Roger es el mejor, sin Rafa

El palmarés del suizo es imborrable e indiscutible. También lo es que sus dos últimos grandes no tienen el mismo mérito que el resto

Federer, tras su sexto título en Wimbledon. Foto: AFP

No hay lugar a la duda. Roger Federer es, por títulos, y, por qué no decirlo, estilo sobre la pista, el mejor tenista de todos los tiempos. Además, ahora puede volver a decir que es el mejor del mundo, tras recuperar el número 1 de la ATP, en manos de Nadal durante 46 semanas. Su victoria en Roland Garros, el único Grand Slam que faltaba en sus vitrinas, y nada menos que su sexto triunfo en la hierba de Wimbledon, tras un nuevo partido épico, hacen que Federer bien haya olvidado aquella llorera tras la final en Australia. El suizo vuelve a sonreír, como también lo hace su señora, en estado de buena esperanza. Todo apunta a que su retoño traerá, además de un pan, una nueva alegría en forma de trofeo bajo el brazo.

Así es. Ahí están los números para refrendar todo lo dicho, e igual o más importante, las alabanzas de los más grandes de la historia, Sampras sin ir más lejos. El estadounidense volvió a Londres, para ver cómo se quedaba sin el récord de grandes, y rendirse a la evidencia. Sólo le quedaba, como lo hizo, aceptarlo y augurar, como mínimo, unos 4 o 5 más en manos de su sucesor cuando llegue la hora de su retirada. Otros, como Borg, son aún más optimistas. Federer tiene a todos de su lado.

Ahora bien, como con casi todo en la vida, siempre hay un pero. Y el pero en este caso no es otro que quien fue víctima, pasó a verdugo, y sin merecérselo, ha vuelto a su papel primigenio. No ha sido manera ésta de que Rafa Nadal viera cortada su exitosa racha. Su reinado en Roland Garros debería haber visto fin, por ejemplo, como lo hizo el de Federer en Wimbledon, en un encuentro de igual a igual, y en plenas facultades por ambos lados.

Al contrario, Rafa tuvo que ver cómo la rodilla, la maldita rodilla izquierda -aunque la derecha también le da no pocos problemas- le impedía exprimirse lo necesario, para mandar donde se merecía a un sueco de carácter hiriente, poco querido por la mayor parte del círculo tenístico. Su derrota en París, 31 partidos después, era recibida con alegría por el público galo.

Nadal se quejaba amargamente por no ver reconocido su enorme mérito. Pero, al menos, le quedaba la esperanza de resarcirse en un lugar donde sí se le quiere. Entonces llegó el día en que tuvo que renunciar a Wimbledon, a pronunciar su hueco en los corazones británicos. Y Roger volvió a reinar.

A día de hoy, con un panorama que nos ha retrotraído unos años atrás, el futuro inmediato juega en favor del helvético. Pocos habrían imaginado, a principios de año, que meses después hablaríamos de la confirmación de Federer como el mayor tenista de la historia, de que por fin pudo convertirse en un Mosquetero, retomó la supremacía en el All England Club, y volvió a ser número 1 de la ATP. Sus lágrimas en Australia podían indicar de todo. De todo, menos esto.

Sin embargo, de la misma manera que toca reconocer a cada uno lo suyo, también hay que hablar de maneras, métodos y formas de llegar a un determinado lugar. Y Federer ganó Roland Garros, sin haberse enfrentado a quien le apartó de su camino en los cuatro anteriores años -una semifinal y tres finales-. El suizo logró su sexto Wimbledon, sin la presencia del hombre que, en en el mejor partido de tenis que se recuerda, se erigió como nuevo rey de la hierba. Su vuelta al número 1 se produce después de que, su hasta ayer ocupante, cuente más de un mes sin poder sumar un sólo punto en la ATP.

Por todo ello, por el deseo de que no se devalúen las victorias de unos u otros, la vuelta de Nadal a las pistas se convierte, más que en un anhelo, en una necesidad. Sólo así podremos hablar de un campeón incontestable, sea quien sea. De quien se convierte en el mejor, derrotando a quien soporta dicho estatus hasta ese día. De un número 1 sin puntualizaciones ni ‘peros’ posibles. Hasta entonces, la conclusión es clara; Roger es el mejor. Sin Rafa.