novela negra, Philip Marlowe, surgido de la pluma de Chandler, en ‘El sueño eterno’. La novela, como suele ser habitual en el género, está repleta de personajes y tramas enrevesadas, haciéndose realmente difícil de seguir. En la versión cinematográfica, dirigida por Howard Hawks, la trama se convierte directamente en indescifrable, lo cual no es óbice para que la cinta enganche, maraville y transpire gran cine en cada fotograma. También lo hace ‘El tercer hombre’, la gran película de Carol Reed protagonizada por Orson Welles y basada en la novela homónima de Graham Greene.

El continuador actual más destacado de la estirpe de Chandler y Hammett es el gran James Ellroy, autor, entre muchas otras grandes obras, de ‘L.A. Confidential’, un retrato de los bajos fondos de Los Ángeles en los años 50 que, a pesar de su complejidad, llevó magistralmente al cine el irregular Curtis Hanson, resucitando de paso a una olvidada Kim Bassinger. Por supuesto, no se puede dar carpetazo al género negro sin citar ‘El Padrino’, la novela de Mario Puzo que sirvió a Coppola para confeccionar las seis horas largas de sus dos excelsos primeros Padrinos. El propio Coppola se inspiró en ‘El corazón de las tinieblas’, un relato de Joseph Conrad, para dar forma a otra de sus obras magnas, ‘Apocalypse Now’. El film conserva el espíritu del relato, aunque traslada la acción del Congo colonizado de finales del XIX al Vietnam en guerra de los años sesenta.

La escena inicial de 'El Padrino I'

Como el cine negro, el cine clásico de terror también se alimentó de la literatura. ‘Drácula’, la novela de Bram Stoker inspirada en un príncipe transilvano entre cuyas aficiones estaba el empalamiento, ha sido una de las obras más llevadas al cine, con desigual acierto. La primera versión, muda a la vez que magnífica, de título ‘Nosferatu’, la realizó en 1922 el director alemán F.W. Murnau. Pero los dos Dráculas más famosos fueron Bela Lugosi, protagonista de la versión dirigida por Tod Browning en 1931 y Cristopher Lee, que encarnó al conde en la cinta que dirigió Terence Fischer en 1958. Fischer se especializó en el cine de terror y realizó también una serie de películas sobre la figura de Frankenstein, creada por la escritora Mary Shelley, la primera de ellas con el propio Lee en el papel del monstruo. No obstante, el mejor fue Boris Karloff, protagonista de ‘El doctor Frankenstein’ (1931) y su fantástica secuela ‘La novia de Frankenstein’ (1935), ambas con James Whale detrás de la cámara.

Si la novela negra y la de terror han sido fuente de inspiración para el cine, la ciencia ficción no se queda atrás. Son innumerables las adaptaciones cinematográficas de relatos de sci-fi de todo tipo y calidad, pero entre todas destacan ‘2001: Una odisea en el espacio’, la impensable adaptación de Kubrick de la estupenda y rigurosa, desde el punto de vista científico, novela de Arthur C. Clarke; ‘Solaris’, escrita por Stanislav Lem y llevada al cine por el ruso Andrei Tarkovsky –también años después por Sodeberg en un innecesario remake- y ‘Farenheit 451’, la distópica historia de Ray Bradbury en la que los bomberos se dedican a quemar libros, que dirigió el francés François Truffaut. Mención aparte merece el escritor Philip K. Dick, cuyas obras han sido trasladadas al celuloide en bastantes ocasiones, destacando ‘Minority Report’, ‘Desafío total’ y, por encima de todas, ‘Sueñan los androides con ovejas eléctricas’, esa maravillosa historia de androides (replicantes en la película) en busca de la inmortalidad que un Ridley Scott en estado de gracia -antes de que su talento desapareciera como lágrimas en la lluvia- llevó al cine en esa perfecta mezcla de cine negro, futurismo y drama existencialista que se llamó ‘Blade Runner’.

'Blade Runner': "yo he visto cosas que vosotros no creeríais"

Pero no sólo el cine de género se ha inspirado en la letra impresa. Han sido muchos los cineastas que se han fijado en obras maestras de la literatura, intentando trasladar la acción a la pantalla. Lo cierto es que es realmente complicado adaptar novelas como ‘El gatopardo’ de Lampedusa, ‘Las uvas de la ira’ de Steinbeck o ‘Lolita’ de Vladimir Nabokob y no hacer el ridículo. Es inevitable que la obra cinematográfica palidezca en la comparación. A no ser, claro, que te llames Luchino Visconti, John Ford o Stanley Kubrick. Palabras mayores. Complicado también debe ser meterse en la piel del Capitan Ahab, el mítico protagonista de ‘Moby Dick’, la excepcional novela de Melville, como hace Gregory Peck en la película que dirigió John Huston, con Ray Bradbury tomando parte en el guión.

En bastantes ocasiones la popularidad de la película llega a superar la del libro. Incluso tratándose de magníficas novelas. Mucha gente al oír hablar de ‘Desayuno en Tyffany’s’ piensa en Audrey Hepburn con 'Moon River' sonando de fondo en la película de Blake Edwars, rebautizada en España como ‘Desayuno con diamantes’, pero antes fue una estupenda novela surgida de la pluma del no menos estupendo Truman Capote. También es posible que haya más gente que conozca ‘El nombre de la rosa’ por la película de Anaud que por el libro de Umberto Eco, pese a ser éste un best-seller, y ‘Extraños en un tren’ por la cinta de Hitchcock que por la novela de Patricia Highsmith.

También obras más recientes han sido llevadas con acierto a la pantalla en los últimos años. Stephen Frears lo hizo con ‘Alta fidelidad’, el fantástico relato de Nick Hornby que narra la historia de un melómano treintañero inmaduro propietario de una tienda de discos que ve pasar la vida mientras repasa descalabros amorosos y hace listas musicales (y no musicales) de todo tipo con sus dos compañeros. Frears, detrás de la cámara, y John Cusak, delante, consiguieron plasmar a la perfección el espíritu original de Hornby. Algo que también logra ‘No es país para viejos’, la penúltima película de los hermanos Coen, que adaptan fielmente el universo desolado de la enorme novela de Corman McCarthy.

Trailer de 'No es país para viejos'

En nuestro país, las adaptaciones literarias no han resultado demasiado exitosas. Se puede destacar entre las más atinadas ‘Los santos inocentes’ y ‘La Colmena’, dirigidas ambas por Mario Camus a partir de las novelas de Miguel Delibes y Camilo José Cela, aunque a nuestro cine siempre le han tirado más los clásicos, de Lope de Vega a Galdós , de Unamuno a Cervantes. Precisamente El Quijote fue una de las cuentas pendientes del gran Orson Welles. Dejó metros de cinta grabada, pero nunca llegó a montarla (en 1992 se estrenó con montaje de Jesús Franco). A quien sí llegó a adaptar, nada menos que en tres ocasiones, fue a otro de sus mitos, Shakespeare: ‘Macbeth’, ‘Otelo’ y ‘Campanadas a medianoche’. Un genio visto por otro.

Queda claro que, aunque las adaptaciones de libros al celuloide puedan decepcionar a menudo, hay un buen número de ejemplos en la historia del cine que desmienten el manido tópico de “siempre es mejor el libro”. Cuando las letras se convierten en imágenes no siempre pierden calidad artística. Simplemente se transforman en otra cosa. Literatura y cine son dos artes diferentes y complementarios, con lenguaje y claves distintos y, pudiendo disfrutar de ambos placeres, ¿por qué elegir uno y despreciar otro?