La muerte silenciada

Más de 4.500 personas fallecen al año en España víctimas de suicidio.

Desde el principio de la crisis económica ha aumentado un 25% el número de suicidios

Regularmente nos intentan mentalizar de los peligros de la conducción. Bien los medios de comunicación, bien las autoridades nos recuerdan machaconamente con frías estadísticas las vidas truncadas en la carretera, unas 3.000 el año pasado. Al mismo tiempo se corre un velo sobre la desaparición de las 4.500 personas que anualmente deciden terminar con su existencia en España. Solamente algunos famosos ("conocido empresario aparece muerto..."), con los que se pasa sobre puntillas sobre las circunstancias del suceso, o unos pocos personajes anónimos, ciudadanos cero, que saltan a las páginas de la prensa local como mera nota anecdótica.

Otro manera de alejarse del problema es echar mano a los tópicos cuando surge el tema del suicidio en una conversación y situarlos como algo ajeno a nuestro entorno. Así es recurrente la mención al altísimo número de suicidios en Japón o en los países nórdicos, olvidando a su vez el problema presente en otras regiones septentrionales más cercanas: Asturias y Galicia encabezan las estadísticas de suicidios en España, superando las tasas de países como Suecia o Dinamarca.

Se trata de evitar el fenómeno de la imitación. Que alguno de los más de cuatro millones de enfermos de depresión en España vean un ejemplo a seguir, una salida desesperada a su aflicción. El llamado efecto Werther, como el que originara el homónimo personaje de Goethe hace más de dos siglos con su trágico final de ficción.

Lamentablemente las soluciones al problema son más complicadas que instalar radares para intentar reducir las muertes en carretera. Parece imprescindible empezar a atajar el problema desde una correcta educación, de cara a evitar la frustración de los jóvenes: en los últimos años los casos de transtornos depresivos y suicidios en niños y adolescentes se han disparado. Si a eso le añadimos la actual situación de crisis económica, parece ser el caldo de cultivo ideal para el desarrollo de una pandemia en los próximos años. Hoy por hoy los ansiolíticos y antidepresivos ya son los medicamentos más consumidos. ¿Es en verdad mejor ponerse la venda en los ojos para no provocar un efecto imitativo o debería la sociedad asumir el problema y atajarlo antes de que el enfermo vea el suicidio como única salida?