Epitafio para un delfín

MADRID.-  Primero nos dijeron que se encontraba en serio peligro; años más tarde, nos alertaron de que, reducido a un único especimen, se hallaba en una situación crítica; y finalmente, hace unas semanas nos anunciaron la desaparición de su especie de la faz de la Tierra. Por repetida, esta secuencia no deja de deprimir.

benchilada (Flickr)

Esta vez la protagonizó el baiji, el delfín del río Yangtzé (China), que con este hecho se ha ganado el triste honor de ser el primer cetáceo extinto por la acción humana. Así lo han anunciado los zoólogos en Biological Letters.

No puede decirse que hayan faltado los intentos de salvarlo: un programa de cría en cautividad fue iniciado, pero no pudo obtener resultados en la carrera a contrarreloj en la que que se jugaba su supervivencia. Ni siquiera la declaración de "Tesoro Nacional" efectuada por las autoridades de Pekín le sirvió mucho de protección.

Hubo intentos, sí, pero tardíos y escasos. Una película ya vista, como decíamos arriba.

Baiji significa «blanco» en chino, si bien presentaba una tonalidad azul pálido (pincha aquí para ver algunas imágenes). Su rasgo distintivo era la aleta dorsal, que semejaba una bandera blanca surcando la superficie de las aguas; una bandera que ya no volverá a ser vista, por culpa de la contaminación del Yangtze, la navegación y la pesca, aparte de las numerosas presas que lo fueron acorralando poco a poco. Como sucede con otras especies emblemáticas, los delfines fluviales son un indicador de la calidad del entorno, en este caso, los cursos de agua dulce. Su final no indica nada bueno del estado del río más extenso de Extremo Oriente.

¿Podría tratarse de una esquela mortuoria prematura? Ya existen antecedentes de especies dadas por desaparecidas que, al cabo de unos años, realizan un sorpresivo retorno al escenario. La noticia de la extinción del baiji se basa en las pesquisas infructuosas realizadas por dos equipos de rastreo organizados por la Sociedad Zoológica de Londres, que recorrieron el Yangtzé armados de hidrófonos, sin captar ni uno de sus inconfundibles silbidos (si quieres escucharlo pon los altavoces a todo volumen). ¿Y si acaso existiesen animales no detectados? Los especialistas no albergan esperanzas al respecto; en la eventualidad de que las aguas turbias del Río Amarillo escondiesen a uno o dos supervivientes, igual se situarían muy por debajo del umbral crítico necesario para asegurar la viabilidad de la especie. Estas circunstancias permiten afirmar que el baiji está "funcionalmente extinguido".

Una historia deprimente, y como decíamos arriba, que se reitera con dolorosa frecuencia, con protagonistas cambiantes. Lo singular del caso radica en el lugar donde ocurrió: China. Como bien sabemos, esta potencia emergente está siendo observada con lupa por la opinión pública internacional, debido a su galopante deterioro ambiental, un problema que no figura entre las prioridades de su gobierno, partidario del desarrollismo más desenfrenado.

El fin del baiji debería sonar como un aldabonazo en la conciencia ambientalista global –otros cetáceos de agua dulce podrían correr la misma suerte en un lapso breve de tiempo–; un aldabonazo que tendría que retumbar con mucha mayor intensidad en el país responsable de no haber sabido cuidar su «tesoro nacional».